Viajes
España: una tierra de misterios para los viajeros europeos
Si un griego antiguo tuviera que escribir un artículo de viajes sobre nuestro país, allá en el siglo II antes de Cristo, hablaría de cordilleras levantadas por semidioses, civilizaciones perdidas y caballos nacidos del viento
Existe cierta tendencia actual a la hora de mostrar España al mundo, y a los propios españoles, como un país sofisticado. Un estado moderno. Y esto es estupendo pero por alguna razón desconocida, en muchas ocasiones se llega a confundir el término “moderno” con la idea de un estado “nuevo”. Quiero decir que en momentos uno mira a su alrededor en la ciudad de Madrid y no sabe reconocer con exactitud si pisa una ciudad de 1.200 años de antigüedad o Los Ángeles, ciudad fundada por los españoles en 1781. Los transeúntes visten ropa de marca estadounidense, sujetan smartphones entre sus manos ajetreadas, hacen pedidos online y por la noche se acomodan en sus sofás de Ikea para disfrutar de la última serie que lanzó Netflix sobre reinas inglesas de ascendencia africana. Y todo lo viejo que todavía sobrevive en nuestro mundo, que son nuestra cultura profunda y las historias de nuestros antepasados, se han convertido en objeto de burla y de cinismo, en temas a ser tratados en exclusiva por los “frikis” de Cuarto Milenio.
El resultado de este cambio de intereses y el olvido inevitable de nuestro pasado será, ya lo avisan los expertos, el de una amnesia histórica que terminará por eliminar los adjetivos culturales que hacen de nuestra nación una única en el mundo. Para introducirla en un saco de naciones homogéneas y sin cultura propia, nada más que impulsadas por las modas fugaces que nacen cada mes del vómito de las redes sociales. La gente vivirá en un mundo feliz, es posible, pero no sabrán en que mundo viven.
Iberia como tierra misteriosa
Pero en realidad pisamos una porción de tierra única en Europa. Los sabios de la antigüedad (hoy llamados frikis) señalaban Iberia como un territorio exótico y cargado de maravillas en la esquina occidental del Mediterráneo, y la utilizaron como escenario para algunas de las leyendas más lustrosas de su tiempo. Un tipo de leyendas que por lógica no siempre fueron ciertas pero que podrían devolvernos una visión de nuestro país más rica y variada, más longeva que las noticias obsoletas del fin de semana pasado. Por ejemplo Polibio fue un historiador griego que efectuó la primera descripción de Lusitania - un importante reino que abarcaba desde el sur de Portugal hasta Extremadura y Salamanca - en el siglo II a. C. Aseguró que los frutos de sus campos eran incorruptibles debido a la bondad de su aire, y que sus habitantes eran una clase de hombres en extremo prolíficos y vigorosos. Que las fresas, rosas, violetas y espárragos eran tan abundantes que solo dejaban de darse durante tres meses al año. Que su pesca superaba con creces la de las costas griegas.
Aunque Polibio parece presentarnos Lusitania como una especie del Jardín del Edén, y la veracidad de sus textos debería pasar el filtro del asombro, un asombro que experimentó el griego al conocer este territorio y que seguramente le llevó a exagerar sus afirmaciones, es indudable que Lusitania era un terreno tan rico y fértil que a los ojos de los griegos parecía sacada del mundo de la fantasía. Este era nuestro territorio. Una tierra de fantasía. Tanto que todavía hay expertos que piensan que la famosa ciudad perdida de la Atlántida se encontraba nada más y nada menos que en Andalucía, en la tierra que dominaban los misteriosos Tartessos.
Los Tartessos. Otro misterio. Verá el lector que Andalucía va más allá de los bailes de flamenco y el pescaíto frito, más allá incluso de la influencia musulmana en su arquitectura popular, tiramos más atrás del vino tinto y del aceite de oliva que nos enseñaron a producir exhaustivamente aquellos inteligentes romanos. Busque a los Tartessos que son ese origen antiquísimo. Busque pero no los encontrará. De ellos solo sabemos que eran excelentes comerciantes, amigos íntimos de los mercaderes griegos y fenicios, expertos a la hora de tratar metales preciosos como el oro y la plata. Una civilización culta y desarrollada, con sistemas sociales claramente definidos en las ciudades que bordean el sur de la costa Mediterránea. Luego ocurrió algo, no se sabe a ciencia cierta qué pudo ser; el comercio se detuvo, sucedió una guerra espantosa que eliminó a los Tartessos del mapa, o quizá sobreexplotaron sus recursos y tuvieron que malvender su reino. En cualquier caso desaparecieron. ¡Fus! Sin dar explicaciones a nadie.
Pero sus descendientes todavía pueden encontrarse en la actualidad, pululando por Andalucía y completamente ajenos al destino que pudieron sufrir sus antepasados. Y es curioso porque todo apunta a que la historia está condenada a repetirse, y otra vez olvidaremos a nuestros ancestros.
Construida por héroes
Esta pieza no pretende ensalzar ningún tipo de orgullo patrio y rancio (más que nada porque estas historias también atañen a Portugal). Ni quiere convencer a nadie de que los rumores que pululaban por Europa sobre la tierra misteriosa de Iberia fueran ciertos. Ya sabemos que los mitos griegos no eran ciertos. Pero sí puede ayudar a recordar a nuestros antepasados, porque al fin y al cabo solo les tenemos a ellos. Y la familia no se elige.
Observen que un gigante de tres cabezas llamado Gerión poseía un enorme ganado de toros rojos, resguardados del mar y los enemigos en el archipiélago que hoy llamamos Cádiz. Entre las doce tareas de Hércules, una de ellas consistió precisamente en robarle el ganado a Gerión para llevárselo a su primo Euristeo, y se produjo un combate colosal que llevó al semidiós a decapitar los tres cuellos del gigante en el norte de la península, y en el mismo lugar de su victoria Hércules fundó una ciudad que puso de nombre Crunna. Hoy conocida como Coruña. Esta batalla colosal también se saldó la vida de la princesa Pyrene en el norte de Cataluña y, fíjense bien, el semidiós Hércules levantó un túmulo funerario con su fuerza sobrehumana y creó la cordillera de los Pirineos. ¿No es increíble? Tanto asombró a los griegos la magnificencia de los Pirineos que supusieron que solo el hijo de un dios podría haberlos moldeado.
Incluso la ciudad de Cartagena, realmente construida por los cartagineses, se consideraba fundada sobre una segunda ciudad mucho anterior, que dicen fundó a su vez el famoso héroe griego Teucro, el mejor arquero de los que participaron en la guerra de Troya.
Una naturaleza divina
Pero si había un factor que impresionaba a los antiguos de nuestra tierra, este era por encima de los demás el de su belleza natural. Ya hemos leído que la región de Lusitania se consideraba en extremo enriquecida pero hasta ahora no sabíamos que sus corceles eran tan ágiles y veloces, que Plinio el Viejo aseguró en su Historia Natural que dichos corceles habían nacido después de que el mismo viento fecundase a las yeguas de la zona. No encontró otra forma con que explicar el brío de nuestros caballos.
Otra leyenda, y esta es cierta: En el año 137 a. C el general romano Junio Bruto exploraba con sus legiones el noroeste peninsular. Poco antes de llegar al río Miño, los legionarios fueron testigos de una puesta de sol brutal, única, apoteósica, porque observaron cómo el astro rey multiplicaba su tamaño al entrar en contacto con las aguas y parecía encenderlas en llamas. Aterrorizados por la imagen, los soldados curtidos en cien batallas instaron a su general a dar media vuelta y la expedición hubo de interrumpirse para siempre. Debemos entender que para ellos, el mundo terminaba en Finisterre. Y nadie parecía dispuesto a comprobar qué tipo de poderes poseía el sol en los confines de nuestro mundo.
Podríamos seguir indagando en las leyendas con que los antiguos pretendieron explicar la poderosa naturaleza, humana y animal, de nuestra tierra. Incluso podríamos hablar de historias irlandesas que localizaban el mundo de los muertos en Galicia o Asturias, o sobre aquella leyenda que identificaba las islas Baleares como un territorio propiedad del dios Apolo, por su falta de serpientes.Pero ya es suficiente. Si queremos comprender el pensamiento europeo deberíamos observarlo como se hace con un edificio, y en sus mismos cimientos, aquellos que sostienen nuestras ideas porque sin ellos todo se desmoronaría, encontramos en forma de anchas vigas de hormigón armado las historias misteriosas de Iberia. Que hablan del viento y su romance con las yeguas de Lusitania, del poder absoluto del sol cuando roza el fin del mundo, de Hércules y su fuerza asombrosa, de civilizaciones perdidas. Cuentos de frikis que conforman, sin duda alguna, el pensamiento que más tarde llevamos a los Estados Unidos y que los Estados Unidos nos lanzaron de vuelta tergiversados. Para lástima de muchos.
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