Opinión

Anatomía del silencio

José María Triper
José María TriperArchivo

Como el invierno, escrito con dedos de nieve en su poesía, para así sentir la vida, José María Triper, uno de los autores más disfrutones y canallas de nuestras letras, nos acerca a los sueños, la sensualidad, el sexo y la sed; a la sombra y a la música callada, en su último poemario “Anatomía del silencio”. Y lo hace desde el convencimiento de que el silencio cura: “Sí, el silencio cura, /pero también duele sin querer.”

El amable lector estará de acuerdo también con este gacetillero, en que ese confidente y chivato que es el silencio, puede convertirse igualmente en el mayor amparo o en un infierno. Pero Triper, Premio Internacional de Poesía José Zorrilla es, ante todo, un poeta del amor; lo que es tanto como decir de la holgura interminable de lo eterno: “Podría vivir la eternidad/ contigo/ y siempre tendríamos/ palabras para hablar./ Recorrer el infinito/ sin cansarnos,/ resucitar unidos la esperanza/ y esperar”.

Regreso al silencio; a ese callar querido de los cartujos, mis amados monjes blancos como la nieve que nos bendice estos días. Lo mejor de “Anatomía del silencio”, es que contempla todos los silencios: desde el forzoso, al cómplice o culpable; ignorante, cobarde, compasivo, farisaico, o inteligente. Al silencio enamorado, que es el más sonoro de todos. Porque el silencio, asegura nuestro poeta, “es todo eso y sólo eso. Verbo, tristeza, soledad, deleite, felicidad, pasión y vida. Poesía”.

La Editorial Sial Pigmalión, ha tenido el acierto de acompañar esta “Anatomía del silencio”, con un CD, a modo de bellísima antología musical, que convierte este poemario de José María Triper, en poesía cantada, a modo de la poesía susurrada y bailada que defendía el senegalés Léopold Sédar Senghor, cuando afirmaba que “la poesía llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente”. Como en la Grecia de Pericles o en el Egipto de los Faraones, ciertamente. Como sucede aún hoy en el África negra. Ese continente del que mucho beberíamos aprender y cuyo silencio se ha roto para gritarnos tantas y tantas cosas.