
Historia
La isla donde Europa mandaba a morir: el oscuro secreto del Lazareto de Menorca
Uno de los relatos más persistentes habla de un médico francés que, durante una gran epidemia de 1817, se encerró voluntariamente en el lazareto para atender a los enfermos

En el corazón del puerto natural de Mahón, donde el mar parece calmo y azul como una postal, se alza una pequeña isla con un pasado que pocos se atreven a recordar. Se llama la Isla de la Cuarentena, aunque los menorquines la conocen mejor como el Lazareto.
A simple vista, parece una fortificación más de las que los británicos o los españoles dejaron como legado de siglos de disputas por el Mediterráneo. Pero bajo sus muros encalados y su silencio perfecto se esconde una historia inquietante: fue el lugar donde Europa mandaba a morir a los enfermos de las grandes epidemias.
Durante más de tres siglos, este islote fue la frontera invisible entre la vida y la muerte. Los barcos que llegaban a Menorca desde puertos infectados debían detenerse allí durante cuarenta días -de ahí su nombre-.
Tripulantes, pasajeros y mercancías eran aislados bajo estricta vigilancia. Nadie podía entrar ni salir. Se quemaban ropas, alimentos, cartas, muebles. Se desinfectaban los metales con vinagre y humo. Todo lo que oliera a humano quedaba prohibido. Era un mundo en cuarentena mucho antes de que la palabra sonara familiar.
Ecos de los confinados
Los registros oficiales hablan de decenas de muertes por fiebre amarilla, cólera y peste bubónica. Pero lo que no figura en los archivos son los testimonios orales que los pescadores y vecinos de Mahón transmitieron durante generaciones: luces que se encendían solas de noche, campanas que repicaban sin manos humanas, y un canto lastimero que parecía surgir del fondo del mar. Algunos aseguraban que eran los ecos de los confinados que jamás regresaron a tierra firme.
Uno de los relatos más persistentes habla de un médico francés que, durante una gran epidemia de 1817, se encerró voluntariamente en el lazareto para atender a los enfermos.
Según la leyenda, prometió no salir hasta curar al último. Murió en el intento, y cada año, la noche del 24 de agosto, su farol se enciende solo en la parte norte de la isla. Nadie ha logrado explicar el fenómeno… ni captarlo del todo en cámara.
Pasadizos y túneles secretos
El misterio se hace más tangible con los rumores de pasadizos ocultos bajo el suelo del lazareto. Algunos historiadores locales aseguran que existen galerías subterráneas construidas durante la ocupación británica para mover mercancías sin riesgo de contagio.
Otros creen que son túneles posteriores, usados para esconder material militar o incluso para transportar cuerpos sin que los vean los marineros que aguardaban su destino.
Una joya olvidada… y peligrosa
Hoy el Lazareto de Mahón es, en parte, visitable. Se ofrecen rutas guiadas, pero la mayoría de la isla permanece cerrada. Los visitantes recorren pabellones de piedra perfectamente conservados, patios silenciosos y muros marcados por inscripciones que datan de hace más de 200 años.
Es un viaje al pasado que despierta más preguntas que respuestas. ¿Qué otras historias quedaron enterradas? ¿Quiénes fueron realmente los que nunca salieron de allí?
Los investigadores de patrimonio advierten que el sitio, además de su atractivo turístico, encierra un valor arqueológico y sanitario único en Europa: conserva intacto el sistema de aislamiento más antiguo y mejor preservado del continente.
Pero entre los habitantes de Mahón persiste otra mirada, más supersticiosa, de que todo aquél que va al Lazareto no vuelve igual.
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