Sociedad
LA SONRISA DE BUDA
"La tenacidad y la perseverancia, no son cualidades que estén de moda"
Aunque todos hablen de él, pero nadie le siga, Ramiro Calle, el pionero de la enseñanza del yoga en España, continúa empeñado en transmitir, desde la quietud, la paz y el contento, las enseñanzas de Buda, convencido de que más vale mejorar algo interiormente_por poco que sea_ y, por tanto, socialmente, a seguir estancados en la molicie y el autoengaño. Cree el yogui más respetado y seguido de cerca por cientos de miles que, el hecho de estar en el intento de avanzar y mejorar como personas, por más fracasos que se acumulen, merece mucho la pena, porque todo el que se lo proponga seriamente puede cambiar.
Lo cierto es que pocos, muy pocos, siguen de verdad las enseñanzas budistas, por más que esté de moda ese yoga edulcorado, el mindfulness o la meditación y hasta resulte atractiva la sabiduría que viene de Oriente. A Buda se le admira, se leen sus principales enseñanzas, se indaga en su vida, se predica sobre él, pero apenad se practica seriamente. A esta sociedad, en constante y obsesiva invitación a mirar hacia fuera y a dejarse absorber e hipnotizar por lo sensorial, que confunde verdad y sentimiento, se le hace demasiado cuesta arriba el desapego de los sentidos, o volverse hacia los adentros y hallar respuestas en uno mismo, mediante el trabajo interior, tal y como plantea el asceta y eremita Siddhārtta Gautama.
La tenacidad y la perseverancia, no son cualidades que estén de moda, y mucho menos aquella sabia advertencia de Buda: “¿Qué refugio vas a encontrar fuera de ti mismo?”… pues bien: la agudeza mental, el recto propósito, las raíces del bien y del mal, el amor del alma, la alegría compartida, la ecuanimidad, el sosiego y el gozo íntimo, son algunos de los retos y verdades en los que indaga, con extrema lucidez y perspicacia, Ramiro Calle en su reciente libro, bellamente editado por Kailas Pensamiento, ‘La sonrisa de Buda’. Recuerda el autor de El Fakir, que “arrebatados por el apego, el odio y la ofuscación, los hombres, han perdido el gobierno de su propia mente, se hacen daño a sí mismos y a los demás, sufriendo toda clase de aflicciones”. Pocas cosas hay más ciertas: la codicia, enraizada en lo hondo de la mente humana, desata una ambición obsesiva, apego y afán de poseer, acumular y aparentar que conduce, inevitablemente _como podemos ver cada día a nuestro alrededor_, a conductas inmorales y a explotar y esquilmar a los demás; a solo mirar por el propio beneficio. Una actitud que destruye la paz interior y acaba con lo mejor de uno mismo.
La avidez, vinculada siempre a la inseguridad y el miedo, no conoce límites en nuestros días. “Ven y mira”, insistía Buda. Es decir: “mira lo que es y no lo que apeteces, te interesa, gustaría, o han dicho que es”. Solo esa visión profunda y penetrante, que conocemos como sabiduría, para discernir lo que es como es, lejos del autoengaño, nos permite entender que es el pensamiento el que provoca mayor sufrimiento, “empeñado en enredar y desenredar, para volver a enredar”. Por tanto, es la mente la que hay que sujetar, cambiar y trabajar incansablemente, para acabar con esos trampantojos que nos pone de manera infatigable. “La loca de la casa”, llama Santa Teresa a la mente, especialista en amargarnos la vida a nosotros y a los demás.
Al final, importa lo que importa: la atención debida y el esfuerzo correctamente orientado, para así robustecer los propósitos positivos y no dar cabida a los negativos. Algo que solo se consigue echándole un pulso al ego, “ese gran farsante y fuente de males”, mediante la renuncia a las emociones y pensamientos insanos; apoyados firmemente en la meditación, la compasión y el desapego. El resto es paisaje., inevitablemente _como podemos ver cada día a nuestro alrededor_, a conductas inmorales y a explotar y esquilmar a los demás; a solo mirar por el propio beneficio. Una actitud que destruye la paz interior y acaba con lo mejor de uno mismo. La avidez, vinculada siempre a la inseguridad y el miedo, no conoce límites en nuestros días. “Ven y mira”, insistía Buda. Es decir: “mira lo que es y no lo que apeteces, te interesa, gustaría, o han dicho que es”. Solo esa visión profunda y penetrante, que conocemos como sabiduría, para discernir lo que es como es, lejos del autoengaño, nos permite entender que es el pensamiento el que provoca mayor sufrimiento, “empeñado en enredar y desenredar, para volver a enredar”.
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