Entrevista
Jesús Marchamalo: «José Hierro es un poeta excepcional, un gran descubrimiento»
El escritor publica con Antonio Santos una aproximación biográfica al gran poeta publicada por Nórdica
Tras narrarnos las andanzas de autores como Kafka, Pessoa o Blixen, Jesús Marchamalo y Antonio Santos vuelven a unirse para seguir los pasos de otro escritor dentro de esta serie biográfica de la que cada año publican una entrega de la mano de Nórdica. Este año el protagonismo es para el poeta José Hierro al que encontramos en «Hierro fumando?.
¿Por qué José Hierro como protagonista?
Esta es la octava entrega edición. Nos conjuramos a partir del que Antonio y yo hicimos sobre Pío Baroja a hacer uno cada año. Trabajamos tan a gusto los dos con nuestro editor Diego Moreno que decidimos hacer un librito al año dedicado a un escritor o escritora. Desde entonces han sido siete, pero siempre nos acercamos a estos nombres de una manera caprichosa, no hay una única razón, buscamos algo que nos seduzca. Para nosotros José Hierro fue como una revelación. El año que viene se celebrará su centenario. y él es uno de mis poetas favoritos. No lo traté mucho, pero coincidimos en los ochenta en Radio Nacional. Cuando Antonio Santos vio en su presencia, calva, bigote, posibilidades gráficas infinitas. Hasta el título nos venía dado.
Tras su muerte, muchos autores se ven obligados a pasar una suerte de vía crucis y quedan, durante un tiempo, arrinconados. Eso le pasó a nombres como Cela o Umbral. ¿Se puede decir lo mismo de Hierro?
No sabría decir si ha pasado por un purgatorio. Lo que sí puedo decir es que José Hierro es excepcional, uno de los poetas más leídos. De su «Cuaderno de Nueva York» se habla de entre 40.000 o 50.000 ejemplares vendidos, lo que algo es muy excepcional para un libro de poemas. No es habitual que la poesía despierte esa expectación, pero eso sucede con Hierro. Era un personaje muy querido. Esos purgatorios tienen mucho que ver con la imagen personal de los escritores, como pasa ahora con Cela. Cuando un escritor desaparece también lo hace aquello que lo rodeaba. En el caso de Hierro, sus libros se siguen reeditando y la gente se sigue acercando de esa manera marginal como se lee la poesía en nuestro país. Es un autor que igue vivo.
Adentrarse en el mundo humano y literario de José Hierro, ¿qué le ha permitido descubrir del autor?
Hierro ha sido una sorpresa. Lo conocí a principios de los ochenta porque coincidí con él en la radio. Yo, en aquel momento, era un chaval de veintipocos años. No conservo conversaciones amplias, con él, salvo saludos educados. Así que más de la mitad de lo que cuento son cosas de las que no tenía ni idea. Cuando te acercas a nombres como Karen Blixen, Virginia Woolf o Franz Kafka sabes ya algo de ellos, pero Hierro me era un gran desconocimiento salvo conocer que dibujaba. Siempre hago igual. Nos sumergimos en el personaje en los folios que le dedico. Lo leo, voy a la Biblioteca Nacional buscando materiales, repaso su obra. Hago ese trabajo de sumergirme. Al saber mucho menos, he tenido más sensación de descubrimiento.
El libro nos descubre que fue un poeta que dejó durante un tiempo de dedicarse a escribir para trabajar en las labores del campo.
Ese uno de los aspectos que me han sorprendido de su vida. Durante 21 años deja de publicar y se dedica al campo, a labores como las de plantar cipreses y viñas, hacer su propio vino, conocer los nombres de los pájaros... Me sorprendió la cantidad de trabajos insólitos que tuvo para sobrevivir, esos trabajos tan toscos, tan de obrero. También que fuera diseñador de cubiertas de libros, como «Tamuré», la primera obra de Francisco Umbral.
José Hierro, además de un gran poeta, era un estupendo pintor.
Hace años hice un reportaje sobre la conexión entre poesía y arte gráfico. Son muchos los poetas que se matricularon en Bellas Artes antes de serlo. Y luego hay casos conocidos como los de Rafael Alberti o Federico García Lorca... Así que se puede decir que hay una conexión entre el talento para la poesía y el dibujo. En el caso de José Hierro, dibujaba de manera accidental, sin pinceles, sombreando con los dedos. No se dedicó de manera profesional, pero hay carteles como los que realizó para la Universidad Menéndez Pelayo, muchas cubiertas de libros... Por tanto, se le reconoce una mano artística. Es un dibujo muy expresivo y fuerte.
¿Por dónde se debería empezar a leer a este poeta?
Estuve con Julieta Valero, directora de la Fundación Hierro y me citó «Alegría», «Libro de las alucinaciones» y «Cuaderno de Nueva York». Este último me gustó muchísimo por esa energía. Para mí fue un hallazgo porque en él encontré esos versos que necesitaba leer. Te habla de lo que tú secretamente sabes pero no te atreves a expresar. El soneto «Vida» es uno de los grandes de la historia en castellano, tan bonito, tan emocionante.
¿Cómo es trabajar con Antonio Santos?
Trabajar con él es una maravilla. Antonio viene de una familia de artistas en el sentido literal de la palabra. Es un gozo estar y pasear con él. En lo de los grabados tiene una fuerza y una expresividad muy alemana, con una gran potencia. Hace que el libro sea diferente. Tiene una manera muy visceral de hacer las cosas. Le voy enviando textos y es un prodigio ver tres días más tarde la ilustración. Trabaja linóleo y le pega esa idea de ir quitando materia para quedarte con la parte esencial.
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