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Roca Rey, el millennial con valor de acero

Es el último torero instalado en la cima y el que más arrasa en taquilla: no es casualidad.

El diestro peruano Andrés Roca Rey.
El diestro peruano Andrés Roca Rey.larazon

Es el último torero instalado en la cima y el que más arrasa en taquilla: no es casualidad.

Podía haber elegido cualquier cosa, pero decidió ser torero. Lo tuvo claro, en su vocación y sus condiciones se lo permitieron. Y se lo permiten cada tarde en aparente coste cero lo que supone un mundo. Inasumible para la mayoría y cada vez más imposible para los que llevan haciéndolo años, ahí líderes, de la tauromaquia.

Podría haber elegido cualquier cosa y expuso su vida, vendió su alma al toreo desde el Perú y la acabó encontrando por los resquicios de la denostada piel de toro española. Mentira, que de tanto creerla, de tanto hablar de la crisis del toro nos la creemos hasta los que vamos a las plazas. Llena, como la de ayer de Castellón. No cabían ni las almas trepadoras, que precisamente había que escalar para llegar a la localidad, y andar listo para no perder pie. La plaza llena. Y los balcones, azoteas y terrazas que lindaban con el ruedo. Allá donde se viera un resquicio de arena había ojos hambrientos de Tauromaquia.

Roca engancha al toreo al que está recién llegado, al que se resiste a irse e incluso al que convive en la estratosfera indiferente o renegando. Entrelaza sus almas y las obliga a volver a la plaza y tira de taquilla como nadie en los últimos años (excepto José Tomás, que eso es aparte).

Supone la revolución Roca, el joven de valor de acero, incapaz de quitarse del sitio y capaz de dar un paso más, por cuestión de valores. Los de su compromiso con la Tauromaquia, con su ser, con su ambición, con su propio concepto del toreo y su capacidad de definirse y redefinirse cada tarde, capaz de tirar la moneda al aire no cada día de toros, cada segundo, cada pase, cada lance, que esa es la realidad de una plaza de toros. Una cruel realidad con la que conviven hasta normalizarlo.

Puede que hoy a Roca le duela el cuerpo, incluso que lo tenga magullado. Fue raudo el toro para arrastrarle con los cuartos traseros ayer en Castellón y hacerle caer sobre la arena. Y fue por él, como quien tiene una deuda pendiente. Y le podía haber metido el pitón. Pero no quiso. No sabíamos cuando se repuso como pudo y volvió para hacer el mismo quite echando para atrás la máquina del tiempo, negando el miedo, evitando lo inevitable. Está castigado por los toros, conoce el lenguaje del sufrimiento y el peaje de la tauromaquia, pero es sobrecogedor.

Se ha instalado arriba con la idea de no apearse, estrella de San Isidro, y con un techo que él mismo se encarga de agigantar.