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Buscando los dosieres de Alfons Quintà

Tras la muerte del periodista, aparecieron algunos de los documentos que guardaba sobre Josep Pla

Uno de los libros que Josep Pla dedicó a su amigo Josep Quintà con una foto del escritor probablemente tomada por Quintà
Uno de los libros que Josep Pla dedicó a su amigo Josep Quintà con una foto del escritor probablemente tomada por QuintàVíctor Fernández

La publicación esta semana de «El hijo del chófer», el libro en el que Jordi Amat relata con mano maestra la figura y el tiempo del tenebroso periodista Alfons Quintà me ha hecho mirar entre mis papeles cuando en el verano de 2017 intenté por mi cuenta averiguar qué había pasado con el archivo del personaje. Creo que vale la pena adentrarse en un laberinto donde me las deseaba muy felices, aunque aquello no salió muy bien pese al empeño de quien esto escribe.

Unos días después de que Quintà decidiera asesinar a su esposa y volarse la cabeza, me llamó la atención un libro de Josep Pla que aparecía en venta en una web. Era la primera edición de «Viaje a pie», uno de los grandes títulos de la bibliografía planiana, y en ella había una dedicatoria que casi era una invitación al misterio, como si el escritor la hubiera redactado para alguien que no quisiera que se supiera que él era el receptor del libro. «A J. Q., afectuosament Josep Pla». Fechado en abril de 1948, aquello parecía una adivinanza. La fortuna hizo que pudiera adquirir el volumen por un precio muy razonable. Al ponerme en contacto con el librero que tenía aquel ejemplar le pregunté si sabía quién era el receptor de aquel autógrafo. «¡Claro que sé quién es! Es Josep Quintà. Era el padre del periodista Alfons Quintà». Se me levantaron las cejas y, como es lógico, no pude reprimir la pregunta: ¿Tiene más cosas de Quintà? Sí, había más, mucho más relacionado con Pla. Me encontré ante una pequeña gran biblioteca formada por primeras ediciones de títulos como «Cadaqués» o «El vent de Garbí», todas ellas inscritas por el autor ampurdanés. En todas ellas, Pla no ocultaba su proximidad hacia el padre del oscuro periodista. En la de «El quadern gris», el escritor realizaba toda una declaración de principios:

«Amic Quintà: Tinc el gust de dedicar-vos aquest llibre tan ben presentat i d’aspecte tan bonic. Això no vol pas dir que per mi, aquest llibre no sigui una cosa bastant emprenyadora: representa l’entrada en l’etapa final de la vida. Aquesta etapa durarà més o menys; és igual. Jo he entrat en l’historia del descalabro total i definitiu. Tot el demés son compliments. Em sembla que us vaig coneixer després de la guerra civil, en plena segona guerra general. Han passat molts anys de llavors ençà. Han estat uns anys molt dolents i molt avorrits, a pesar de l’inmensa quantitat de cosas que han passat. En realitat no ha passat res i fa l’efecte que tot està igual. Ha passat l’important, que es el temps. Quan el nostre amic N. diu que jo deixaré alguna cosa, té raó. Deixaré uns quilos de paper, masses quilos. L’esprit hi era i devegades encara hi és. La preparació, potser també. Però tot això hauria pogut ser també una altra cosa. El desordre del temps i els mals de la bestia no hi [ilegible] per més veure les coses amb la serenitat, l’astucia i la llargada suficient. Què hi farem. Que us vagi tot be. Josep Pla».

Solamente aparecieron libros. No había ni rastro de papeles personales. Todo procedía de un almacén en algún rincón ampurdanés, según pude saber, en el que además de los ejemplares citados había ropa, sobre todo abrigos. Pensé que ya no había nada más que rascar sobre este tema hasta que llegó una sorpresa inesperada.

Fue visitando la librería Maldà, en la calle Aribau de Barcelona. Su propietaria, Gemma Xifré, desgraciadamente desaparecida prematuramente en enero de este año, sabía de mi devoción planiana y me informaba que acababa de recibir la primera edición de las míticas guías de Josep Pla. Al permitirme consultarlas vi que todas ellas estaban dirigidas a Josep Quintà. ¿De dónde procedían? Xifré me comunicó que le habían pedido que se llevara los libros que quedaban en un piso en el barrio de Les Corts, en el número 27 de la calle Fígols. No había duda: era el piso de Alfons Quintà. Gemma había encontrado numerosos libros, aunque de poco valor con la excepción de los títulos planianos. ¿Había más cosas? Sí y debía volver pronto porque la persona que le había encargado vaciar la casa, quería cerrarlo todo lo más pronto posible. No, no podía acompañarla, pero me informaría de todo lo que viera y recogería todo lo que hubiera de papel. Le subrayé que era posible que por allí estuvieran unos dosieres que supuestamente el periodista habría empleado para chantajear a altas estancias catalanas, además de las cartas de Josep Pla. Había que esperar y Gemma pidió paciencia y discreción.

Al cabo de un par de días recibí la llamada de la librera y me reuní con ella en la Maldà. Ante mi estaban todos los libros que quedaron en la casa de Quintà. La mayoría eran sobre política e historia internacional, en francés y en inglés, en muchos casos conservando el recibo de Amazon. Según pudo saber Gemma, Quintà se pasaba largas noches conectados a ese portal comprando todo tipo de libros. Había también alguna monografía sobre directores de cine, como Stanley Kubrick, así como algún libro que formaba parte del pasado de Quintà, como un ensayo de Josep Benet u otro sobre reflexiones de Duran Lleida con una dedicatoria de circunstancia. Llamaba la atención algún ejemplar procedente de bibliotecas universitarias que no habían sido devueltos.

Gemma lo había mirado todo y le habían dado plena libertad para que pudiera llevarse papeles. No apareció ni un solo expediente, ni una carta. Nada. Probablemente, como sospecha Jordi Amat, nunca existieron. A Gemma sí le sorprendió constatar que en el interior del domicilio había demasiadas alarmas, como si el que vivía allí estuviera obsesionado con su seguridad. Tal vez Alfons Quintà aún creía que era alguien importante.

Todo lo que quedó en la casa (muebles, objetos personales...) tuvo como destino un portal dedicado a la compra-venta. Yo me llevé las tres guías de Pla. En una de ellas, como si debiera permanecer oculta para siempre, apareció una fotografía inédita del escritor ampurdanés, tal vez realizada por la cámara de Josep Quintà. En una dedicatoria, Josep Pla escribía: «A la sra. Lluïsa Quintà i al sr. Josep Quintà, amb l’agraiment d’aquest magnífic dinar a Roses amb el gran Pau i l’hereuet». Ese «hereuet» era Alfons Quintà.

A Jordi Amat le pregunté hace unos días si sabía dónde habían enterrado a su biografiado. Parece ser que fue a parar a la fosa común de un cementerio barcelonés. Tras matar a su esposa y suicidarse, nadie quiso reclamar su cuerpo.

En este goteo de papeles y libros planianos de la colección de Quintà, alguien puso en venta un manuscrito del autor ampurdanés dedicado a Besalú. Escrito a lápiz, parecía un primer borrador de lo que debía ser un artículo. Lo curioso es que el manuscrito estaba redactado en papel de carta de la librería de Figueres Viuda de Francisco Canet. Sí, era donde Quintà, nacido en Figueres, compraba la prensa. Por ahora, es el único manuscrito planiano conocido propiedad de Quintà que se ha salvado.