Entrevista

Màrius Carol: «Un periódico no debe ponerse al frente de una manifestación»

El que fuera director de «La Vanguardia» entre 2013 y 2020 reúne sus recuerdos de aquella experiencia en el libro de memorias «El camarote del capitán»

Marius Carol Presenta libro El Camarote del Capitan
Marius Carol Presenta libro El Camarote del CapitanMiquel GonzálezShooting

Màrius Carol, desde su despacho, en la planta 17 del Edificio Godó, contempla Barcelona y lo que han sido sus años como director de «La Vanguardia», hecho del que habla en su libro «El camarote del capitán», publicado por Destino.

–Leyendo su libro y viendo la cantidad de acontecimientos sucedidos durante su paso por la dirección de «La Vanguardia», casi es tentador preguntarle si su libro es un manual de supervivencia en tiempos de crisis.

–En el libro explico que en el tiempo en el que fui director, menos el Apocalipsis en esos días pasó de todo. A los dos meses de llegar a la dirección fui con Javier de Godó a ver al Rey. Se me ocurrió, todavía no sé por qué, decirle: «Señor, con la situación que hay ahora en Cataluña, ni se os ocurra abdicar». «No te preocupes que esto no pasará», me dijo. Al cabo de tres meses abdicó.

–Pasaron muchas más cosas y graves.

–Sí. Pujol cayó en los infiernos. Rajoy tuvo que plegar. Se proclamó la independencia en Cataluña. Se aplicó el 155. Hubo un atentado terrorista en Barcelona. Tuvimos tres presidentes de la Generalitat. En seis años y pico no tuvimos ni un día bueno. Es más, cuando parecían que iban a ser mejores, entró el coronavirus. Mi sucesor tuvo que inventarse un diario nuevo al tener que verse con sus compañeros a través de plataformas y aplicaciones.

–Las nuevas tecnologías han ayudado mucho al periodismo.

–Sí, pero el periodismo necesita del contacto. Es verdad que la tecnología nos ayuda mucho a teletrabajar, pero el contacto personal, el factor humano es fundamental. Poder comentar la portada en vivo y en directo con tu equipo te ayuda mucho a acertarlo. Si hay una pantalla delante es muy difícil que uno de tus subordinados te diga si te has equivocado. Es como si fuera feo. De la otra manera, sí puedes darle la vuelta. Por eso, como digo en el libro, siempre tenía la puerta de mi despacho abierta. Eso tiene un problema: hay días que te bloqueas y tienes que decirle a tu secretaria que no te molesten porque tienes que acabar el artículo.

–Con la puerta abierta se puede saber cómo piensa una redacción.

–Sí, así sabes cómo piensa una redacción como «La Vanguardia» que se parece mucho a lo que es la sociedad catalana. Aquí había gente que en un momento dado estaba tensa porque se podía romper España, mientras que a otros ya les iba bien esa situación. Por lo tanto, debes hacer un diario que sume sensibilidades y que no esté encima de las voluntades individuales.

–Pero hubo políticos que no vieron con buenos ojos que usted fuera elegido director de «La Vanguardia».

–Tuve la sensación que se me ponía un foco por el hecho de ser director de este diario en diciembre de 2013. Es más, explico que al mes de ser director me llamó muy enfadado Artur Mas, con quien tenía muy buena relación. Cuando le hice referencia a nuestra relación personal de mucho tiempo, me invitó a desayunar en su despacho. Fue entonces cuando me explicó su hoja de ruta que no acababa en el precipicio. Quería apretar, pero sin llegar a donde finalmente se llegó.

–También habló con Carles Puigdemont. ¿Cree que le engañó?

–En mi primera entrevista con él me dijo que quería dejarlo todo en la preindependencia. «Esto es muy complicado. Ya lo hará el que venga después», me dijo. Y luego pasó lo que pasó. Creo que en esta carrera de gallinas es imprescindible la situación en la que hoy se encuentra el independentismo, donde el líder de Waterloo y el de Lladoners no tienen ningún contacto. Son dos mundos condenados a entenderse, pero absolutamente divididos. El problema de la sociedad catalana es que dentro del independentismo hay una lucha por la hegemonía que puede tener cierta lógica, pero que también conlleva una animadversión muy fuerte.

–En el libro aparecen las llamadas que le hacen tanto Moncloa como Generalitat para que usted haga de intermediario. ¿Esa debe ser la función de un director de diario?

–No. Hay un momento que el jefe de prensa de Puigdemont me pide que llame a Rajoy el día antes de la proclamación de independencia. Le dije que no porque no me dedico a eso. No pueden responsabilizar a un periodista del futuro de un país. Intentas ayudar, pero no quieres ser protagonistas de las cosas que pasan.

–No son unas memorias de odio.

–No, ni de épica. Hay mucha capacidad de duda. En este sentido, creo que hemos sido fieles al compromiso que me pidió el editor de llevar al diario al carril central. Tal vez, se había desviado un poco. Un diario no puede ponerse al frente de una manifestación. En todo caso, un periódico sí debe ser un espejo de lo que es la sociedad.