Sociedad
Música y caos en el Atenazador alistano
San Vicente de la Cabeza (Zamora) se lanza a la calle en una mascarada de verano, inusual por las fechas, que recrea una boda tradicional, la fertilidad y las tenazas con las que sujetar las piernas a las mozas
Aliste, territorio de tradición, magia, cultura y antepasados. Internarse en esta comarca zamorana supone una desconexión e introducirse en un mundo casi de fantasía, como la que hoy rememora la localidad de San Vicente de la Cabeza, donde sus habitantes y veraneantes se lanzan a las calles para celebrar la Mascarada del Atenazador, que se celebra, inusualmente, en verano, y que recrea una boda tradicional para ensalzar, a su vez, la fertilidad de la mujer y del campo con la ayuda de unas tenazas, las que porta uno de los protagonistas del desfile, con las que sujeta principalmente las piernas a las mozas.
En su origen, esta fiesta se celebraba el 29 de junio, Día de San Pedro, pero actualmente se ha trasladado al 11 de agosto para que coincida con las fiestas patronales del pueblo, en honor a San Lorenzo, y aprovechar el mayor número de gente. Los Atenazadores se visten en el Museo que lleva su nombre, ayudados por otros mozos y mozas. Antiguamente, ellas vestían después a la denominada ‘Novia’, uno de los numerosos personales que desfilan, en una tarde en el que el caos atemoriza a la población en un ambiente festivo, acompañado del son de la música que proporcionan las gaitas.
El Atenazador, uno de los seres más extraños y llamativos de las mascaradas de Castilla y León en cuanto a su forma y estética, se erige en una especie de monstruo humanoide, con garras extensibles que pudieran simular ramas de viña o de un tejo, tal y como los define Pyfa Montgomery en ‘Mascaradas de Infierno. Vol. 2’ (Editorial Semuret, 2022). Con este atuendo corre detrás de los niños y los jóvenes, a los que agarra con las tenazas. Recorre buena parte de las calles del pueblo para coger también las piernas de las mozas, aunque tampoco perdona a las personas mayores sentadas a la puerta de las casas, en esa imagen icónica de otra época cada vez menos vista en el medio rural.
Cuando avistan a niños o adultos despistados, tapan los cencerros con una mano para evitar el sonido y sorprenderlos. Sus ojos profundos podrían hipnotizar a quien se cruce en su camino y dejarlo totalmente a su merced. Los personajes de mascarada desfilan por las calles del pueblo. La música y la anarquía se apoderan de esta localidad bañada por el río Aliste. Los Atenazadores penetran en las casas y atenazan cuanto encuentran a su paso: palas, sacos, mantas,... el objeto principal que antes cogían era el pallizo, un aro circular de mimbre sobre el que reposaba el caldero de cobre; y si lo querían recuperar, los dueños tenían que hacerlo con una aportación económica.
La ceniza de la fertilidad
Y poco a poco transcurre la tarde. Los personajes que representan a los Novios, él y ella, no cesan de bailar en una sincronización que, incluso en determinados momentos, evoca un clasicismo que asusta. Se hacen arrumacos, se besan, él le levanta la falda y es frecuente que el novio coja a horcajadas a la novia y simule el acto sexual. De casa en casa, todos juntos se mueven al son de la gaita. Por un lado, los que representan a los ‘Pobres’, que van pidiendo a sus dueños, y que si no dan nada para los mozos se las verán con la ceniza de la ‘Filandorra’ y los propios Atenazadores.
La Filandorra cierra, precisamente, el cartel de personajes antruejos, encargada de una de las acciones más relevantes de la fiesta. Arroja ceniza a todo el que pasa por delante. No en vano, la tradición explica que este elemento permitía fertilizar, igual que antaño se utilizaba para el campo y que, como metáfora, hablaba de la posibilidad de la mujer para crear a su hijo. Los más formales, los que encabezan la comitiva, son los músicos, quienes acompañan con ritmos al Novio en el momento que reparte cigarros entre la gente, como era usual en las bodas tradicionales. También es frecuente el baile entre la Filandorra y el Atenazador.
Una vez recorridas las calles del pueblo, la fiesta acaba al lado del puente con las últimas carreras de los Atenazadores. La Filandorra esparce la última ceniza y el baile de los Novios cierra un año más la representación, a la que se suman los vecinos al son de la gaita y del tamboril.
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