Genética

¿Podemos resucitar dinosaurios?

Siempre hemos soñado con devolver a la vida a aquellos gigantes, pero ¿podemos?

Fotograma de la película de Steven Spielberg "Jurassic World: Dominion"
Fotograma de la película de Steven Spielberg "Jurassic World: Dominion"Universal StudiosEFE/Universal Studios

En 1814 Richard Owen usó por primera vez la palabra “dinosaurio” y fue para referirse al megalosaurio, el propietario de un trozo de hueso que, hasta entonces, a algunos les recordaba a los testículos de un gigante. Así de perdidos estábamos por aquel entonces. Por suerte, tras el megalosaurio descubrimos muchos otros dinosaurios y fuimos ampliando nuestro conocimiento. No obstante, la sociedad tampoco les prestaba mucha atención, era una curiosidad como otras, huesos de un pasado desconocido, pero nada cautivador para las grandes masas. Quién le iba a decirle a Richard Owen que, 179 años después, la fama de sus bestias crecería gracias a una película. En 1993 se estrenó Parque Jurásico y la dinomanía creció como la espuma, pero era solo el comienzo.

Nos gusten más o menos, no podemos negar que Parque Jurásico ha sido una saga relativamente exitosa y que, entrega tras entrega, ha integrado a los dinosaurios en la cultura pop. De hecho, lo ha logrado tanto que nos cuesta creer que tenga algún mérito, tendemos a pensar que los dinosaurios siempre han llamado la atención, que, siendo tan llamativos, lo raro sería que no cautivaran al público. Ahora bien, entre los muchos aciertos de la saga, hay otros tantos errores y licencias que son necesarias para desarrollar la trama, pero que dan una imagen equivocada de lo que la paleontología cree saber.

Errores y clonaciones

Por ejemplo, se ha dicho hasta la saciedad que los velociraptores de Parque Jurásico no eran realmente velociraptores, sino algo más parecido a un Deinonychus, siendo este último mucho más grande y corpulento que el verdadero Velociraptor mongoliensis, de apenas medio metro de altura. Puede parecer un fallo garrafal, pero, en realidad, en su momento tenía sentido. Cuando Michael Crichton escribió sobre ellos para Parque Jurásico, existían propuestas que proponían unificar a los Velociraptor y los Deinonichus bajo una misma clasificación, propuesta que no triunfó, pero que fue suficiente para que se acabaran mezclando ambos nombres en el desarrollo de la historia.

Y es que Parque Jurásico bebe mucho de la ciencia de su tiempo, hasta el punto de poder comparar a Michael Crichton con Julio Verne en cuanto al conocimiento que tenían sobre las ciencias de su tiempo. Y eso se hace más que evidente al pensar en el eje de la historia: la clonación de dinosaurios extintos. Si eliminamos la parafernalia paleontológica, veremos que esta obra es una reflexión sobre las consecuencias de la revolución genética que estábamos viviendo por aquel entonces. ¿Cómo podrían aprovecharlo las empresas? ¿Qué implicaciones podría tener en nosotros? Por supuesto, no es un tratado y nadie espera que lo sea, sus reflexiones son superficiales, pero bebe de su época, anticipándose incluso a algunos de los hitos más conocidos de este campo, como el nacimiento del primer mamífero clonado a partir de una célula adulta, la oveja Dolly, que fue anunciado en 1997, cuatro años después del estreno de Parque Jurásico. Ahora bien. ¿Cómo de plausible es? ¿Podemos clonar un dinosaurio?

Desextinción

Hace tiempo que se habla de devolver especies a la vida siendo el mamut lanudo (Mammuthus primigenius) la más famosa de todas. En el hielo de Siberia se han encontrado ejemplares cuya carne piel y pelo se ha mantenido hasta nuestra época. Hablamos de restos que rondan los 20.000 o 60.000 años de antigüedad. Los intentos por traerlos de vuelta a la vida han sido muchos, pero hasta ahora no ha habido grandes éxitos.

Es cierto que los científicos han conseguido extraer de unas células de su piel el núcleo donde se encuentra su ADN e introducirlo en el óvulo de una elefanta. Las buenas noticias es que algunos genes (algo así como los paquetes de información del ADN) se reactivaron tratando de poner en marcha sus funciones y desencadenar la síntesis de proteínas de mamut. Sin embargo, el material genético estaba tan dañado que las células no sobrevivieron demasiado y fueron incapaces de dividirse.

Todo esto es lo esperable, en realidad. El ADN es una molécula delicada cuya información puede deteriorarse o perderse por completo con relativa facilidad. Se estima que en poco más de 500 años la mitad de su información se puede dar por perdida y que en pocos miles de años su deterioro es casi total. En casos de frío extremo y en un entorno ni demasiado ácido ni excesivamente seco, se supone que estos tiempos podrían alargarse, pero ¿cuánto más?

Más problemas

A esto, ha de sumarse otra complicación, que es la de la propia clonación. Algo que se nos resiste incluso con especies cuyo ADN conocemos a la perfección, como el caso del bucardo (Capra pyrenaica pyrenaica), una subespecie de cabra montesa que, tras su extinción, tratamos de recuperar. Lo conseguimos, pero durante apenas unos minutos antes de que se extinguiera por segunda vez.

Todo esto es más importante de lo que parece, porque en el caso de los dinosaurios todas estas complicaciones se multiplican. En primer lugar, su ADN tendría, como poco, unos 66 millones de años. En segundo, necesitaríamos una célula viva en la que introducir su material genético, e incluso sus parientes más cercanos son bastante distintos a ellos, por lo que la clonación sería infinitamente más complicada que en el caso del bucardo.

Lo que sí tenemos

Sin embargo, hace un par de años encontramos lo que parece ser ADN de dinosaurio, no fosilizado, sino preservado en tejido superviviente al proceso de fosilización. ¿Cuánto contenido podremos llegar a recuperar de su ADN? Posiblemente, no el suficiente como para traerlo de vuelta a la vida, pero, con suerte, nos dé pistas sobre algunos detalles y, gracias a ellos, podamos, en todo caso, abordar el problema de una manera totalmente diferente. Y es que sabemos que las aves, en realidad, son dinosaurios, dinosaurios avianos que, entre otras cosas, han silenciado determinadas características de su cuerpo, silenciando los genes encargados del desarrollo de garras en sus manos, de dientes en su pico, de una cola larga, etc.

Algunos grupos de investigación están investigando cómo recuperar esos rasgos que, en teoría, siguen codificados en el ADN de las aves para, así, recrear lo que han decidido llamar “dinopollos”. No son dinosaurios a la vieja usanza, desde luego, pero son un planteamiento interesante que, en caso de llegar alguna vez a la práctica, dará mucho de lo que hablar. Y será, en parte, gracias a la popularidad que han ganado por Parque Jurásico, porque ha habido muchos grupos de animales en el pasado de la Tierra, y los dinosaurios han sido uno más. Así pues, lleguemos o no a ver dinosaurios de carne y hueso entre nosotros, si llega a suceder, podremos considerar a Parque Jurásico habrá sido una especie de profecía autocumplida. Porque si se están destinando algunos esfuerzos a ello es, en buena medida, por la popularidad que le dio el cine.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Todas estas investigaciones pueden parecer caprichos de científicos que no saben muy bien cuáles son sus límites, pero nada más lejos de la realidad. El objetivo no es clonar dinosaurios para exhibirlos por dinero y mucho menos liberarlos en la naturaleza para recuperar un ecosistema que no corresponde a nuestro tiempo. La idea es entender mejor la vida en la Tierra, responder a preguntas fundamentales y seguir desarrollando nuestras habilidades genéticas.

REFERENCIAS (MLA):