Opinión

Salamanca: elogio de la luz

“Todo fotógrafo encuentra en la luz su momento de gloria. Y si hay uno capaz de descubrir hasta qué punto la luz nos proyecta las sombras de las cosas, ése es José Amador Martín Sánchez”

Todo fotógrafo encuentra en la luz su momento de gloria. El instante en el que observa la aparición de la vida y la rescata para siempre. La luz sobrecoge; lo saben los buenos fotógrafos, esos que tienen ojo y ven lo que el resto no percibimos. Si hay uno capaz de descubrir hasta qué punto la luz nos proyecta las sombras de las cosas, las reales y las imaginarias, ese es el salmantino José Amador Martín Sánchez, capaz de atrapar un universo visual que nos abraza, nos acompaña y hasta nos hace el amor.

Martín Sánchez, cuya aportación a la Cultura se encuentra entre las más valiosas, por la libertad y belleza de su obra, acaba de publicar un libro hermoso que se titula precisamente así: Elogio de la luz. Un tesoro de imágenes, poemas y textos entremezclados, por los que pasan las horas y los días, como una invitación a un sueño que sueña. Dice Pérez Alencart, a propósito de Elogio de la luz, que “todo se completa en esta ofrenda de lo momentáneo absoluto”.

Es verdad: La maestría de José Amador, es capaz de capturar el vacío fértil y mucho más. Acierta Marcos Robles cuando asegura, en el texto que acompaña estas páginas, que “si triste es la vida de quien no puede ver, aún más triste lo es la de los que, incluso con los ojos abiertos, carecen de la sensibilidad para admirar el milagro de la luz y de las sombras”.

Poseer la luz y ponerla a nuestro alcance, como una ofrenda de amor, eso es lo que lleva haciendo toda su vida este pensador y fotógrafo indispensable, que es Martín Sánchez. Desde los desolados páramos, hasta el gélido aliento salmantino y sus piedras desnudas, pero cálidas como el lento y tibio nácar de unos senos adolescentes. Aquí tienes, amable lector, el palpitar de Salamanca, con su luz atardecida, con esa sombra que trepa por los corazones, hasta confundirse con la belleza única de su Plaza Mayor, en un día cualquiera; o entre el bullicio estudiantil de sus callejones y fondas camineras.

Es la luz, es la luz, si, la que lleva a nuestro escritor por donde quiere y por donde no quiere. La que lo engancha a lo eterno, a la desnudez de los paisajes de Tejares, cercados por la niebla, mientras el silencio envuelve la mañana; a las veredas repletas de lirios que se miran en el Tormes ¡Ay los blancos limpios, los grises suaves y los negros puros, muy puros de José Amador!

Los claroscuros de la vida, de una de las cumbres de la fotografía y de la poesía de Castilla y León. De esta pasional patria nuestra, eterna y de fábula, que es España.