Opinión

Un día de regalo

La Carretera de las Aguas es un balcón con las mejores vistas sobre Barcelona

El parque de atracciones Tibidabo de Barcelona
Barcelona desde el parque de atracciones del TibidaboAJUNTAMENT DE BARCELONAAJUNTAMENT DE BARCELONA

Febrero celebra cada cierto tiempo un especial cumpledías, y no solo lo hace, como se explica en los libros, para recuperar las seis horas anuales que se pierden en relación con el Sol (lo que obliga a añadir un día más al calendario cada cuatro años: el año bisiesto), sino para regalarse una jornada de asueto y proclamar su singularidad, que por algo le dicen febrerillo el loco.

Es lo que sucedió el jueves pasado, y ese día que se nos da por añadidura debería ser de libre disposición, de manera que cada cual hiciera con él lo que le pareciera más conveniente y provechoso. Así, unos podrían ir a trabajar como si nada, otros lo dedicarían a sus aficiones y los de más allá lo entretendrían ociosos con cualquier esparcimiento, y de todo ello podrían extraerse muy reveladoras conclusiones para las estadísticas.

En el caso concreto de un servidor, que, por haber llegado a cierta edad y pertenecer oficialmente al gremio de las clases pasivas, no tiene ya oficio ni ocupación, aprovechó la mañana, una de esas mañanas azules que nos regala el invierno, para dar un paseo por la Carretera de las Aguas.

De trazado llano y sin asfaltar, la Carretera de las Aguas, que debe su nombre a una antigua conducción de agua que abastecía a Barcelona, cose toda la ladera de la sierra de Collserola que mira al mar, desde el límite con Esplugues de Llobregat hasta el Pla dels Maduixers, no lejos de la estación del funicular del Tibidabo: en total, unos 8 km aproximadamente.

Por ser un balcón con las mejores vistas sobre Barcelona y su litoral, es lugar habitual de paseadores y caminantes. De estos los hay de dos clases: los que van en atuendo anodino y cotidiano, y los que visten uniforme reluciente y con colorines, a juego con un par de bastones de trekking igual de vistosos. Los primeros, aunque aparentemente entretenidos en inspeccionar el horizonte y observar el paisaje, aprovechan también para perderse por los caminos de la memoria, que es algo a lo que están muy acostumbrados. Los segundos, que son los senderistas o runners, caminan enérgicos y con ritmo marcial porque sus miras son más bien de carácter atlético y muscular.

Luego están los ciclistas, que, si se va desprevenido, sorprenden en forma de resoplido que viene por detrás, y, si marchan en grupo, pasan raudos a tu lado hablando en voz bien alta, porque al hacer deporte, que es lo suyo, sienten la imperiosa necesidad de la confidencia.

Por eso a veces se aparta uno del camino principal y toma alguno de los senderos no transitados por donde es posible que le salga al paso el hermano jabalí. El de este jueves, grande y hosco, me miró mal, gruñó y se fue.