
Opinión
No hay revolución. Solo egos con pancartas
"Me da la sensación que hay violencias que no cotizan"

Últimamente, muchos dicen querer paz, sí, la escriben en pancartas, la gritan con megáfono y hasta se la tatúan en la piel. Aunque acto seguido prendan fuego a un contenedor, revienten escaparates o lo que se les pase por su "ilustrada" cabeza. Me parece alucinante el modo en que ciertos ideales se convierten en licencia para lo opuesto... Es como si la nobleza del fin justificara la torpeza de los medios.
Como si gritar “justicia” fuera suficiente para ignorar el incendio que se deja atrás.
En Barcelona, en París, en Santiago, da igual: la coreografía es siempre la misma. Claro, una manifestación que deriva en destrucción.Y cuando alguien cuestiona la contradicción, la respuesta (sonrío ) es predecible: "la rabia es válida y esto también es resistencia". Creo que todo no se justifica por el contexto. Toda ira no es revolución y no todo el que quema algo está cambiando algo. A veces solo está jugando a la épica mientras perpetúa el caos que dice combatir...
Y luego está la otra violencia.
La que no hace ruido.
La que no sale en medios a menos que encaje en el relato correcto.
Porque si un grupo cristiano es masacrado en Nigeria, o una aldea yazidí es arrasada, o una mujer iraní es ejecutada por mostrar su cabello, hay un extraño fenómeno: el silencio.
Me da la sensación que hay violencias que no cotizan. Sí, y muertes que no son trending. Y causas que, si no encajan con la estética del momento, se pierden entre otras notificaciones... ¡Mira que somos hipócritas! Por decirlo finamente.
Los humanos nos hemos vuelto expertos en elegir qué injusticias merecen atención.
A día de hoy la indignación es selectiva. Sí, como si la moral viniera con filtro.
¡Así es la vida! Mientras unos queman contenedores en nombre de la paz, otros mueren sin que nadie interrumpa su café.
Ay, los indignados desde el iPhone y los solidarios de sofá. Cuánto me recuerdan a Judas.
Creo (opinión subjetiva) que el problema no es la violencia. Es el modo en que la administramos y el doble estándar con que la juzgamos. E incluso la pereza con que la pensamos.
Todos queremos paz, sí, pero que venga rápido y sin renunciar a nada, que no nos incomode, ni nos saque de escena.
Que llegue como llega un repartidor: puntual, limpio y sin exigirnos demasiado.
Creo que la paz (la de verdad) no es espectáculo, ni consigna, ni selfie.
Es una construcción lenta, incómoda, sin épica, ni likes.Y tal vez por eso, nos cuesta tanto sostenerla.
Porque no quema, no grita, no vende. Solo exige...
Y eso, en este siglo, es casi una provocación...
Queremos cambiar el mundo, pero no soltar el teléfono.
Queremos justicia, pero sin perder privilegios.
Queremos revolución, pero sin mancharnos de dudas.
Y así seguimos: marchando detrás de consignas que nos hacen sentir bien, pero no cambian nada.
Indignados de ocasión, furiosos por turnos, adictos a la superioridad moral.
Nos creemos parte de algo más grande, cuando muchas veces sólo estamos gritando para no sentirnos solos.
Confundimos compromiso con visibilidad, ética con estética y transformación con pertenencia.
Tal vez no haya revolución.
Tal vez lo que hay es otra cosa: una sociedad que aprendió a señalar, pero no a sostener. La misma que exige pero no construye y la que condena, pero no encarna. La que milita con pancartas, pero no con cuerpo.
Mientras tanto, el mundo sigue ardiendo... La duda es si por falta de ideas. O por exceso de ego.
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