Historia

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El horrible crimen que acabó con un sacerdote católico en la silla eléctrica

Hans Schmidt mató en 1913 a la mujer con la que se había casado en secreto y acto seguido se fue a celebrar misa sin signos de arrepentimiento alguno

Hans Schmidt degolló a su mujer, Anne Aümuller en 1913
Hans Schmidt degolló a su mujer, Anne Aümuller en 1913La RazónArchivo

El simple nombre del sacerdote Hans Schmidt hiela todavía la sangre, a pesar de que han pasado más de 100 años de sus atroces crímenes. En 1913 era detenido por el asesinato de la joven Anna Aumeller, la encargada de la limpieza de su rectoría. Unos niños encontraron su torso flotando en el río Hudson, mientas que un día después unos pescadores encontraron el resto. Es el único sacerdote católico que ha pasado por la silla eléctrica en la historia de los Estados Unidos.

Schmitt había nacido en 1881 en el pequeño pueblo de Aschanffenburg y pronto quedó claro que aquel niño no era normal. Tenía instintos sádicos, le encantaba ir a los mataderos a ver cómo procesaban la carne y una vez degolló a dos gansos de la casa de sus padres y se guardó sus cabezas en el bolsillo. Sus capacidad mental quedaba en entredicho, y aún así se ordenó sacerdote. Schimitt encontró en aquellos hábitos la mejor protección contra sus grotescos impulsos. “Dios habla de diferente forma a diferentes personas”, aseguraba.

Empezó a ejercer en los pequeños pueblos de Burgel y Seelingstadt y en seguida se vio que aquel hombre estaba fuertemente perturbado, con sermones excéntricos y todo tipo de acusaciones, de haber abusado de monaguillos a haber tenido relaciones con varias mujeres y frecuentar prostíbulos. La diócesis de Mainz decidió expulsarle y entonces el sacerdote vio que no tenía otro remedio que emigrar a los Estados Unidos.

En 1912 llegaba a la iglesia de San Bonifacio en Nueva York, después de un breve y misterioso paso por Louiseville, Kentucky. Allí conoció a la joven Anna Aumuller, la limpiadora de la rectoría, una inmigrante austríaca que acababa de llegar a Nueva York, y empezó a seducirla. Ella, a pesar de resistirse en un principio, se enamorará del apuesto sacerdote y comenzará una relación en secreto que acabará en boda, una boda secreta por la iglesia que oficiará el mismo Schmidt.

La boda se realizó el 26 de febrero de 1913 y la novia no podía disimular su felicidad. Sin embargo, seis meses después, Anna le confesará ilusionada que está embarazada y abrirá de nuevo la caja de Pandora de la locura del sacerdote. Consciente que con un hijo le será imposible llevar la doble vida de la que ahora disfruta, esperará a que su mujer se duerma para cortarle el cuello. Según confesó después, la violó una vez muerta, bebió su sangre y descuartizó el cadáver para lanzarlo al río Hudson. Su frialdad era tal que acto seguido fue a la iglesia y ofició su misa como si nada hubiera pasado.

Una vez descubierto el cadáver, la policía no tardó mucho en dar con Schmidt. No había sido muy hábil a la hora de borrar sus pasos, convencido que su sotana era suficiente para no levantar sospechas. Sólo en la primera ocasión que la policía se acercó a la rectoría a interrogarle, éste se derrumbó y empezó a llorar: “¡La maté! ¡La quería! ¡¡El sacrificio tenía que ser consumado con sangre!!”. Joseph Faurot, el jefe de detectives de la policía de Nueva York se hizo a cargo del caso y lo que descubrió le hizo por primera vez en su vida temblar de asco y horror.

El 18 de febrero de 1916 Schmidt era llevado a la silla eléctrica acusado de asesinato en primer grado. Los intentos de declararse enajenado no surtieron efecto. En el juicio quedó demostrado que meses antes del asesinato, Schmidt había acompañado a Anna a hacerse un seguro de vida por valor de 5.000 dólares, de los que él era el beneficiario. Como se documenta en el libro “El crimen en Nueva York: Los casos más famosos de la historia de la ciudad”, escrita por Robert Mladinich, Philip Messing y Bernard J. Whalen, y publicado el año pasado por RBA Libros, el caso se convirtió en un gran escándalo y ocupó páginas y páginas de la prensa de la época. En el juicio también se descubrió, por ejemplo, que había robado dinero del cepillo de la iglesia, se había hecho pasar por médico, mantenía una relación con un dentista llamado Ernest Muret con el que dirigía una operación de falsificación de divisas, incluso se le relacionó con el asesinato de una niña de nueve años en 1909, cuando llegó a Estados Unidos en Kentucky.

Murió por una descarga de 1.700 voltios, pero tuvo antes tiempo de pedir perdón a los asistentes y asegurarles que él les perdonaba. El sacerdote de la prisión de Sing Sing donde estaba encerrado reclamó el cuerpo, y nunca descubrió donde aquel macabro clérigo fue enterrado. Hoy continúa siendo un misterio. El justificó todas sus acciones por cumplir la voz de su Señor: " “Dios habla de diferente forma a diferentes personas”, repitió como cuando era niño.