Comportamiento

El artículo que los “machos alfa” no quieren que leas

La mentira empezó en 1947 como una confusión, pero se ha vuelto una plaga conceptual casi imposible de erradicar

Lobo paseando entre la nieve
Lobo paseando entre la nievePixabayCreative Commons

Lo de los machos alfa no es algo que venga de ayer ni de hace un par de años. Algunos llevamos escuchando el concepto desde que tenemos uso de razón, nos lo embuten con la suficiencia de quien tiene el aval de los datos, usando la “ciencia” como si fuera una bula Papal para lanzarse a la cruzada de los clichés. Nos dicen que existen machos más dominantes, agresivos y triunfadores, todo ello en un pack indivisible que les contrapone a los secundarios betas y a los ridículos omega.

El dato se ha hecho fuerte en algunos grupos sociales, sobre todo para justificar determinadas conductas tóxicas, invasivas y de dominación por la fuerza. Y el motivo por el que triunfa tanto, aparte de porque confirme los sesgos de un puñado, es porque aseguran que es un concepto científico, la manera en que se estructuran las manadas de lobos, por ejemplo. Pero… ¿y si todo fuera un enorme malentendido? ¿A cuántos les escocería en el ego?

Ni en lobos ni en simios

Debemos recordar que el concepto de macho alfa no implica solo que exista un líder, sino que este se ha impuesto por la fuerza, compitiendo contra otros pretendientes al trono que van saliendo de entre la masa. Aclarado eso, podríamos empezar rebatiendo lo evidente: que no somos lobos. Ese es el camino más fácil, porque en zoología hay que tener mucho cuidado con qué especies comparamos y, aunque no seamos los parientes más lejanos, lobos y humanos tenemos más bien poco en común. Tal vez deberíamos compararnos con parientes más cercanos, como los grandes simios. Lo ideal sería compararnos con la especie más próxima (todavía viva), pero resulta haber dos de las que nos distanciamos hace entre 5 y 6 millones de años, y sus dinámicas sociales son completamente dispares.

Los chimpancés suelen asociarse más con estas conductas de dominación y agresividad (aunque eso no garantiza el liderazgo, ya que es igualmente importante saber trazar alianzas). Los bonobos, por la contra, resuelven sus problemas de formas más hedonistas, con arrumacos, sexos (y trifulcas menores, todo sea dicho). Así que, aunque los chimpancés puedan estar más cerca de la idea de macho alfa, ninguno de los dos parece encajar del todo. Pero el problema es incluso mayor, porque habiendo dejado esto claro, es hora de hablar de la persona que acuñó el término “macho alfa” y que se ha pasado décadas intentado eliminarlo.

Cuidado con lo que deseas

Su nombre es David Mech y a sus 85 años se ha convertido en uno de los mayores expertos mundiales en lo que al comportamiento de las manadas de lobos se refiere. Podríamos revisar toda su valiosa contribución al campo, peor para contar esta historia debemos ser injustos y empezar por el conflicto, el año 1947. No es descabellado pensar que Mech, mientras terminaba de escribir su libro, fantaseara con la posibilidad de que se volviera un superventas. A fin de cuentas, eso es lo que quiere cualquier escritor, sobre todo sabiendo lo mal pagado que está el anticipo. El caso es que Calíope sonrió a Mech, y el libro se convirtió en un éxito. En él explicaba todo lo que se sabía sobre los lobos a mitad del siglo pasado, y eso incluía algunas investigaciones propias, como aquella en la que acuñó el término.

El gran problema es que, por aquel entonces, la mayor parte de estudios sobre el comportamiento de los lobos habían tenido lugar en cautividad, y esto altera sobremanera la forma en la que se comportan. Los estudios de Mech no eran una excepción. De hecho, relataba en su libro cómo, tras estudiar en detalle un grupo de lobos en cautividad, pudo distinguir en ellos que una pareja alfa (de macho y hembra) imponían su dominancia por la fuerza sobre el resto de los lobos. Ese fue el origen del mito y, cuantas más copias del libro se vendían, más se popularizaba el engañoso concepto.

Mech tardó un tiempo en comprender dónde estaba el error. Las manadas de lobos en cautividad suelen estar formadas por un gran número de individuos a los que “se les obliga” a estar juntos sin importar su parentesco. Estas situaciones muy rara vez se dan en la naturaleza, por lo que las conductas que surgen en ella no solo no son representativas, sino que son aberrantes. Equivaldría a querer estudiar el comportamiento de los seres humanos hacinando a 100 en 200 metros cuadrados: los resultados no tendrían ningún valor.

En cuanto Mech se dio cuenta pegó un brusco volantazo y se convirtió en el mayor detractor de su propio término. Para él, el rigor iba por delante, y desde entonces ha pasado años luchando contra viento y marea, desmintiéndose en medios de comunicación y, sobre todo, tratando infructuosamente de que la editorial retirara su libro, que según él mismo confiesa, está tremendamente desactualizado (no solo en lo que respecta a este tema). Quién le iba a decir al Mech de 1947 que sus esperanzas de escritor novel se cumplirían, pero que le traerían más desgracias que otra cosa.

No hay alfas en la familia

En las últimas décadas, gracias a numerosos estudios hechos en la naturaleza, se ha podido desentrañar la verdadera dinámica de estas manadas. En la naturaleza, suelen contar con unos 6 ejemplares, dos progenitores y sus crías, que pueden permanecer con ellos entre uno y dos años antes de hacer su propia vida. En contra de lo que se suele pensar, la inexperiencia de las crías hace que cacen mayormente los padres, en pareja, y dado que son más grandes, fuertes y experimentados que sus hijos, no hay más dominación “por la fuerza” de la que podría haber en cualquier familia humana.

Algunas excepciones son las grandes manadas de lugares donde la densidad de lobos es inusitadamente alta, como el parque de Yellowstone, donde las manadas acaban compartiendo territorio y sí desarrollan algunas conductas similares a las observables en cautividad. Sabiendo todo esto, Mech ha escrito varios artículos desdiciéndose y tratando de aclarar la situación. No hay machos alfa, al menos no con las connotaciones que el término tiene, porque para referirnos a líderes, en general, ya tenemos una buena palabra: líderes.

La relación entre ciencia y sociedad es compleja y, cuando un concepto científico se viraliza al poco de ser acuñado, suelen coincidir dos cosas: la primera es que ese concepto está siendo deformado para encajar con los sesgos socioeconómicos de un grupo que tiene más control de la opinión pública. El otro es que, tarde o temprano, sus argumentos hacen aguas, porque tomaron conclusiones muy apresuradas de resultados todavía preliminares. Lo de los machos alfa, tal y como suele usarse, es un ejemplo claro de todo eso. Y bueno, por qué no volverlo a decir aquí, al final de un artículo que debería haber sido innecesario: incluso si aquellas afirmaciones del Mech de 1947 fueran ciertas, resulta que nosotros, a diferencia de los lobos, no somos lobos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Podríamos alegar que, precisamente como no somos lobos, no podemos decir que, porque ellos no tengan machos alfa, el concepto se derrumbe en humanos. El problema es que hemos de preguntarnos qué sustenta la idea de “macho alfa”, y la respuesta es que su evidencia se reduce a estudios antiguos en cautividad con lobos que, ahora, sabemos que no tienen sentido. Dicho de otro modo, si quitamos la evidencia de los lobos, nos quedamos sin ninguna prueba (supuestamente) contundente y, por lo tanto, la hipótesis se cae hasta que surjan evidencias suficientemente sólidas en sociología y antropología, porque las que hay hasta ahora, apuntan generalmente a que un concepto tan simple no da cuenta de la complejísima red de relaciones que constituye nuestras sociedades.

REFERENCIAS (MLA):