Andalucismo lisérgico

La fiesta de la autonomía que se perfila al cabo de este puente escolar –alguien recontará algún día con celo los días lectivos reales– se asemeja cada año más a la berrea patriótica de otros nacionalistas centrífugos, pongamos que hablo de la Diada septembrina o del pascual Aberri Eguna. Aquí se llega sólo «degenerando», como en su momento al cargo de Gobernador Civil. Primero el PSOE y hoy sus herederos en San Telmo, el gobernante regional ha comprendido cuánto lo aposenta en la poltrona su aceptación de la moda identitaria, una espiral que sólo puede acabar con el envolvimiento del caudillo en la bandera blanquiverde: es un jueguecito en el que no caben medias tintas ni siquiera en esta Andalucía enorme, casi como Portugal, en la que son más perceptibles los límites provinciales que algunas fronteras entre naciones del Espacio Schengen. Así, desde aquel 28-F de 1980 en el que hubo que estrujar alguna norma para que el referéndum diese el resultado deseado, un insaciable leviatán llamado Junta ha ido ahormando el vasto territorio de espaldas al sentir de sus habitantes, desde luego, pero con la imbatible herramienta del dinero: los millones de la Administración son el auténtico eje vertebrador de Andalucía y su radiotelevisión pública, el único elemento legitimador de esa cosa tan rara de «realidad nacional» que se coló de rondón en el Estatuto de 2007. A los profesores y consortes, en fin, se nos brinda una magnífica ocasión para poner pies en polvorosa, así que gracias por leer este artículo mientras su seguro servidor disfruta de las experiencias lisérgicas que ofrecen sin quebrantar la legalidad los Países Bajos. No habrá en toda Batavia seta más alucinógena que la que ingirieron quienes ven ocho provincias mal avenidas y las confunden con una patria.