Arte

Entre geishas y samuráis

Una exposición en el Palau Martorell muestra la vida cotidiana en el Japón del XIX

La celebérrima obra «La gran ola de Kanagawa», de Katsushika Hokusai, puede verse en la exposición
La celebérrima obra «La gran ola de Kanagawa», de Katsushika Hokusai, puede verse en la exposiciónPalau Martorell

El Palau Martorell, tras el paso de la obra de Marc Chagall, destina ahora sus salas a permitirnos conocer de primera mano cómo era la vida cotidiana en una cultura tan fascinante como leída e interpretada por el mundo del arte. El Japón del siglo XIX es el tema principal de un recorrido que cuenta con unas 200 piezas, una manera de adentrarnos de primera mano en un mundo tan fascinante como aparentemente conocida cuando en realidad nos queda mucho por saber.

Esta propuesta expositiva se divida en seis ámbitos. El primero de ellos está dedicado al teatro nipón. Para ello se parte de la historia de los ukiyo-e que técnicamente son xilografías, un procedimiento de impresión en relieve, de origen chino, que se remonta al periodo Han (206 a.C. - 220 d.C.). Se cree que comenzaron su andadura por Japón hacia el siglo VII d. C. A diferencia de Occidente, donde el grabado se vincula con un artista individual, las xilografías japonesas con el trabajo de varias personas. Los ukiyo-e se difundieron en el ámbito de la cultura del periodo Edo (1603-1868), primero en versión sumi, solo en negro para pasar, a partir del siglo XVIII a ser estampas coloreadas a mano, primero en rojo y naranja y luego en verde, amarillo y rosa. A mediados del siglo XVIII, ya las encontramos totalmente en color. Ejemplos de estas obras gráficas se exhiben a lo largo de la muestra, ayudándonos a adentrarnos en el terreno de las artes escénicas japonesas, ya sea el llamado teatro No o el kabuki donde los hombres interpretaban todos los papeles, incluso los femeninos.

Precisamente el papel de la mujer nos viene dado en la exposición de la mano de las geishas, uno de los temas que protagonizan algunas de las estampas de los artistas de ukiyo-e. Las geishas, en Japón llamadas líricamente «mariposas de la noche», eran en realidad artistas, bailarinas e intérpretes de instrumentos, no prostitutas como en ocasiones y equivocadamente han sido definidas desde Occidente. Además de los grabados, en el Palau Martorell se presentan objetos vinculados con la cotidianeidad femenina de la época, como con pelucas, abanicos, espejos, peines y los más impresionantes a la par que elegantes kimonos.

Otro ámbito en el Palau Martorell tiene a los samuráis como estrellas. Los guerreros japoneses, tan populares gracias al cine, como nos demostró el maestro Akira Kurosawa, contaba con un tipo de armadura muy concreta y de la que tenemos varios ejemplos en la exposición donde se hace evidente su defensa protectora ante las armas ligeras, una protección menor, pero suficiente contra los ataques directos. Es el héroe y la leyenda.

Esa cultura de la guerra es uno de los grandes temas de esta iniciativa, con el protagonismo del Musha, el llamado guerrero tribal, para muchos paradigma de lo que podría entenderse como héroe solitario, además de ser líder en campos de batalla y esteta en tiempos de paz. Pero es que, además, el Musha era guardián de la paz y defensor del poder aristocrático. Con el tiempo pasará a dibujarse de otra manera, es decir, como samurái, que literalmente quiere decir «el que sirve».

Además de imágenes bélicas, también aparecen en las salas de la muestras las célebres estampas de corte erótico tan características de la cultura japonesa. Es en esta sección donde podemos contemplar el shunga. Son las imágenes de la primavera –en la época llamadas también makuraee, imágenes de la almohada, y warai-e, imágenes hilarantes–, que representa un género dentro de la producción ukiyo-e. Lo que se plasma es una visión erótica sutilmente psicológica. En su interior, existe una especie de codificación simbólica de la vida y, por tanto, de las actividades sexuales, donde prevalece el énfasis «expresionista» e incluso de caricatura.

Hablamos de obra gráfica y de vestuario, pero para poder conocer de primera mano lo que era el mundo japonés de hace unos doscientos años, también contamos con fotografías. Son estas imágenes las que nos ayudan a conocer un mundo que estaba desapareciendo, pero que el tiempo ha querido que podamos contemplar gracias a la cámara de Felice Beato, un artista italiano al que se considera como el padre de la fotografía japonesa, abriendo un camino que fue seguido por otros muchos.