Crucero
De isla en isla por la magia del Egeo
La greca griega es como la vida misma, con altos y bajos. Navegar entre las Cícladas y el Dodecaneso es su punto álgido
Debe su nombre a un inconfundible carácter rocoso. Sus calles laberínticas, con esquinas redondeadas, a una artimaña para burlar el viento que azota la isla. Y su fama, a la belleza de sus casas encaladas que contrastan con el contundente azul del mar Egeo. «Mýkonos», con ese énfasis tan encantador que le ponen los griegos al pronunciarlo, es una de las visitas obligadas cuando uno se embarca en la aventura de enamorarse del archipiélago de las Cícladas. Entre su cuidado adoquinado, custodiado por puertas y miradores de madera de tonos marinos y verdes, asaltan buganvillas generosas y fucsias. También capillas familiares, unas 800, levantadas cuando uno de sus miembros volvía sano y salvo del mar, y cuyo color rojo recuerda la sangre derramada por Cristo. Y, de vez en cuando, algún que otro gato blanco, porque resulta habitual que un felino te observe con cierto descaro en medio de la armonía de un islote que, durante la época estival, multiplica con creces sus cerca de 10.000 habitantes invernales.
Seducidos por los característicos molinos de viento que, a lo largo de los siglos, aprovecharon la fuerza del «Meltemi», procedente del norte, para moler los cereales (Geronymos Mill y Bonis Mill aún se pueden visitar). Fascinados por la fiesta y por las terrazas que invitan a degustar la sabrosa gastronomía griega al arrullo del atardecer, cuando el sol y el agua se reflejan en las galerías acristaladas, Miconos se ha convertido en un destino para ver… y ser visto. Otra cosa son sus precios desorbitados durante el verano, que dejan algo seco el bolsillo. En contraprestación, y eso es gratis, alguna que otra ola traicionera cala hasta los huesos de los viajeros que pasean, embelesados, por la pequeña Venecia.
Joyas marinas
Renovado en el año 2005, el barco Celestyal Olympia surca, entre marzo y noviembre, las aguas del brazo mediterráneo situado entre Grecia y Turquía. Funcional y accesible para un total de 1.450 pasajeros, la naviera griega permite visitar algunas joyas marinas sin que el presupuesto se resienta demasiado.
Además de una tripulación muy familiar que domina el español y destaca por su buen servicio (así lo reconoció en 2022 el premio otorgado por «Cruise Critic Editor’s Picks Awards»), la comodidad al llegar a los diferentes puertos del itinerario se agradece: las visitas recomendadas en las diversas islas no requieren de desplazamientos complicados. Es el caso del mini crucero Egeo Icónico, que parte del Puerto de Lavrio, en Atenas, recala en Miconos la misma tarde de navegación y, tras una noche plácida a bordo, amanece en Kusadasi, ya en Turquía. Esa misma tarde (eso sí, hay que madrugar, y mucho) se ancora en Patmos, sin que la sensación sea, ni mucho menos, trepidante. Pasada la segunda noche, el barco echa el ancla en Santorini y, tras un día muy bien aprovechado en la que quizá sea la panorámica por antonomasia cuando uno fantasea con las islas griegas, la última noche toca a su fin y atraca de nuevo, a primera hora de la mañana, en el muelle ateniense de partida.
Maravilla del Mundo Antiguo
Aunque los cafés, el buen clima y su bazar son algunos reclamos de Kusadasi, la magia se concentra a escasos veinte kilómetros desde este muelle turco. Las ruinas de Éfeso, puerta de entrada en Asia Menor, codiciada por múltiples civilizaciones por su posición estratégica en el Mediterráno a través del Mar Egeo, conservan su esplendor. Nombrada en los escritos de Estrabón o de Plinio el Viejo, el regalo es pasear entre esta Maravilla del Mundo Antiguo, donde aún se conserva una de las ciento columnas sobre las que se apoyaba el templo dedicado a la diosa Artemisa. Mención aparte es su odeón, sus termas romanas y, muy especialmente, los restos de frisos y capiteles de distintos órdenes clásicos que conducen, entre la brisa cálida y el sol que ilumina el suelo empedrado
de la Avenida de Los Curetes, a la fachada de la Biblioteca de Celso. Emociona pensar que Gayo Julio Aquila Polemeano honró la memoria (y sepultura) de su padre con este colosal monumento romano orientado al este, para que las salas de lectura recibieran la luz de la mañana, ideal para los lectores que se ilustraban con alguno de sus 12.000 rollos manuscritos. Gracias a los trabajos arqueológicos iniciados en 1863 por John Turtle Wood y continuados por varios equipos a lo largo de los siglos, hoy podemos admirar este bien inscrito como Patrimonio de la Humanidad en 2015 y del que aún queda mucho por desenterrar.
Kusadasi significa «Isla de los pájaros». Una mirada parecida es la que obtenían los capitanes desde el mirador de la tercera planta de su hogar, una vez pisaban la tierra firme de Patmos, la isla más pequeña del Dodecaneso. Esa cristalera con vistas de ensueño era una de las pocas licencias que se permitían en aquellas casas de líneas defensivas, cuya arquitectura no dejaba un resquicio de entrada (ni siquiera un jardín) para los temidos piratas. La importancia de esta joya del Mar Egeo no se reduce a sus playas relajadas, a sus 365 iglesias, a las tiendas de capricho o al trazado marinero de Skala, su puerto.
La carretera sinuosa que transcurre entre los 269 metros del Monte del Profeta Elías desemboca en la Gruta del Apocalipsis, donde San Juan tuvo su visión de Dios para escribir el último libro del Nuevo Testamento. La carga emocional de la pequeña cueva granítica, al igual que la del vecino Monasterio de San Juan, es evidente. Por ello, esta isla donde fue desterrado el autor del Libro de las Revelaciones es también un importante lugar de peregrinación.
Santorini, la niebla es vida
Tras el terremoto de 1956, la reina de las Cícladas no intuía que su tierra árida, donde las lluvias escasean y los pocos cultivos existentes sobreviven gracias a la porosidad de la piedra pómez, que absorbe la humedad de la neblina del amanecer, sería una tentación irresistible a partir de los años 70. Pasear entre las escaleras de Oia, un tetris salpicado de minúsculas piscinas y hoteles de lujo, y descubrir Fira antes de descender en teleférico hasta su puerto, donde un pequeño barco nos traslada de nuevo hasta el crucero, sería simplificar demasiado las infinitas posibilidades de Santorini. Hay quien prefiere recorrer a caballo su interior, templar sus cuerpos en las aguas termales sobre este cráter activo del Egeo o darse un baño de historia y arqueología.
Akrotiri quedó sepultada tras la violenta erupción volcánica que tuvo lugar hace 3.600 años. Su magnitud fue tal, que restos datados alrededor del 1645 a.C. se depositaron en Groenlandia.
En excelente estado de conservación han llegado hasta el presente pinturas murales de la civilización minóica que reflejaban la vida, la estética de la época (incluidas las cabezas rapadas, y con mechones, de los hombres) y el carácter comercial de sus habitantes. Curiosamente, en sus frescos coloristas no se utilizaba el tono verde. En las villas de lujo, su arquitectura avanzada se levantaba con cimientos de adobe volcánico y se revestía con madera de olivo antisísmico. Tampoco faltaban los suelos de mosaicos en las salas más importantes, cuyas teselas se elaboraban incluso con moluscos. En la entrada de las casas había una ventana para comprobar quién venía de visita y, de paso, permitir la entrada de la luz cegadora, y mágica, del Mar Egeo.
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