Arte
La tumba que censuraron a Salvador Dalí
Lídia de Cadaqués fue uno de los más importantes personajes en la vida del pintor
Puede que tuviera algún sentimiento de culpa, pero Salvador Dalí quiso rendir un último homenaje a quien había sido su gran inspiración. Por una vez, lejos de los focos que tanto le entusiasmaban, optó por la privacidad para pagar una deuda con la mujer que le había puesto las bases para su planteamientos estético, es decir, el llamado método paranoico-crítico que André Breton identificó como la más importante contribución que se había realizado al movimiento surrealista desde su fundación. Lo que Breton no sabía es que Dalí se había basado en sus numerosas conversaciones con una mujer mayor de Cadaqués llamada Lídia Noguer Sabà y que ha pasado a la historia como Lídia de Cadaqués.
A mediados de los años setenta, subido en un ostentoso Cadillac que luego depositará en lluvioso objeto en su museo de Figueres, emprendió un viaje. Solamente lo acompañaban su secretario Enrique Sabater y Artur Caminada, en calidad de chófer. En el maletero del automóvil llevaban una lápida de mármol que había costeado Dalí de su bolsillo. Su destino era el pequeño cementerio de Agullana.
Lídia fue un personaje fascinante que atrapó a Dalí, pero también a algunos de los nombres más importantes de su entorno, como Federico García Lorca o Eugeni d’Ors. Su vida no había sido nada fácil: se había casado con un pescador llamado Fernando Costa que se suicidó. Con él tuvo dos hijos de nombre curioso, Benvingut y Honori, que acabaron locos e ingresando en un sanatorio mental.
En aquel viaje en coche, Dalí le había pedido a Sabater que llevara su cámara de fotos porque quería que quedara algún testimonio gráfico de lo que iba a pasar en Agullana. El pintor era consciente que, pese a su fama y ser reconocido como el mejor pintor de la comarca, lo que pretendía no era nada fácil. “Tome fotos de todo”, dijo un Dalí vestido de la manera más elegante posible, con chaqueta, lejos de las excentricidades que lo convertía en objetivo de los medios de comunicación. Las imágenes que se tomaran ese día debían ser privadas, un recuerdo personal.
En sus memorias “Vida secreta”, el ampurdanés había escrito que “Lídia poseía el cerebro paranoico más magnífico, aparte del mío, que he conocido nunca”. Eso era algo que no se cansó de reivindicar, sobre todo porque gracias a esa mujer había podido construir su hogar en Port Lligat. De alguna manera, Lídia ya había hecho algo parecido a principios del siglo pasado cuando se había encargado de buscar alojamiento al Picasso cubista que se trasladó a Cadaqués durante el verano de 1910. Un poco antes, en 1904, también había hospedado al escritor Eugeni d’Ors. Cuando el escritor publicó “La ben plantada”, en 1911, Lídia se sintió identificada con las páginas del libro hasta el punto de pensar que el llamado “Xènius” estaba escribiendo sobre ella cuando hablaba del personaje de Teresa. Lídia creía, con su peculiar inteligente imaginación, pensaba que Ors le hablaba en clave en sus artículos de “La Veu de Catalunya”.
Rosa Maria Salleras, vecina de los Dalí en Cadaqués, en su última entrevista, declaraba al autor de estas líneas: “Pobre Lídia. La arruinó Eugeni d’Ors y sus hijos se volvieron locos. Tuvo que vendérselo todo para poder malvivir. Venía a nuestra casa y a la de los Dalí para buscar el almuerzo y la cena. El notario Dalí [el padre del pintor] la instaló en una residencia y se puso en contacto con Eugeni d’Ors para que se hiciera responsable de los gastos de Lídia, ya que él era el responsable de su locura. Él se aprovechó de ella para escribir un libro, «La Lidia de Cadaqués», que editó Janés y hasta ilustró Salvador. Le hizo creer que era «la bien plantada», pero la auténtica era una mujer bellísima llamada Ursulita Matas. La pobre Lidia se subscribió a «Revista de Occidente» para leer los artículos de Ors. Seguramente no los entendía, pero se los miraba y luego comentaba: «Ya he leído el texto -decía- y habla del secreto». Ella quería mucho a Salvador y lo influyó con alabanzas muy afectuosas”.
Cuando abrieron el maletero del Cadillac, Sabater y Caminada, ante la mirada notarial de Dalí, de allí surgió una lápida de mármol con inscripción original de Eugeni d’Ors. En ella podía leerse: “Descansa aquí / si la tramontana la deja / Lidia Nogués de Costa / Sibila de Cadaqués / que mágica dialécticamente/ fue y no fue a un tiempo / Teresa la Bien Plantada / en su nombre conjuran / a cabras y anarquistas / los angélicos”.
No se pudo colocar y fue censurada. La cámara de Sabater se encargó de recoger ese momento. Lídia había muerto en 1946 mientras Dalí vivía su peculiar “exilio” en Estados Unidos. La pobre mujer, que pasó el final de su vida en una residencia, acabó en la fosa común. Dalí trató de dignificar aquello... sin suerte.
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