Historia
Las 15 mayores chapuzas de la ciencia
La viagra, pérdidas de miles de millones, dinosaurios montados del revés son solo algunas de las chapuzas más famosas de la historia
Las chapuzas son innatas a cualquier sistema que intente adaptarse, seamos nosotros en un nuevo trabajo o las primeras formas de vida tratando de sobrevivir en un mundo hostil. Porque la evolución es ciega, no piensa, no razona, no se anticipa, su única forma de triunfar es probando hasta que algo da resultado y su portador sobrevive. Adaptarse, por lo tanto, significa tolerar muchísimas chapuzas y nosotros somos los reyes de la adaptación.
Podemos remontarnos 7000 años y hablar de las trepanaciones que muchas culturas empleaban para tratar de curar posesiones demoniacas, agujeros en el cráneo, a veces del tamaño del puño de un niño. Algunos sobrevivían, y lo sabemos porque el hueso tuvo tiempo de recuperarse en los bordes de la herida, pero evidentemente no era manera de curar nada, solo una autopista para las bacterias y, en todo caso, una forma de tratar casos muy concretos de sujetos que habían sufrido un derrame cerebral, permitiendo así evacuar la sangre acumulada.
Por otro lado, en textos como el Papiro de Ebers (hace 3500 años) podemos encontrar la recomendación de untar heridas en excrementos de cocodrilo, pero podemos asumir que ese tipo de prácticas totalmente faltas de higiene venían de lejos, poniendo en riesgo más vidas de las que salvaban. De hecho, hasta el año 1847 los médicos no empezaron a lavarse las manos para atender partos. El porcentaje de muertes en parturientas bajó una barbaridad, porque estábamos toqueteando donde no debíamos en un momento sensible y fomentando infecciones peligrosas. Es más, se han descrito monos en libertad ayudándose durante el parto y, evidentemente, no se lavan las manos. Eso significa que, aunque era mejor ayudar sucio que no ayudar, llevábamos haciendo esta chapuza peligrosa desde antes incluso de ser Homo sapiens.
Chapuzas sin sentido
Aristóteles y otros pensadores griegos situaron el corazón como origen del pensamiento y de otras funciones cognitivas, porque estaba en el centro del pecho, bien conectado con el cuerpo por el sistema vascular. Si sumamos esto a que precipita la muerte cuando se para y que cambiar su frecuencia en función de las emociones… la relación era evidente. Este cardiocentrismo tardó casi 5 siglos en ser falsado por Galeno y, aun así, ralentizó el avance de la neurociencia durante más de 1500 años.
Con los dinosaurios ha pasado muchas veces que el experto reordenara mal los huesos. El iguanodón tiene un pulgar en forma de púa, pero cuando lo reconstruyó Mantell por primera vez, en el 1822, le puso el dedo en la cara, como un cuerno. Algo parecido le pasó al elasmosaurio, un reptil marino con un cuello infinito y la cola bastante corta. Sin embargo, Edward Drinker Cope no podía aceptar una desproporción tal y lo reconstruyo en 1868 poniéndole la cabeza en el culo, como quien dice.
Durante sus viajes en el Beagle, entre 1831 y 1836, Darwin trató de hacerse con tantas especies como pudo. Estuvo meses persiguiendo un ejemplar de ñandú enano hasta que una noche, descubrió que sus compañeros lo habían cazado y se lo estaba comiendo en ese momento. Rápidamente cogió todos los huesos, las plumas de la cocina y la cabeza para enviarlos a Gran Bretaña y así tratar de salvar el descubrimiento.
En 1965, George B. Blonsky y Charlotte E. Blonsky patentaron una máquina para facilitar partos. La idea era atar a una mujer a una plataforma rotatoria para que, haciéndola girar a toda velocidad, la fuerza centrífuga expulsara al niño, que era recogido por en red. Evidentemente, esto es una chapuza que no llegó a usarse.
Fue en 1990 cuando la NASA puso en órbita el telescopio espacial Hubble, de 2800 millones de dólares. Sin embargo, las primeras imágenes estaban borrosas. Supuestamente, una mancha de pintura había alterado el aparato que debía calibrar la lente del Hubble, que había resultado demasiado plana. El error no pudo solucionarse hasta 1993 con una segunda misión.
Seis años después de resolver el fiasco, la NASA lanzó el Mars Climate Orbiter, un proyecto de 125 millones de dólares que se estrelló contra Marte por una desviación de 60 kilómetros. El motivo fue un fallo en las unidades de medida, porque mientras la NASA había usado metros y centímetros, la multinacional Lockheed Martín (encargada de desarrollar el software) lo hizo en pies y pulgadas… Una chapuza millonaria.
Y la verdad es que las chapuzas no son cosa del pasado porque, hace tan solo 10 años, el experimento OPERA dijo haber detectado partículas viajando más rápido que la luz en el vacío, algo que derrumbaría la ya contrastadísima teoría de la relatividad especial de Einstein. Habría revolucionado la física si no fuera que resultó ser un error producido por un cable suelto.
Chapuzas con final feliz
Pero a veces las chapuzas salen a cuenta y eso es lo que conocemos como. La RAE lo define como un hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual y justo a continuación pone como ejemplo la penicilina (pero no que vamos a explicar porque es conocido por todos y ya se habló de esto en el programa). En 1928, los cultivos del médico Alexander Fleming se contaminaron con un hongo y, en vez de tirarlos y a otra cosa, se dio cuenta de que el hongo estaba impidiendo el crecimiento de las bacterias que intentaba cultivar. Esto le dio una idea que, en realidad, ya habían tenido muchos otros antes, incluso con el mismo hongo (Penicillium notatum) y gracias a esa chapuza, a la contaminación del cultivo, una década después Walter Florey y Ernst Chain consiguieron producir el antibiótico en grandes cantidades, cambiando la medicina para siempre.
La medicina está cargada de ejemplos. El más famoso es el sildenafilo, que resultó ser un tratamiento muy mediocre para la angina de pecho. En lugar de dilatar los vasos sanguíneos del corazón, evitando que la sangre dejara de nutrir al músculo cardíaco, dilataba los vasos de… otras partes del cuerpo. Y bueno, desde entonces lo conocemos como viagra, la chapuza más famosa de Pfizer.
En 1960 el científico Barnett Rosenberg estaba estudiando cómo afecta la electricidad al crecimiento de las células y, para ello decidió electrocutar bacterias en una cubeta de platino. Se dio cuenta de que las células no conseguían dividirse y crecían sin control hasta morir. Así descubrió que un producto de esa reacción era el cisplatino, una molécula que daría lugar a uno de los fármacos más exitosos de la historia para tratar el cáncer.
Y aquello no fue ni la primera ni la última vez, porque los primeros compuestos que se usaron para frenar el crecimiento del cáncer también fueron encontrados por casualidad cuando, en 1943, la Luftwaffe alemana bombardeó el puerto italiano de Bari. Algunos barcos contenían gas mostaza que se esparció por el puerto afectando a los marineros, cuyas células inmunitarias se vieron muy reducidas. Los investigadores supusieron que el compuesto inhibía la división celular y decidieron probarlo en cáncer con un gran éxito.
Para que nos hagamos una idea del peso que tiene en la ciencia la chapuza bien llevada, podemos remitirnos a la propia ciencia, que se ha estudiado con detalle. Precisamente por eso sabemos que un 5,8% de los medicamentos que aprobados y en circulación se encontraron por pura casualidad. Es más, otro 18,3% son derivados de estos serendípicos fármacos. Y es que la ciencia es un edificio de aciertos realmente exitosos, sin duda, pero se construye sobre una montaña de errores, despistes y fracasos que, en el fondo, nos hacen humanos.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Nada de esto quiere decir que la ciencia vaya completamente a ciegas. Los científicos, que son quienes la hacen posible, van tan preparados como pueden, estudiando todo lo que está en su mano para intentar predecir con precisión el siguiente resultado de su experimento. Sin embargo, el mundo es complejo y no siempre se acierta. Es ahí, precisamente, cuando la realidad confronta las ideas que nosotros nos podamos haber hecho de ella, el momento donde se hace evidente la necesidad de un cambio, de un avance científico que nos ayude a explicar todo lo que ya explicábamos antes y, además, lo que acaba de romper nuestros esquemas. Decía Chalmers que la ciencia avanza confirmando nuevas hipótesis realmente revolucionarias, o bien, desmintiendo pequeños detalles que hasta ese momento dábamos por válidos. Por supuesto hay mil matices que tiran por tierra esta simplificación, pero es una buena forma de entender que, las chapuzas, si bien juegan un papel, ni copan ni amargan la ciencia.
REFERENCIAS (MLA):
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