
La historia reciente
La inmigración no es un debate nuevo: 25 años de los sucesos de El Ejido
El municipio almeriense se levantó contra los extranjeros tras el asesinato de tres personas en apenas dos semanas

Se cumple un cuarto de siglo del asesinato de Encarnación López en un mercadillo de El Ejido a manos de un inmigrante marroquí en tratamiento psiquiátrico. Fue la tercera víctima ejidense a manos de un extranjero en apenas dos semanas y la chispa que prendió una turba cuyo recuerdo quiere erradicar esta ciudad del Poniente almeriense. Una explosión de violencia colectiva sin precedentes, que mostraba una enorme brecha social y que movilizaba más de medio millar de efectivos policiales, causando una treintena de heridos, pero apenas unas pocas detenciones tras días de furia. Una horrible secuencia de linchamientos públicos, de incendios y destrucción al paso de una brutal ola siempre vinculada a la xenofobia, si bien los hechos se sucedieron de forma más compleja y profunda.
Sobre los denominados «Sucesos de El Ejido», cabe recordar que el 22 de enero del año 2000, los vecinos José Ruiz Funes y Tomás Bonilla, fueron asesinados a manos de un temporero de nacionalidad marroquí, que golpeó con una piedra al primero y degolló con un cuchillo al segundo, abriendo la mecha del dolor y el descontento entre una población que observaba la llegada de mucha población foránea, a veces indocumentada. Detenido el asesino y posteriormente condenado a 34 años de cárcel, el domingo 30 de enero tuvo lugar una enorme concentración cívica de protesta que apelaba a «El Ejido contra la violencia» o «Extranjeros sí; asesinos no», intentando cauterizar una herida que se desangró definitivamente el 5 de febrero con la muerte de la joven de 26 años, Encarnación López. Ese mismo día, sábado, se produjeron multitudinarias concentraciones espontáneas de protesta por la creciente inseguridad, que detonaron ya durante la noche y la madrugada, con el conocido estallido de incidentes, la mayoría aislados, pero catapultados a leyenda negra por la enorme repercusión mediática.
No ayudó, en absoluto, la aportación política del alcalde de El Ejido ahora condenado por corrupción municipal, Juan Enciso, arengando a la población con frases como «a las seis de la mañana hacen falta todos, a las seis de la tarde sobran todos». Ni tampoco la confusión que, tras el funeral por Encarnación, causó el linchamiento del subdelegado de Gobierno entonces, Fernando Hermoso. Se sabe que la horda popular lo identificó como «el que da papeles a los moros» y que ni un chófer ni el propio delegado de Gobierno, presentes en el acto, pudieron salvarle de los golpes que recibió antes de que un coche milagroso lo recogiera, para luego recibir decenas de pedradas arrojadas sobre una carrocería que terminaría destrozada.
Lo que no se pudo medir fue el miedo, inconcebible entre familias inmigrantes por las continuas persecuciones a grupos de personas, por los cortes de carreteras, incendios de vehículos y destrozos de negocios y locutorios. Se produjeron importantes disturbios en núcleos urbanos de El Ejido como Santa María del Águila, donde residía la joven asesinada; pero también en Las Norias, con quema de viviendas, hasta con los residentes dentro, que afortunadamente pudieron saltar a un furgón de la Guardia Civil para salvar su vida. Otro momento de máxima tensión se vivió cuando grupos de inmigrantes se concentraron con los brazos en alto, para desvincularse de los asesinatos producidos apenas días antes, antes de ser disueltos por una muchedumbre enfervorecida que no podía atender ninguna razón en esos momentos de ira.
Y es que cientos de personas atacaron sin freno sedes de ongs como la Federación de Mujeres Progresistas o Almería Acoge. Es conocido que no solo fueron ejidenses, porque los episodios se sucedieron en municipios colindantes y también fueron muchos los ciudadanos de otras provincias que aprovecharon el momento para esparcir su odio hacia el colectivo inmigrante. Mientras el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, pedía «calma y serenidad» para advertir que «la Ley caerá implacablemente tanto sobre el asesino, como por aquel que se tome la justicia por su mano», el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, prometía «mejorar las condiciones de vida, vivienda y empleo de todos los ciudadanos de esta localidad, incluidos los marroquíes».
La cordura llegó con el paso de las horas, el cansancio, la presencia policial y también con un paro de los trabajadores del campo, porque es evidente que la población extranjera crecía al albor de la labor del imán que era y sigue siendo el potencial agrícola de El Ejido. De las promesas de alojamiento, fondo social y la creación de comisiones de seguimiento de estos acuerdos con los inmigrantes, poco o nada quedó al poco tiempo. Justo el suficiente para que desapareciera el interés mediático que puso una etiqueta perenne de explotación laboral de la que no dudan de echar mano los competidores estratégicos de este sector económico fundamental para la provincia y Andalucía.
Hoy, con una población que supera los noventa mil habitantes, un 32% de origen inmigrante y un notable crecimiento urbano que requiere la expansión de infraestructuras, los comercios de ciudadanos de origen extranjero proliferan en pleno centro de El Ejido y se nota el empuje de su natalidad y de las nuevas familias nacidas, en gran parte, en el Hospital Universitario de Poniente.
Falta mucho para lograr una situación ideal de convivencia, pero conviene destacar las palabras de Mohamed Bentrika, responsable de Codenaf en Almería y entonces mediador llegado desde la Universidad de Granada para intentar apaciguar los ánimos entre tan sinrazón social. «Hoy vivimos en una enorme armonía y cohesión social en El Ejido, en nuestra relación general con nuestros vecinos». «Es conveniente cerrar con el pasado y abrazar el futuro», valoró Bentrika a LA RAZÓN, porque «hoy no tenemos violencia en ningún sentido». «Tenemos necesidades, pero trabajamos día por la integración y la paz social, como por ejemplo el proyecto educativo que desarrollamos con enorme éxito en Las Norias», estimó este agente clave en las relaciones interculturales almerienses. «Ya hay residentes de tercera generación y no solo hablamos de temporeros del campo, sino de importantes empresarios de servicios y de la construcción, que invierten e imprimen riqueza aquí».
Sí echan en falta estos colectivos «avances más decididos en cuestiones de culto», porque «no tenemos un lugar de enterramiento de nuestras confesiones» y «merecemos ese lugar de reposo en Almería, en algún sitio al menos de la provincia». Ese fue uno de los temas que se abordaron en el turno de ruegos y preguntas en último pleno del Ayuntamiento ejidense. El consistorio se muestra como adalid de la «multiculturalidad y la cohesión social» y su alcalde actual, Francisco Góngora, lo define como un «pueblo humilde y trabajador» que ha encontrado en la agricultura y el turismo sus principales patas de crecimiento.
Pero sería ilógico negar que aún saltan algunas tensiones en materia de inmigración en El Ejido, como intentó explotar el partido Vox desde la localidad y al calor de la continua llegada de inmigrantes a través de narcolanchas que han encontrado el lucro en el tráfico de personas. Desacuerdos también sonados por la decisión unilateral del Ejecutivo central de enviar 200 refugiados a Ejidohotel para «aumentar la presión migratoria» en una localidad en la que se estima que ya hay unas cuatro mil personas en situación irregular.
Una decisión que lamentó el regidor porque «ya no hablamos de la falta de medios para frenar la inmigración, es no tener en cuenta las necesidades especiales que requiere El Ejido», porque podrían «ir en contra de favorecer la cohesión, la integración y la convivencia, algo en lo que el Ayuntamiento y la práctica totalidad de la sociedad ejidense llevamos trabajando años». En el ambiente se filtra la posibilidad de que en próximas fechas llegará un nuevo recinto de acogida para refugiados, adicional al existente, en otras instalaciones del barrio ejidense de Santo Domingo.
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