Ciencia

¿Por qué odiamos a los franceses?

Es frecuente que las comunidades vecinas no se lleven bien entre sí, pero ¿por qué?

Torre Eiffel
Torre Eiffel TheDigitalArtistPixabay

Las rencillas regionales han dado lugar a algunos de los clichés más injustos y divertidos. De todas las formas de discriminación es, posiblemente, la más normalizada, al menos, cuando ocurre de abajo hacia arriba. Dicho de otro modo: no suele haber reparos en tratar a los alemanes como engullidores de salchichas cuadriculados, pero surgen ciertos conflictos si aplicamos clichés equivalentes, por ejemplo, a países como India o Paquistán. Es lógico, una broma no tiene las mismas connotaciones que la otra, pero dejado a un lado las críticas sociales a las que se somete el humor, lo cierto es que esta distinción está más arraigada de lo que podemos pensar en nuestra cultura.

Pongamos como ejemplo a nuestros dos principales países vecinos. Si algo disfrutamos en esta tierra son las burlas hacia los franceses y, por qué no decirlo, muchas de ellas van con cierta inquina o, al menos, más de la que solemos aplicar en las bromas que recibe Portugal. Mientras que Francia es un país al que consideramos como un competidor directo e incluso puede llegar a acomplejarnos, tendemos a ver a Portugal como un hermano pequeño. Portugal, por su parte, no dirá lo mismo de nosotros, que somos su particular Francia en muchos aspectos. Hay que entender que, en estas líneas, no pretendemos analizar las bondades de cada país o la calidad de sus gentes, nos interesan las relaciones que establecemos los individuos con la idea de otras comunidades vecinas. Y es que esto mismo podemos aplicarlo a comunidades autónomas, provincias, pueblos y ciudades cercanas. Solo tenemos que pensar en cómo hablan los pueblos sobre la capital de su provincia. Pero… ¿por qué sucede esto?

Más capas que un croissant

Particularicemos la pregunta en un caso, en el objetivo de la mayoría de nuestras bromas regionales: Francia. Hay muchos motivos por los que en nuestro país siente asperezas transpirenaicas y el principal no es científico, es histórico, porque todas estas preguntas tienen multitud de capas y la biológica es solo una de ellas. En este caso, tendríamos que retrotraernos al siglo XVIII con los Pactos de la Familia de los borbones y continuar con una larga lista de afrentas internacionales, pero no es eso lo que nos ha traído hasta aquí. Nos interesan los motivos más generalizables, esos que están presentes en el caso de Francia y España, pero también en el resto de las tiranteces vecinales. ¿Es posible que hayamos sido seleccionados evolutivamente para desconfiar del prójimo?

Los seres humanos somos sociales por naturaleza, allá adonde fuéramos encontraríamos comunidades que se ayudan entre sí, pero… ¿dónde está el límite entre una población y otra? ¿Dónde se extiende la frontera entre amigos y enemigos? Si queremos entender la naturaleza como una lucha por los recursos podemos pensar que estas desavenencias son el único camino de la supervivencia. El problema es que esa visión lleva más de un siglo caducada. La cooperación suele ser la estrategia ganadora y ocurre incluso entre distintas especies, que acaban estableciendo pactos tácitos que benefician a ambas. La clave, entonces, está en el equilibrio. Del mismo modo que no podemos prescindir de la colaboración, tampoco podemos fiarnos indiscriminadamente de los desconocidos. Hay momentos en los que las voluntades de unas y otras comunidades entrarán en conflicto y cada una luchará por los suyos. En biología existe un concepto algo controvertido llamado “selección de parentesco”, pero que nos sirve para ilustrar este caso concreto. Según esta selección, tendemos a ser más altruistas con aquellos individuos especialmente emparentados con nosotros y, lógicamente, en la mayoría de las culturas y estructuras sociales del reino animal, los individuos más emparentados serán los de nuestra misma población, no los vecinos.

Dos caras de una misma moneda

Si queremos explorar un nivel explicativo incluso más fundamental, podemos preguntarnos cómo han codificado nuestros genes ese rechazo a los desconocidos y, a la vez, la necesidad de establecer lazos con los nuestros. Es difícil establecer este tipo de relaciones tan específicas entre cuestiones moleculares y nuestros comportamientos, pero este caso parece estar más claro. Una de las sustancias responsables es la oxitocina, una molécula clave, por ejemplo, en la inducción del parto. Sabemos que este tipo de sustancias no tienen funciones concretas, sino dependientes del contexto. Por ejemplo, la oxitocina parece estar relacionada con el fortalecimiento de los vínculos con aquellos a los que consideramos de nuestro grupo. Sin embargo, parece reforzar también la desconfianza con quienes no pertenecen a ese grupo.

Algunos estudios han planteado que podría estar especialmente relacionado con algunas actitudes racistas, donde se analizan las situaciones en clave de “nosotros contra ellos”. ¿Significa esto que nuestros clichés sobre los franceses están movidos por la oxitocina? No exactamente, pero puede que sea uno de los muchos factores que entran en juego y, sobre estos cimientos biológicos que nos predisponen a las rencillas entre poblaciones, se suma toda una compleja red de cuestiones culturales tanto o más importantes que la genética.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Evidentemente, no hay argumentos que justifiquen la discriminación hacia otras culturas. Hay una gran diferencia entre el es y el debe y, creer que está justificado comportarse de cierta forma solo porque tengamos una tendencia natural a ello es lo que se conoce como “naturalismo”. La naturaleza es sabia, pero nosotros hemos desarrollado toda una pátina cultural que ha cambiado las reglas del juego y, en ella, hemos desarrollado conceptos como los derechos humanos. La ciencia por sí sola no puede decir cómo hemos de comportarnos, pero puede estudiar cómo nos comportamos y por qué lo hacemos así. Comprender esa diferencia entre lo que son y lo que deben ser las cosas es el indispensable para no pervertir la ciencia.

REFERENCIAS (MLA):

  • Julia H Egito, et al. Oxytocin increases the social salience of the outgroup in potential threat contexts. Sage, Psychological Science. DOI: 10.1016/j.yhbeh.2020.104733
  • Sara B. Algoe, et al. Oxytocin and Social Bonds: The Role of Oxytocin in Perceptions of Romantic Partners’ Bonding Behavior. Sage Journals DOI: 10.1177/0956797617716922