Paleontología

El “tigre dientes de sable” cuidaba a sus enfermos: historia de una pelvis

Un nuevo estudio confirma que algunos ejemplares sobrevivían a pesar de lesiones graves, lo que apunta a un cuidado por parte de miembros más sanos

A la izquierda, un mural de 1988 de Mark Hallett donde se ve un par de Smilodon fatalis devorando un équido. A la derecha, una pelvis de Smilodon fatalis con una posible displasia congénita de cadera (La Brea Tar Pits)
A la izquierda, un mural de 1988 de Mark Hallett donde se ve un par de Smilodon fatalis devorando un équido. A la derecha, una pelvis de Smilodon fatalis con una posible displasia congénita de cadera (La Brea Tar Pits)Mark HallettCreative Commons

Hay ocasiones en las que la paleontología se parece más a la labor de un detective que a la de un simple coleccionista. El propósito no es solo recopilar y clasificar huesos, como hacían los primeros representantes de esta disciplina, a medio caballo entre la geología y las ciencias de la vida. Con el tiempo se abrió la posibilidad de reconstruir el pasado a través de esos restos. Al principio, la labor detectivesca consistía en reconstruir las capas de tejidos blandos que vestían los huesos. Para ello había que comparar los relieves de su esqueleto con los de parientes cercanos todavía vivos, haciéndose una idea de la relación que existía entre el volumen de un músculo y lo prominente que fuera el relieve del hueso sobre el que se fijara. Estas pistas han ayudado a tantear la distribución de todos esos tejidos que rara vez fosilizan y que permiten aportar rigor a las reconstrucciones, alejándose de la pura fantasía con andamios de realidad que eran los primeros dinosaurios que dibujamos.

Con el tiempo, estas reconstrucciones encontraron un puente entre ese mundo de la anatomía osteológica (de los huesos) y el estudio de las vidas concretas de algunos ejemplares. La ventana se había abierto y esta nos permitía lo inimaginable: deducir cómo actuaban animales extintos de los que tan solo teníamos un puñado de huesos. Por ejemplo, es evidente que encontrar una grandísima cantidad de ejemplares fosilizados en un mismo lugar apunta a una vida gregaria, pero estos estudios pretendían ir más allá. En cierto modo, se sustentaban en una subdisciplina llamada “paleopatología”, que es el estudio de las enfermedades que podían poseer los seres vivos del pasado, ya fueran primos cercanos nuestros o reptiles gigantes. Gracias a ella podemos saber que los cánceres nos acompañan desde los tiempos más remotos y que, un individuo, pudo romperse una pierna luchando contra otro. Podemos saber si sobrevivió a la herida e incluso cuánto tiempo, intuir si pudo reposarla o si le costó que el hueso soldara, podemos saber más de lo que parece. Y en este caso, tenemos una pelvis de “tigre diente de sable” que parece apuntar a que vivían en manada y cuidaban a los miembros más enfermos.

Seamos precisos

Antes de explicar cómo han podido deducir esto los investigadores a partir de una simple cadera, conviene corregir un error muy popularizado. El término “tigre dientes de sable” (que por algo he entrecomillado en todo momento), no es correcto. Este no denomina una especie, sino que es un término para nombrar un grupo parafilético, esto es, de especies que no tiene por qué ser las más cercanamente emparentadas, pero que, en este caso, son felinos que comparten unos largos caninos. Durante el Cenozoico surgieron numerosas especies de dientes de sable y unas cuantas desarrollaron esta característica de forma independiente entre sí. Dicho de otro modo, no hay un único antepasado común a todas las especies de felinos con dientes de sable que tuviera, a su vez, dientes de sable. El nombre de esta especie concreta es Smilodon fatalis, y resulta ser la más popular, a la que nos solemos referimos por defecto al tomarnos la licencia de decir “tigre dientes de sable”.

Esta especie de la subfamilia de los macairodontinos era especialmente corpulenta y poblaba las llanuras de América del Norte durante el Pleistoceno. Concretamente, el yacimiento más importante de Smilodon fatalis se encuentra en Los Ángeles, en Estados Unidos. Su nombre es La Brea Tar Pits y en él se han encontrado restos de hasta 8000 individuos diferentes. El increíble número de esqueletos se debe a que, en aquel momento, el yacimiento era un pozo de brea, un lugar donde caían animales que quedaban atrapados por la viscosidad del fluido. Visto de otro modo, esta trampa era una invitación a saltarse la cacería, porque los grandes felinos podían aprovechar que sus presas estaban inmovilizadas en la brea para alimentarse de ellas. Por supuesto, no era el trabajo más seguro del mundo y, con más frecuencia de la que nos gustaría creer, los predadores quedaban ellos mismos atrapados en la brea.

8000 ejemplares

8000 ejemplares no es ninguna tontería. De hecho, es un número tan alto que a cualquier experto le hace pensar: Tiene que haber algo realmente único entre tanto hueso, algo atípico. En este caso, la iluminación vino de un médico traumatólogo (y escultor) llamado Robert Klapper. Al saber del número de restos de este yacimiento, no dudó en preguntar por las articulaciones anormales. Hasta entonces, se pensaba que estas lesiones encontradas en los huesos eran heridas de guerra, recibidas durante la cacería de grandes mamíferos, como bisontes o camellos. Sin embargo, el doctor tenía otra sospecha y decidió llevar algunos restos a un hospital cercano, donde se les hizo una tomografía computarizada, permitiendo reconstruir tridimensionalmente los huesos con increíble precisión.

El estudio de las lesiones reveló algo sorprendente. Uno de los ejemplares tenía daños característicos de una displasia congénita de cadera, esto es: la cavidad de la cadera donde se inserta el hueso de nuestra pierna (el fémur) es demasiado pequeña y hace que la cabeza del fémur se escape con frecuencia (se disloque), esto daña el hueso y acaba provocando serios problemas de movilidad. Que sea congénita no significa otra cosa que aquella patología era de nacimiento. Este simple dato decía mucho más de lo que parece, porque sugería que un cachorro de Smilodon claramente incapaz de correr tras las presas o saltar sobre ellas había sobrevivido hasta bien entrada la madurez. Alguien debió de haberlo alimentado y cuidado. El gran número de individuos encontrados en La Brea Tar Pits sugiere que la especie era gregaria, como los leones y no tanto como el resto de grandes felinos de la actualidad, que tienden a ser solitarios. La cadera dañada, por añadidura, nos habla de que, posiblemente, en esas comunidades había comportamientos altruistas bastante desarrollados.

Quedan muchos restos por estudiar, pero ya hay otros que apuntan en una dirección parecida, con heridas potencialmente mortales que, sin embargo, pudieron consolidarse por lo que presuntamente eran cuidados de la comunidad. El pasado se nos presenta borroso, pero con suerte, de vez en cuando, una pista hace que todo parezca mucho más nítido.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • A pesar de lo que se ha puesto de moda decir en ciertos foros, las labores de reconstrucción, tanto anatómicas como del hábitat o el comportamiento de una especie no son pura fantasía de los artistas y paleontólogos, sino labores forenses sorprendentemente precisas y pautadas que reducen el margen de la creatividad al mínimo para centrarse, sobre todo, en dar una imagen fidedigna de lo que la ciencia ha podido deducir hasta ahora.

REFERENCIAS (MLA):