Opinión

Los Evangelios y el Quijote: dos escenas

A lo mejor tampoco llueve en los libros importantes que ahora se están escribiendo

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LluviaEuropa Press

En los Evangelios solo se habla una vez de la lluvia, en una advertencia de Jesús a las gentes alusiva a las señales de los tiempos (“Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís: ‘Va a llover’, y así sucede”, Lucas 12, 54), y acaso sea ello natural por ser Palestina una tierra de clima más bien seco y suelos proclives a la codicia del desierto. La lluvia no hace acto de presencia en ninguno de los episodios que condensan la vida pública del Mesías, pero sí es muy probable que lo hiciera en alguno de su vida privada, la que los evangelistas no han contado, y que, por ejemplo, una de esas tardes que Dios prepara cuando quiere convencerse de que su obra está bien hecha saliera María con el niño de la mano a dar un paseo por las afueras de Nazaret y les sorprendiera la tormenta y tuvieran que aguardar bajo una higuera hasta que, alarmado, viniera José en su busca y volvieran los tres, con una piel de carnero sobre la cabeza, corriendo a casa para secarse al calor de la lumbre.

En el Quijote solo llueve dos veces, las dos en el mismo capítulo, el 21 de la primera parte: «En esto, comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el molino de los batanes…”; «…venía el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que, al tiempo que venía, comenzó a llover, y, porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba…». Y si esta escasez pluvial puede estar justificada en el hecho de que las dos primeras salidas del caballero andante tienen lugar en verano y por las tierras áridas de la Mancha hasta Sierra Morena, no sucede lo mismo en la tercera y última, que debió de suceder en primavera, porque el 23 de junio por la noche, víspera del día de san Juan, el ingenioso hidalgo y Sancho Panza llegan a Barcelona después de atravesar Aragón y Cataluña, un recorrido que, por consiguiente, hubieron de realizar en la estación florida, la más propensa a las lluvias y tormentas. Por eso no cuesta imaginar que alguna vez les pillara un aguacero, y que Sancho buscara enseguida refugio, aunque fuera mismamente bajo las alforjas y la panza de su muy paciente asno, y desde allí agachado le ensartara una buena retahíla de refranes a su amo (Abril mojado, de panes viene cargado; Agua de mayo, pan para todo el año; Con las lluvias de mayo, crece el tallo; Cuando llueve por san Juan, quita vino y no da pan), que a buen seguro permanecería a lomos de Rocinante desafiando impertérrito el temporal para no desdecir de su esforzada hidalguía y ganar así en fama y merecimientos ante la sin par Dulcinea.

Pero a lo mejor tampoco llueve en los libros importantes que ahora se están escribiendo, y no tendrán así noticia los futuros lectores de esta primavera misericordiosa.