
Turismo
Así es el hotel escondido entre viñedos volcánicos donde se duerme con aroma a Malvasía
El edificio conserva su estructura original, con muros gruesos y patios interiores, mientras que sus once habitaciones reflejan una elegancia que busca integrarse en el entorno

La lava esculpió en Lanzarote un territorio tan irreal que cuesta creer que exista sobre la Tierra. Pero dentro de ese escenario surge un proyecto que une historia, vino y hospitalidad bajo el mismo cielo. El Grifo Hotel es la prolongación natural de la bodega más antigua de Canarias, fundada en 1775, y un símbolo de la resistencia agrícola que caracteriza al valle de La Geria. Allí donde cada cepa crece protegida por un muro de piedra y lucha contra el viento y la ceniza, el visitante puede ahora dormir entre viñedos y despertar con el aroma de la Malvasía Volcánica.
El hotel ocupa una casa solariega del siglo XVIII, construida sobre suelo volcánico y transformada con respeto por la familia Otamendi, heredera de una de las sagas vinícolas más emblemáticas de las islas. A finales de los años noventa, el inmueble fue conocido como el Caserío de Mozaga, y tras una profunda rehabilitación recupera hoy su esplendor con un nuevo propósito, que es el de ofrecer un refugio íntimo en plena naturaleza, donde tradición y diseño se unen. El edificio conserva su estructura original, con muros gruesos y patios interiores, mientras que sus once habitaciones, distribuidas entre dobles y suites, reflejan una elegancia que busca integrarse en el entorno. Desde las ventanas, el visitante contempla un mar negro de picón salpicado de zocos, los semicírculos de piedra donde crecen las vides, y entiende por qué esta zona fue declarada Paisaje Protegido.

La Geria, según el Cabildo de Lanzarote, es el ejemplo más claro de la llamada viticultura heroica. Aquí los viticultores cavan hoyos profundos para alcanzar la humedad que se esconde bajo la ceniza y proteger las plantas del viento constante. Este sistema de cultivo, único en el mundo, convierte cada copa de vino en resistencia. En ese escenario, El Grifo ha mantenido su actividad ininterrumpida durante casi dos siglos y medio, un logro que pocas bodegas europeas pueden exhibir. Su museo, abierto al público, conserva prensas, alambiques y utensilios que narran la evolución del vino en las Islas. Entre sus visitantes ilustres figuran el Nobel José Saramago, enamorado de la isla, y el artista César Manrique, quien supo trasladar la estética volcánica a su obra.
La familia Otamendi, actual propietaria, decidió hace dos años ampliar su propuesta con un modelo de enoturismo selectivo, centrado en la experiencia más que en el volumen. No se trata de recibir grandes cantidades de personas, sino de invitar a descubrir el alma de un territorio. Los huéspedes pueden recorrer los viñedos guiados por expertos, visitar el museo, catar vinos en la biblioteca y comprender cómo el suelo de lava influye en el sabor de cada botella. Entre las experiencias más solicitadas figuran la llamada “Finca Testeina”, un paseo que culmina en el wine bar con armonías de producto local, y “Apasionados por el vino”, una inmersión en los tradicionales chabocos que termina con la degustación de seis vinos maridados con quesos de cabra de la isla.

Gastronomía
El restaurante El Grifo Mozaga, abierto también a comensales externos de martes a sábado por la tarde, rinde homenaje a la cocina lanzaroteña con un enfoque contemporáneo. En su carta aparecen productos de kilómetro cero, como pescados, mojos y verduras cultivadas en suelo volcánico, siempre acompañados por los vinos de la casa. La Malvasía Lías 2018, reconocida con medalla de oro en el certamen internacional Vinistra en Croacia, es uno de los referentes que mejor expresan el carácter mineral del territorio. Los tintos elaborados sobre ceniza y los blancos jóvenes completan una gama que ha recibido elogios de publicaciones especializadas como Decanter y Wine Enthusiast.
Lanzarote fue reconocida por la UNESCO como Reserva de la Biosfera en 1993, y la bodega participa activamente en la preservación de ese equilibrio. Su actividad se basa en el respeto por el paisaje agrícola tradicional, el uso eficiente del agua y la energía y la limitación del impacto turístico. Dormir entre viñedos, caminar por senderos de piedra y observar cómo las cepas resisten al viento alisio permite al visitante comprender la relación ancestral entre el hombre y el territorio.
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