Opinión
¿Qué hay de Suárez Illana?
Sucedió hace unos días, en el programa televisivo “Noche de preguntas”. La inmensa mayoría de los participantes, que eran escandalosamente zagales -aunque nunca se es lo suficientemente joven-, le dieron un 10 a Suárez Illana, en su quehacer como político.
La valoración general no podía ser más positiva: currante, honesto y valiente. Ante esta reacción, cabría preguntarse por qué el PP no lo exprime algo más, si es uno de los peperos que más simpatías y menos rechazos despierta; que cuando se le ve por la calle, o acude a cualquier acto, solo o con su esposa Isabel Flores, recibe constantes muestras de cariño y aprobación. Incomprensible, como otras vainas de la derecha española que a uno, ciudadano corriente y moliente, que lo único que le mueve es lo mejor para todos los españoles, se le escapan.
Presto con gusto esta gacetilla, con permiso del director, para que si algún dirigente del PP quiere responder lo haga. Adolfo Suárez padre eclipsa, ciertamente, al hijo. Pero esa no es la cuestión. El asunto es que, si hay un político que se esté pateando infatigablemente España con ese mensaje conciliador que tanta falta nos hace, pese a padecer una enfermedad que da poca holgura, ese es Adolfo Suárez Illana.
El único que se ha atrevido a expresar algo de lo que cuento, ha sido Alfonso Fernández Mañueco, el presidente de Castilla y León, otro que tampoco se muerde la lengua últimamente. Lo repite Suárez Illana, desde los Pirineos a los arenales gaditanos, en pueblos y ciudades: “en cinco siglos, solamente hemos tenido 40 años de paz duradera en los que conjugar democracia, con esa prosperidad compartida que posibilitó la concordia de la Transición” La capacidad para habitar con el distinto es posible.
“No hace falta ser iguales para convivir, aupar un país y disfrutar” ¡Qué bueno sería que estas palabras, que le escuche a Suárez Illana en Ávila, las hicieran suyas la derecha y la izquierda en esta hora de España; especialmente algunos dirigentes peperos que no acaban de entender, a estas alturas del paseo, “que nunca faltará pecado en el mucho hablar ni será bien gobernado el varón de mucha lengua”, como advierte Baltasar Gracián, quien recuerda igualmente que “el callar a su tiempo es discreción que no alcanzan los habladores”.
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