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El cura que odiaba a Galdós

Pablo Ladrón de Guevara censuró a principios del siglo XX a numerosos escritores

Mercado y corrupción en los Episodios Nacionales
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No son pocas las ocasiones en las que recurrimos a la crítica literaria para saber si un libro es bueno o malo, si vale la pena que nos acerquemos a las páginas de la última novela publicada o si merece la pena que sigamos la trayectoria literaria de un autor concreto. Así buscamos consejo y no son pocas las veces que seguimos una recomendación. A principios del siglo XX hubo un religioso que a su hábito religioso sumó el traje de crítico literario. Se llamaba Pablo Ladrón de Guevara y es el autor de “Novelistas malos y buenos”, un volumen del que al menos se hicieron cuatro ediciones, la última de ella con el juicio a más de 3.000 autores, tanto españoles, como portugueses, italianos, escandinavos o estadounidenses. Son todas las literaturas a las que se acercó Ladrón de Guevara, un jesuita con gustos muy peculiares.

A la manera de un diccionario, el religioso fue definiendo cada autor y, en algunos casos, comentando la obra publicada hasta la fecha. El resultado es un manual de censura en el que se censura prácticamente todo aquello que no le gustaba al jesuita. La lista de escritores que son casi condenados al fuego es casi tan extensa como el justo silencio en el que ha caído el mismo Ladrón de Guevara.

Se sabe que el religioso nació en Álava en 1861 y que se pasó toda la enseñanza, llegando a ser rector del colegio de Burgos. También fue maestro de novicios en Colombia y fue en ese país donde empezó a trabajar en la redacción de “Novelistas malos y buenos”. A consecuencia de varias dificultades, regresó a España aunque también estuvo en el seminario diocesano de Caracas. Su regreso definitivo a España coincidió con la disolución de la Compañía de Jesús. Finalmente falleció en Javier (Navarra) en 1935.

Con el paso del tiempo, el manual de Ladrón de Guevara ha sido criticado por el desprecio que el autor sentía por el valor literario a los escritores reseñados. ¿Realmente los leyó? ¿Hablaba en muchos casos de oídas? No parece muy creíble pensar que se conocía con detalle la producción completa de autores tan prolíficos como Galdós o Balzac. Veamos algunos ejemplos de su peculiar manera de entender la literatura.

En el año en el que celebramos a Benito Pérez Galdós y donde parece que es unánime el aplauso al escritor, sorprende leer que Ladrón de Guevara decía de él que “es defensor de ideas revolucionarias, irreligiosas, dominado del espíritu de odio a sacerdotes y frailes. Con una literatura innoble, falsa e insidiosa trata de condenarlos al desprecio por medio del ridículo y de argumentos indignos”. La cosa no acaba ahí y el crítico incluso ahonda en los temas de castidad donde Galdós “tiene novelas que allá se van con las de [Felipe] Trigo, y las malas especies comúnmente no escasean en sus obras”.

La cosa no acaba aquí con el pobre Galdós. En “Novelistas buenos y malos” también nos traza un recorrido por la mayoría de los libros publicados hasta la fecha. En la edición de 1910, la consultada para hacer este reportaje, el censor apunta de “La desheredada” que es “muy deshonesta” mientras que “Gloria” es “muy mala. Es, en acción, sobre todo, herética, racionalista, contradictoria, en que se ridiculizan las cosas santas, empleando medios pérfidos para descatolizar a los pocos instruidos y viciosos”.

Otra víctima de Ladrón de Guevara es Baroja de quien afirma que “no le cuadra el nombre de Pío, sino de impío, clerófobo, deshonesto”. Todo ello lo justifica con un título, “El Mayorazgo de Labraz”, en la que “encontramos razón de sobra para los lindos apelativos con que hemos sustituido el suyo, impropio, de Pío”.

Si eso pensaba sobre Galdós o Baroja, de un autor tan controvertido como el Marqués de Sade es fácil imaginar su desagrado. De su novela “El diablo cojo” reconoce que es “inmoral. Dicen que Boileau le encontró esta novela a su criada, y le dijo que, si aquel libro había de dormir en casa, en el acto la despedía de su servicio”. Otro francés que no cuenta con su aplauso es Victor Hugo porque “con frecuencia habla de modo que parece un loco, o más bien, poseído del demonio. Muy inmoral y fatalista”.

Tampoco tuvo mucha suerte, Charles Dickens porque, según “Novelistas malos y buenos”, “algunas de sus novelas de amores no convienen a todos”. Sí recomienda “Oliver Twist” o “David Copperfield”, pero en “Dombey e hijo” “hay realidad o apariencia de pecado grave, sea como recurso o incidente, aunque el asunto principal es otro”.