Opinión
Observaciones sobre la o
En la o están los ojos, el oído y los órganos del olfato
La o, ese círculo sencillo y perfectamente geométrico, y tan natural que la dibujamos con la boca, redondeando los labios al pronunciarla. (Su parecido con el cero, que simboliza el vacío y la nada, es solo una mera coincidencia gráfica.)
En la letra o todo es redondo: los oasis, los obeliscos, los ojales, las oficinas, los océanos, los odres, los oboes, las octavillas, las olas, los oteros... También se ve redondo todo lo que desde ella se mira: las pizarras de las escuelas, las tabletas de chocolate, los periódicos, los libros, las casas (y sus puertas, ventanas, escaleras, chimeneas...), los trenes, los prados y las tierras de labor, los valles y las montañas, el mar...
En la o están los ojos, el oído y los órganos del olfato. ("Los bostezos son oes que huyen", Ramón Gómez de la Serna).
Se adorna con una h cuando quiere causar admiración, pena o alegría, y es esto algo que sucede en todas las lenguas de procedencia indoeuropea.
La más fácil, la que primero aprenden los niños en la escuela, y hay quien no la sabe hacer con un canuto.
Ofrece pero obliga, obedece pero ordena, objeta pero otorga. Odia y abomina, ofende y oprime, orienta y ofusca.
Oscura, ostentosa, obstinada, obscena y obsoleta, obesa y ojerosa, ordinaria y orgullosa... También osada y original, oportuna y obsequiosa, obrera y operaria.
La o de los otros, sus opuestos: oriente y occidente, el oasis y el océano, el ocio y la ocupación.
El oro del otoño, los oropeles del ocaso, octubre.
La ortiga y la orquídea, el olmo y el olivo, la oca y la oropéndola, el okapi y el onagro.
Objetos: una oblea, un ovillo, un oboe, una ocarina, un odre, una olla (y un orinal).
Oficios y ocupaciones: ni odontólogo, ni oftalmólogo, ni orfebre, ni siquiera obispo: ornitólogo.
Otrora… ogros, oráculos, ofrendas, oblaciones, ordalías, ochavos, onzas, obeliscos, ojivas, octetos, odeones, odaliscas, ondinas, odiseas.
Por la vecindad en la lista de las vocales, y pese a la disparidad en la figura, la i la más airosa y la o la más regordeta de las cinco, conviven amigablemente en el odio y el oprobio, comparten el ocio y el oficio, convierten lo irónico en onírico, habitan lo ínfimo y lo infinito, se desorientan un poco en el inicio y el indicio, profesan a la vez el optimismo y el inconformismo, confunden lo incógnito con lo obvio, y se enredarán un día, como le pasa a todo, en el ovillo del olvido. Y con la u tiene la deferencia de dejarle muchas veces su sitio: unos u otros, séptimo u octavo…
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