Cataluña

La maldición de Casandra que nos persigue por el coronavirus

Muchos epidemiólogos advirtieron de las consecuencias de una pandemia global, pero nadie quiso escucharles, lo que ha derivado en esta sensación de contante improvisación

Casandra y sus profecías estaban condenadas al silencio ya que nadie las iba a creer nunca
Casandra y sus profecías estaban condenadas al silencio ya que nadie las iba a creer nuncaLa RazónArchivo

En la mitología griega, Casandra era la hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya. De gran belleza, talante ardiente y ambicioso corazón, enamoraba al Dios Apolo, que se ponía a sus pie y prometía concederle cualquier don si le concedía su amor. Ella aceptaba y pedía a Apolo lo que más ansiaba, saber lo que nadie sabe, conocer el futuro, poder anticipar todas las suertes. El dios no dudó en convertirla así en omniesciente y unirse a ella por fin. Sin embargo, cuando adquirió su poder, Casandra se atrevió a rechazar a Apolo. Ahora conocía su porvenir, pero no vio la reacción del dios. Furioso ante el rechazo, la escupió con asco, y la condenó a saber siempre lo que iba a suceder, pero nadie la creería jamás, así que todas sus predicciones sólo se oirían siempre como el rebuzno de un alma trastornada.

Casandra predijo la caída de Troya o la muerte de Agamenón, pero no pudo hacer nada para evitarlo porque sus palabras sólo eran escuchadas con escarnio, como las predicciones de una bruja ridícula. La gente se reía de ella y la menospreciaba. Ni siquiera después, cuando los hechos confirmaban sus palabras, nadie la creía. Si Casandra hubiese predicho el coronavirus años antes de que sucediese, nadie hubiese hecho nada prepararnos mejor contra la pandemia. Y lo triste es que sí hubo Casandras, hubieron más de una docena, pero nadie las escuchó o quiso escucharlas.

Según los psicólogos, la mente humana no está preparada para creer lo que nunca ha sucedido antes o no ha experimentado recientemente. Es decir, por mucho que los epidemiólogos nos avisasen de que el riesgo de un virus mortal que se extendiese por todo el globo, nadie podía hacerse a la idea de que algo así podía suceder de verdad porque, al no haberlo experimentado nunca, no sabía lo que significaba. Es como si tú intentas que un niño de tres años entienda lo que significa “ayer” y “mañana” sin que sepa lo que es el tiempo. Los gobiernos podían entender lo que significaba una pandemia, y podían responder a los dictados de la Organización Mundial de la Salud, pero al hablarles de “pandemias” lo único que entendían era un futuro posible, o sea, un cuento de ciencia ficción. ¿Y quién se va a preparar contra un cuento de ciencia ficción? “Va, parece que vivamos en una película”, decimos sin parar estos días.

La lista de expertos que nos avisaron que esto sucedería es infinita. En 2005, la periodista Laurie Garret, ganadora del premio Pulitzer, escribió en la revista “Foreign Affairs” un artículo en la que alertaba de la posibilidad de una pandemia global por una nueva gripe mortal y de las terribles consecuencias económicas que ocasionaría. En su libro de 1994 “La próxima plaga” ya definía paso por paso lo que sucedería si se abría al mundo una terrible pandemia y desde entonces empezó a realizar conferencias y charlas por todo el mundo hablando de las últimas revelaciones de los epidemiólogos al respecto.

Garret mira ahora estupefacta lo que está sucediendo porque, como decían en “Matrix”: “Conocer el camino no es lo mismo que recorrer el camino”. En su opinión, se necesita una cura y una vacuna urgente, pero lo más rápido que ella puede prever por todo lo que sabemos ahora es que al menos esta crisis no se solucionará hasta dentro de 36 meses. Eso son tres años, hasta mayo de 2023.

Lo que tienen claro todos los epidemiólogos que ya avisaron de lo que podía pasar es que esta “nueva normalidad” que estamos creando para iniciar la desescalada está aquí para quedarse. De la misma manera que el 11-S cambió para siempre nuestro mundo y la manera en que viajamos, el coronavirus también lo hará y nos acostumbraremos, pues el hombre es un animal de costumbres y se adapta a todas las circunstancias.

Al igual que Garett, los nombres de epidemiólogos, científicos o expertos que “predijeron” este colapso es variado. Están los epidemiólogos Larry Brilliant, Michael Osterholm, Seth Berckley, Luciana Borio, Alanna Shaikh, Peter Daszak, el virólogo y experto en gripe Robert G. Webster, o los omnipresentes Bill y Melinda Gates, entre otros.

Nadie los escuchó o supo escucharles, al menos ningún gobierno lo hizo. El conocimiento que no provoca reacción sólo es, lo que Shakespeare llamaba, “una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. Parece que ahora escuchamos más a los expertos. Incluso todos los gobernantes tienen su epidemiólogo de cabecera, como Torra con Oriol Mitjà. El peligro es que ahora sólo se quiera escuchar a los que nos dicen lo que queremos escuchar.

¿Así que qué predicen ahora estos expertos? ¿Es demasiado tarde para prepararse mejor ante los retos que el coronavirus nos ha planteado? Lo que sí parece evidente, y se está evidenciando en estas primeras semanas, es que el desequilibrio económico es cada vez más pronunciado. Las grandes fortunas siguen enriqueciéndose mientras el resto de la población se empobrece, el peligro de la irrupción de protestas masivas y graves incidentes en las calles es una constante a tener en cuenta.

Así que si no superamos la maldición de Casandra y hacemos caso a lo que los indicadores nos señalan, acabaremos locos y ailados, como la pobre mujer que lo sabía todo, pero no sabía nada porque nadie quería escucharla.