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Errol Flynn: mujeriego, traficante de esclavos, ¿y ahora fantasma?

Aseguran que la mansión que se hizo construir en Mullholland Drive está poseída por el espíritu del clásico actor de “El capitán Blood” o “Robin Hood”

El actor Errol Flynn junto a su esposa Nora, Orson Welles y Rita Hayworth durante el cumpleaños de ésta en 1946
El actor Errol Flynn junto a su esposa Nora, Orson Welles y Rita Hayworth durante el cumpleaños de ésta en 1946larazon

Existen pocas leyendas en el Hollywood clásico como Errol Flynn, aquel actor de ojos pequeños, bigote fino y un magnético carisma que a partir de los años 30 se convirtió en el gran actor de películas de aventuras y acción. No había otro pirata como él, como demostró en “El capitán Blood”. Y de todos los “Robin Hood” de la historia, el suyo era el único que hacía honor a su leyenda. Sin embargo, su desordenada vida, su incapacidad para respetar las convenciones, y un gusto desaforado por las mujeres le convirtieron pronto en su peor enemigo. Murió a los 50 años, pero ese sólo era el principio de su historia.

EL 29 de mayo de 1942 moría en Hollywood el gran actor John Barrymore, una de las leyendas del cine mudo y bisabuelo de Drew Barrymore. El director Raoul Walsh, harto de las excusas de Flynn, que se disculpó por no poder ir al entierro, sobornó al encargado de la morgue y se hizo con el cadáver. Cogió el coche y se fue a la casa de Flynn, en Mullholland Drive, un rancho que se había hecho construir el actor con pasillos secretos, espejos de doble fondo, mirillas secretas y micrófonos escondidos para espiar a quien fuese que durmiese allí. FLynn no estaba así que Walsh decidió entrar y gastar una broma a su amigo. Abandonó el cadáver de Barrymore en la cocina del actor, sentado en una silla con una copa de whiskey en la mano. Todo el mundo sabía de la afición al alcohol de los Barrymore.

Cuando Flyn llegó a casa y vio a Barrymore en la cocina se llevó un susto de muerte. Confesó que pensó que su corazón se detenía y le devoraba la razón. “Mientras abría la puerta, me quedé mirando fijamente el rostro de Barrymore. Sus ojos estaban cerrados. Parecía desvaído, blanco, sin sangre. Todavía no le habían embalsamado y daba auténtico terror. Se me escapó un terrible grito y no pude dormir durante tres días”, comentaba Flynn en las páginas de sus memorias: “Errol Flynn. Aventuras de un vividor” (TB Editores). El miedo que sintió aquella noche le ató para siempre a aquella casa.

La vida de Flynn siempre fue muy azarosa. Nacido en Tasmania, su madre, una mujer fría aficionada al alcohol y a culparle cuando sus aventuras amorosas salían mal, le golpeaba con asiduidad. Pronto comprendió que estaba solo en el mundo y que por tanto sólo dependía de él que su vida fuera memorable. A los 18 años viajaba a Nueva Guinea en busca de fortuna después de ser despedido de un banco por robar. Allí trabajó de contrabandista, de buscador de perlas, de traficante de esclavos, de minero en busca de oro, de responsable de una empresa de cocos y vigilante de una plantación de tabaco. Y allí también ganó para siempre un brote de malaria que le acompañaría intermitentemente el resto de su vida, como un alto sentimiento de culpa por todo lo que había hecho contra sus semejantes.

Su gusto por el alcohol era legendario, su afición al opio también, aunque su verdadera pasión siempre fueron las mujeres jóvenes, una forma de compensar la mala relación con su madre. Entre su lista de conquistas estaban Olivia de Havilland, Joan Bennett, Ann Sheridan, Ida Lupino, Linda Christian, Lupe Velez,y Shelley Winter, aunque su fama de golfo y playboy atrajo a todo tipo de starlets y oportunistas. “Olivia de Havilland sólo tenía veintiún años. Yo tenía un matrimonio, por supuesto, desgraciado. Olivia era preciosa y distante. Yo debía de desagradarle por mis provocaciones, porque puse en práctica bromas muy escandalosas. Una vez, cuando fue a ponerse las bragas, encontró una serpiente muerta en ellas”, rememoraba en sus memorias.

Y en esta vida de desenfreno tuvo en su Mulholland Drive Farm su extensión de todas sus locuras. Nunca una casa ha tenido un efecto más simbiótico con su huésped. Flynn era aquella casa como aquella casa era Flynn. Allí realizó innombrables fiestas, con grupos de música que tocaban desnudos, exhibiciones de esgrima, buceadoras también desnudas y mucho, mucho alcohol. Flynn siempre aseguró que odiaba a las instituciones, cualquiera que fueran, y siempre prefirió la libertad. Murió, por tanto solo, en compañía de una actriz de 18 años que avisó que el actor, de 50 años, había muerto y se fue. Y un hombre así quedó castrado para siempre convertido en un fantasma paseándose por los pasillos de aquella casa que tan bien le representó.

Al menos eso es lo que aseguran los residentes en aquella casa después del fallecimiento del actor. En los años 80, por ejemplo, la casa pertenecía al cantante Ricky Nelson. Su hija, Tracey, aseguró que un día oyó el ruido de cristales rotos y de unos gritos que sonaban a advertencia. Sin embargo, no había nadie allí. Dos días después, Nelson fallecía de un accidente de aviación y Tracey aseguraba que el fantasma de Errol Flynn intentó avisarle.

A partir de ese día fueron muchos los que comentaron haber visto a Flynn en aquella casa. El actor Harv Presnell aseguraba que lo vio aguantando una botella en la mano en la cocina, en el mismo lugar que Flynn vio el cadáver de John Barrymore. Gunnar, hermano de Tracey, aseguraba que había visto el reflejo en el espejo del actor en múltiples ocasiones. Y la familia Hamlen, que residieron allí a finales de los 80, aseguraron que no iban nunca al ala oeste de la casa, donde estaba el casino, porque decían que todas las actividades paranormales sucedían allí. Los actores David Niven y Olivia de Havilland, amigos íntimos del actor daban por completo credibilidad a las historias y afirmaban que muchas veces sentían su presencia cerca de ellos. “Siempre puedes contar con Errol, siempre puedes contar con que te decepcionará”, bromeaba Niven de su amigo.

La posibilidad que Errol Flynn, el epítome de la aventura, del goce inmediato, de la pasión carnal, ahora esté relegado a ser una presencia pasiva, un espectador flotante, no deja de ser irónico, incluso trágico y triste, aunque no exento de una cierta justicia poética. Él, que no quería ataduras, que buscaba “la vindicación del acto de vivir” continúa pagando por sus pecados en una casa que sólo parece reírse de él y de todas sus miserias.

La prensa de la época haciendo referencia a la casa icónica de Errol Flynn
La prensa de la época haciendo referencia a la casa icónica de Errol FlynnLa RazónArchivo