Opinión

Sin amigos no hay vida

“La amistad representa un camino inagotable de sostén y capacidad para compartir”

Sin amigos, la vida no es vida. Es más: la amistad nos permite un tipo de relación más abierta y rica que el propio amor al uso. En realidad, hablamos en exceso del amor: desde el de Dios al de pareja, Lo hacemos, en cambio, bastante menos de la amistad, que es en realidad el querer del alma. El amor romántico lo invade todo. Es como si sólo importara la cama rica -algo que está muy bien, desde luego, pero que no lo es todo-, a la hora de valorar el amor.

Lo expresa muy bien el portugués José José Tolentino Mendoça: “Cada vez se sabe menos de qué estamos hablando cuando hablamos de amor”. ¡Qué gran verdad! Con la misma palabra designamos el amor conyugal y el sentimiento que nos une a un club; la relaciones entre padres e hijos, o las ocasionales; las aspiraciones intimas más profundas y también las más frívolas. En teoría todo es amor; pero no. ¿Hasta qué punto nos hemos acostumbrado a escuchar la palabra amor, y a vivirla en nuestro interior sin mayor discernimiento?

¿Y qué pasa con esa hermosa forma de amor incondicional que es la amistad? ¿No será que la subestimamos y hasta relegamos a un tercer plano? La amistad, a la que el doctor Enrique Rojas llama “el plato fuerte de la vida”, representa un camino inagotable de sostén y capacidad para compartir. Aquél que consigue vivirla con plenitud, le ha caído la lotería; ha descubierto, probablemente, el mayor tesoro . Los amigos forman parte de nuestra vida, la ensanchan, la enriquecen, le aportan consistencia; la acompañan y nos despejan el camino.

Pero lo mejor de todo es que, la amistad, es una experiencia en la que hay confianza, sin que exista presión. En el amor, la información compartida, debe de ser total; sin reservas de ningún tipo. En cambio, en la amistad, la discreción se acepta de forma natural; algo que aleja cualquier tentación de dominio. La amistad no incluye esa obsesión por poseer y controlar que, muchas veces, está agobiantemente presente en relaciones de pareja egoístas y dependientes, que son más apego que otra cosa.

¿Por qué será que los matrimonios que más se quieren, más duran y mejor resisten el paso de los años, son aquellos que están medulados por una amistad recia?, que es mucho más que un delicado ejercicio de afecto y buenos modales.

La verdadera amistad es conversar, reír o llorar juntos, partir y repartir, escuchar, respetar, aprender el uno del otro; divertirse en buena armonía y discrepar las veces que haga falta, para abrazarse de nuevo. Importa lo que importa, amable lector: que el amigo forme parte de nuestra vida afectiva, sin dejar por ello de ser el otro.

¿Puede haber dicha más grande?