Entrevista

«Picasso era un minotauro machista y egocéntrico»

La escritora Laura Martínez-Belli, autora de "La mesa herida",r eflexiona sobre la capacidad del ser humano para "realizar las mayores hazañas y peores atrocidades"

Laura Martínez-Belli
Laura Martínez-BelliLa Razón

Como el torero que con su diestra alcanza muletazos que un natural no consigue, hay escritoras que con su prosa tan cargada de poesía te hace dudar entre párrafo o estrofa. Es el caso de Laura Martínez-Belli, que nos ofrece una emocionante trama inspirada en hechos reales sobre uno de los mayores misterios de la vida de Frida Khalo.

Nos convoca a una lectura sobre «una mesa herida».

He querido representar las heridas que nos atraviesan, aquellas que necesitan tiempo para sanar, pero cuyas cicatrices siguen doliendo cuando llueve; la libertad, la represión, el silencio provocado por el miedo.

Un rayo que separa arte e ideología.

«El arte no se debe a ninguna ideología», le dice la madre de Olga a su hija cuando la lleva a contemplar las obras de Kandinsky, de Malevich, Chagall. Obras que serían después censuradas por el régimen comunista. Extraña un arte que sea más libre. Si el arte se somete a una ideología política nos roban lo más libre que tenemos: la creatividad.

Frida Kahlo y Diego Ribera, como militantes de la libertad frente a la censura.

Ambos eran osados y provocadores. Diego fue capaz de destruir su mural «El hombre en el cruce de caminos» del Rockefeller Center de Nueva York cuando le pidieron que en dicho mural eliminara la figura de Lenin. Prefirió agarrarlo a martillazos que someterse a la censura. Frida también lo tenía claro, destruir una obra antes que doblar las manos. Buscaban explícitamente la censura para no someterse a ella. Así podían gritar a los cuatro vientos que eran libres.

Como mandamiento sanador, «mientras haya arte, hay vida».

El arte nos salva. Como salvó a Frida. Sin arte, Frida Kahlo se habría vuelto loca. El arte fue lo que le permitió permanecer meses en cama, encorsetada. Le permitió escapar de su cuerpo roto, aunque cuando se retrataba se pintaba con todo el dolor que llevaba dentro. No pintaba para evadirse, sino para entenderse.

Y Diego Ribera, que abría puertas y cerrojos.

La relación entre ellos es compleja. Pero él jamás le puso cerrojos. Al contrario: Diego era una puerta abierta que le enseñó el camino hacia el arte. Una puerta llena de otra clase de peligros, pero no fue un carcelero.

Pero cuanto menos parecían tener «una relación tóxica».

Ambos eran muy pasionales y no se eran fieles. Hoy diríamos que tenían una «relación abierta». Se peleaban y volvían. De manera que hoy se entiende eso como una «codependencia». Ambos se reconocían en esa humanidad imperfecta. Se amaban por sus defectos.

Picasso y Frida causan hoy día gran fascinación. ¿Qué los mantiene vivos? Tan iguales, tan diferentes.

Picasso era un minotauro egocéntrico, machista, devorador de almas. Frida no. Ella ha logrado trascender a pesar de ella. Se ha enarbolado como bandera precisamente por divergente, porque no permitió que su enfermedad la limitase. Intentó vivir con plenitud dentro de un cuerpo roto de verdad. Pese a vivir junto a Diego Ribera no permitió estar a su sombra.

Muchas más diferencia que similitudes pues.

Frida nos conquista porque fue valiente, resiliente y una gran artista. Picasso no está hoy en su mejor momento porque se le juzga por su persona y no por su obra, y con Frida pasa lo contrario justamente por la misma razón.

¿Será también porque el ser humano es capaz de destruir y crear belleza en igual proporción?

Somos capaces de las mayores hazañas y de las peores atrocidades. El siglo XX nos enseñó el lado más oscuro del ser humano, algo que nos avergonzó y que aún hoy nos sigue remordiendo en la conciencia. Me horroriza ver cómo el siglo XXI nos está mostrando que encima de todo somos unos desmemoriados y que según las circunstancias y el rasero con el que se mide seríamos capaces de cometer los mismos errores. Crear belleza también es una elección política.