Mis Grammy

Después de varios meses de espera, o de angustia, el ciclón de los Grammy Latinos barre Sevilla de una punta a otra. No hay nadie que pueda escapar a este aluvión que cuenta incluso con una «previa» para calentar motores a costa de una exhibición de mal gusto como pocas veces se ha visto en la capital de Andalucía.

Desde la EXPO’92, para explotar nuestra veta, para sacarle jugo a la mina que nos da de comer, no hay que meterse en un ascensor con un pico y un casco para corroer las entrañas de la tierra, sólo debemos montar la terraza y mirar al sol. No nos vamos a hacer ricos, pero tampoco tendremos que rompernos el lomo buscando otras fórmulas para encontrar el dinero fácil.

Luego si los barrios históricos se vacían y las ciudades se convierten en parques temáticos es otro cantar que sirve de argumento de los que también tienen que vivir mostrando la mala cara de las cosas, porque el sol sale para todo el mundo. Si le apetece ver los efectos, la destrucción masiva del turismo de masas sólo tiene que darse un paseo durante estas jornadas gloriosas para acariciar el apocalipsis que nos somete. Exaltación del mal gusto, «soma» en vena y caras sonrientes mientras el suelo se abre bajo nuestros pies.

Alejándome del jolgorio busco las calles solitarias para salirme del infame carnaval donde reinan unos monarcas efímeros que se llaman Bizarrap, Camilo o Pedro Capó y recogerme a salvo a casa donde suena Brian Eno, que a los poco minutos te hace sentirte como si tuvieras la cabeza dentro de una bañera llena de agua. Otro coñazo, vamos. Supongo que esto del vacío de Eno y observar la felicidad de los otros forma parte de este tostón que es hacerse mayor.

Lo asumo y envidio que mi cuerpo no me pida disfrutar de esta feria de las vanidades mientras apago el coñazo de la música ambiental.