Viajes

No es lo mismo viajar al fin del mundo que vivir en el fin del mundo

Recorremos el fin del mundo para comprender la enorme diferencia entre un destino turístico y un lugar donde vivir

Aquí quiero llegar cuando sueño en mi apartamento, aunque no sepa con exactitud qué encontraré.
Aquí quiero llegar cuando sueño en mi apartamento, aunque no sepa con exactitud qué encontraré.Alfonso Masoliver Sagardoy

Noruega

“Pues yo odio las auroras boreales”. Esto lo confiesa Fátima sin pudor, sujetando una cerveza y con el gorro calado hasta las mejillas, los ojos fríos como un témpano de hielo sin molestarse siquiera en mirar el cielo estrellado y precioso de Tromsø. En este momento yo estoy ganándome una tortícolis de campeonato y con la cámara puesta en gatillo rápido, esperando a la primera excusa verde para disparar. Bajo la vista por primera vez para mirarla, asombrado. Luego Fátima se excusa: “pero vamos a ver, no las odio, tampoco es para tanto, pero sí es verdad que muchas noches estoy tan tranquila en casita y justo aparecen buenas auroras y es como, que hay que salir corriendo a las afueras de la ciudad para mirarlas. Y me fastidia porque estaba en casa calentita pero casi es obligatorio salir”.

Durante una tormenta solar es posible que las auroras se hagan visibles desde los lugares más insospechados
Durante una tormenta solar es posible que las auroras se hagan visibles desde los lugares más insospechadosAlfonso Masoliver

Su gesto nos muestra tantos recuerdos de todas esas noches sobreviviendo un frío traumático en este puntito al norte de Noruega, donde los inviernos pueden llegar a los -13 °C sin despeinarse. “Y todo para ver otra vez las luces”, añade. “Joder, como para no odiarlas”. En ese preciso momento, como rebatiendo sin mucha convicción la declaración de Fátima, una luz esmirriada y debilísima se aparece un segundo en el cielo antes de esfumarse. “Pues fíjate tú”.

Aunque, rompiendo una lanza a favor de Fátima, tendría que decir que lleva tres años viviendo aquí, que tres años son muchas auroras boreales acribillándonos la retina y son muchas noches polares quebrándonos la espalda mientras echamos leña a la chimenea de casa. Nosotros venimos aquí como chiquillos a fotografiar y memorizar el milagro de las luces verdes… mientras que Fátima, bueno: ella dice que si se deja la ventana abierta, se le meten de golpe todos los milagros. Allí no hay mosquitos pero con los milagros se le meten los demonios del hielo también.

Filipinas

Cualquier periodista recibe mensajes esporádicos de corte estrafalario. Varias veces a la semana recibimos frases de apoyo por este o aquel artículo, nos formulan dudas nacidas de personajes curiosos que quieren saber más, nos escriben amenazas burdas o elaboradas, varias veces al año incluso nos escriben expertos en teorías de conspiración para convencernos de que su conspiración es la más importante de todas. Yo le he cogido especial cariño a, digamos, llamémosle Jorge. Jorge me escribe cada pocos meses recordándome que vive en Filipinas y comunicándome (siempre me escribe con letras mayúsculas, como gritando) los escándalos de la corruptela del gobierno de allí. Jorge también tiene una cruzada personal (yo creo que muy loable) que es la de buscar justicia por Diego Bello. Me escribe a mí como a tantos otros periodistas con cualquier noticia que pueda relacionarse con sus supuestos asesinos.

Playa paradisiaca en Filipinas.
Playa paradisiaca en Filipinas.Alfonso Masoliver Sagardoy

Diego Bello era un joven español de 32 años, muy simpático y querido por los suyos, de ojillos despiertos y sonrisa abierta. Natural de La Coruña, era también un apasionado del surf desde pequeñito. Un día decidió escapar de la humareda asfixiante de las ciudades españolas y cumplió el sueño de muchos, el sueño que solo cumplen los valientes capaces de irse a vivir al fin del mundo: en 2017 decidió probar suerte en la isla de Siargao y montó el White House Hostel, un divertido alojamiento para los surfistas que visitaban la zona y donde, si hacemos caso a las fotografías que pululan por Internet, todo allí era recreo condimentado con el buen rollito de la vida surfer.

En la madrugada del 8 de enero de 2020, Diego Bello fue abatido a tiros por la policía filipina en la puerta de su casa. El atestado policial asegura que Diego disparó en primer lugar a los agentes con una pistola del calibre 45. Además acusa al joven español de traficar asiduamente con cocaína, aunque investigaciones posteriores parecen indicar que el asesinato del gallego fue una ejecución en toda regla. El porqué de este horror, eso todavía no está claro. Y probablemente nunca lo estará.

Mongolia y muchos otros lugares más

Ahora estamos en Mongolia. La naturaleza se desarrolla a nuestro alrededor entretejiendo kilómetros y kilómetros de hierba verde y fresca, surgen colinas y colinas cubiertas por esta hierba que parecen levantarse y hundirse en función de las estaciones. Una emoción primitiva nos invade cuando nuestros pies se posan aquí. Levantamos la mirada descubriendo la contraposición exacta del mundo ajetreado donde nos hemos criado. Seremos libres durante los próximos diez días, viviremos aventuras, cabalgaremos los corceles mongoles jugando a los guerreros, cazaremos ratoncitos utilizando águilas, nos excitaremos sin medida por cada recoveco nuevo que descubramos aquí.

Yurtas.
Yurtas.Makalupixabay

Pasaremos la noche en una yurta mongola. Comeremos cabra hervida en el fuego que encendió la matriarca con boñigas de cabra y cuando cerremos los ojos para dormir, escucharemos el viento rugiente al resguardo de diez mantas. Bromearemos con los locales y les ofreceremos el güisqui que trajimos de España. Hemos ahorrado durante meses, quizá años, para recopilar este tipo de sensaciones. Yo saldré de la yurta para fumarme un cigarro y miraré las estrellas, nunca imaginé que vería tantas estrellas juntas de sopetón. Y cuando esté fuera, pegándome el subidón con esta aventura, una jovencita se acercará a mí y me dirá que quiere irse a Madrid conmigo. Comenzará hablando como en broma, luego lo dirá en serio, más tarde comenzará a insinuárseme de una manera humillante para ella.

“Tú me llevas a Europa y yo haré lo que quieras”. Lo dirá con una sinceridad que provoca escalofríos. Yo lo escucharé y todas las estrellas se derrumbarán del cielo. “Haré cualquier cosa por salir de aquí, cualquier cosa, si me quedo aquí me obligarán a casarme con Gantulga y seré una desgraciada”. Yo escucharé todo esto y los pastos verdes se marchitarán bajo una densa capa de nieve de invierno. Se lo escucharé decir a ella y a muchas otras a lo largo de mis viajes: en Haití, en Bissau, en Tanzania, en Laos… solo cambiará el nombre del temible esposo. Cada vez se derrumbará un bosque nuevo, un cielo diferente, una emoción vacacional. Hasta que lo comprenda del todo y ya no pueda olvidarlo: que no es lo mismo viajar al fin del mundo que vivir en el fin del mundo. No señor. No lo es. Y hoy lo saben muy bien los habitantes de La Palma.