Cataluña

Diario de una cuarentena con niños: Día 31

Escritura confinada con bebé

Escritura confinada con bebé
Escritura confinada con bebéVíctor Fernández

Tengo al teléfono a Bonaventura Clotet para que me cuente los últimos avances de sus investigaciones. Nada más empezar a conversar y mientras me cita con detalle algunos de los fármacos que pueden matar al infecto virus que nos persigue, al otro lado de la puerta de mi despachito casero, oigo a Nora llorar. Nora tiene ocho meses y, por fortuna, no se entera del lío tremendo en el que vive la humanidad, empezando por sus padres. Clotet me subraya lo importante de la hidroxicloroquina a la vez que la pequeña ha logrado que uno de sus juguetes favoritos exclame con música de fondo que “las manzanas son muy sanas” y, si bien todavía está aprendiendo a gatear, la anima a levantarse al grito de: “¡anda conmigo!”. Afortunadamente, la madre de Nora acude a mi rescate y cierra la puerta que solamente entorné.

Este confinamiento me recuerda a aquella película que se titulaba “Recluta con niño”. En mi caso deberíamos hablar de “Periodista con niña” o, para ser exactos, “Periodista con bebé”. Gracias a las virtudes que tiene el teletrabajo, uno puede dividir su tiempo entre poder mirar las agencias de noticias, escribir el artículo y acudir al rescate de Nora. Sin su madre y, a la par, esposa mía, esto sería más complicado, aunque ella también tiene que ponerse delante del ordenador a escribir. Así que lo mejor es ir turnándose a la pequeña entre juego y juego, entre pañal y pañal, entre chupete y chupete. Podría decirse que hay unos horarios establecidos, aunque siempre cambiantes dependiendo de las siempre cambiantes demandas de la más pequeña de la casa. Eso sí, cada día, si no está durmiendo, antes de la reunión de redacción, a eso de las cuatro de la tarde, me llevo un rato a Nora a que juegue en nuestra cama a alcanzar un oso regordete que se ilumina con diferentes colores.

Cuando se declaró el estado de alarma, se olvidaron de los niños. Afortunadamente Nora es una santa y de vez en cuando nos regala sus horas de sueño. En esos escasos momentos, como si estuviéramos a punto de quedarnos sin batería en el ordenador, sus padres tecleamos sin parar. Cuando en la lejanía se escucha un pequeño gemido de la niña, anunciando que se está acercando el final de su generoso descanso, apuramos el ordenador, sacamos las palabras que le faltan al artículo por arte de magia. Luego viene el llanto, que es como la alarma que nos avisa que se ha acabado todo: es el momento de ir a por ella a su cuna y, por unos momentos, dejar a un lado las peleas entre los políticos y el drama de la situación que se vive en la calle. Parece como si el cuarto de Nora fuera un espejismo en mitad del desierto. Y probablemente así sea.

Durante los primeros días de encierro se me ocurrió la brillante idea de sentar a la pequeña en mi regazo mientras escribía. Error y de los grandes. No se puede tener sentado a un bebé en las piernas mientras escribes una entrevista con un médico. La fascinación por la pantalla, por esa ventana nueva tan iluminada, anima a Nora a completar el trabajo de su padre. No, no hace de negra literaria, sino que ella misma toma la iniciativa y enriquece el texto pulsando teclas con su propio criterio. Los surrealistas franceses llamaban a esto “escritura automática”; yo creo que debería llamarse “escritura de bebé confinado” aunque dicho así parece un plato de la gastronomía francesa.

Me doy cuenta de que debo acabar este artículo, que me estoy alargando con eso de volverme autobiográfico. Cuando creo que ya puedo ponerle punto final a esta historia, oigo una voz de fondo. Pienso que se me ha escapado algo del informativo y mi mujer está poniendo el grito en el cielo. No, no es nada de eso. Lo que ocurre es que la pequeñaja necesita un nuevo pañal. Y, de fondo, como no podía ser de otra manera, la voz de un perrito que se ilumina vuelve a recodarnos que “las manzanas son muy sanas”.