Dos meses de la Dana
«Si me dan solo el dinero que me han dicho tapio la casa»
En Massanassa, las víctimas de la DANA critican la lentitud para recibir la compensación del Consorcio que necesitan para poder reformar sus viviendas arrasadas
En casa de Rosa García, el calendario sigue marcando octubre de 2024. Encima de la fecha en la que se paró todo hay una imagen de la Virgen Milagrosa, patrona del Colegio San José y San Andrés de Massanassa donde trabaja Rosa: «La Virgen María guardaba todas las cosas en su corazón», reza justo debajo. Ese calendario es lo único que queda de lo que hasta el 29 de octubre era la casa donde vivía con su marido, Arturo Saura, y sus dos hijos, Arturo y Alberto.
Su casa está ubicada en una planta baja de un edificio a escasos 200 metros del barranco del Poyo y cuando a Rosa le dijeron pasadas las 16:35 horas que se estaba llenando, fue con su hijo Alberto a verlo. «Es lo que solíamos hacer aquí toda la vida, llovía en octubre e íbamos a ver cómo iba el agua», asegura. Por aquel entonces todavía quedaba por llenarse, pero a las 18:25 recibieron un aviso de que ya se iba a desbordar y volvieron a salir para comprobarlo. No llegaron ni al patio de al lado: el agua ya subía y tuvieron que retroceder.
Lo primero que hicieron al volver fue pensar en Pepita y Amparo, dos vecinas de 82 y 86 años que viven solas también en la planta baja de su edificio. La segunda no quería salir de su casa y fue su hijo Alberto quien la acabó ayudando a subir las escaleras.
El agua arrasó el portal en cuestión de minutos y tuvieron que ponerse a salvo en los pisos de los vecinos en las plantas superiores. Cuando Arturo volvió a bajar a las tres de la madrugada, su casa estaba arrasada. El barro llegaba hasta las rodillas y dentro del caos, se sorprendió al ver un puzzle que estaba haciendo su hijo Arturo y sus facturas de autónomo secas e intactas encima de las mesas, que habían flotado con el agua.
Dos meses después, los vecinos de las zonas afectadas anhelan volver a una normalidad que todavía les queda muy lejana. En Massanassa, los militares todavía copan la estampa del pueblo. La mayoría trabaja ayudando a sacar fango de los garajes y trasteros a vecinos ataviados con equipos de protección y mascarillas. En la biblioteca municipal del pueblo decenas de personas todavía hacen cola para recibir una comida caliente y en un día lluvioso, las calles vuelven a humedecer el barro seco que todavía aparece.
Rosa y su familia comenzaron las obras hace un par de semanas para intentar recuperar su casa hartos de esperar la compensación del Consorcio. Desde el día de la dana viven en casa de su tía, una señora de 86 años, y no saben todavía cuándo podrán volver.
La marca del agua todavía se ve a más de dos metros de altura en las paredes, que siguen llenas de moho. Lo primero ha sido derribar y picarlas para poner un yeso antihumedad. En el baño, la bañera sigue cubierta de lodo y en lo que antes era el salón y el despacho de Arturo se amontonan los escombros de todo tipo mientras tres albañiles se apuran a ir sacándolos poco a poco al contenedor ubicado en la puerta.
Acaban de comenzar, pero temen verse obligados a parar. «El dinero se acabará si no paga el Consorcio», admite Arturo. El perito fue a su casa el 7 de noviembre, una semana después de la dana, pero todavía no han recibido la compensación. Desde entonces tan solo han recibido las ayudas de la Fundación Amancio Ortega a viviendas afectadas y a empresas de Juan Roig, ya que Arturo trabajaba como autónomo desde su casa.
En una primera valoración, el Consorcio les dijo que les correspondía 45.000 euros porque no podían cubrir más allá de 7.000 euros en material dañado dentro de la casa. «Si me dan solo ese dinero es que tapio la casa, se acabó. No me puedo permitir más, ya estoy pagando una letra más de coche a 200 euros para empezar la obra», dice Arturo, que se queja de las dificultades para recibir la compensación a pesar de haber estado pagando veinte años un seguro de hogar. «Tener que estar peleando no lo veo justo. Me hierve la sangre», reniega. Tras pasar un presupuesto de los daños, el Consorcio les dijo que era más, pero sin un importe fijo, siguen a la espera.
Durante tres semanas estuvieron durmiendo en un colchón y aunque aseguran que están bien, su objetivo es volver cuanto antes a casa. «Dicen de volver a la normalidad, ¿pero qué normalidad tengo yo?», se queja.
Convivir en el salón con tu hija
Aún así, no todos los vecinos afectados han salido de sus casas ni han podido comenzar a reconstruirlas. Rosa Nacher sigue viviendo con su hija CristinaBallester en el salón de su casa, reconvertido en un cuarto con doscolchones. Enfrente la tele está encendida y su perro ladra ante la presencia de extraños.
En su casa entró medio metro de agua y ambas tuvieron que saltar por el patio interior a casa del vecino asustadas ante el torrente de agua que venía por su calle. «Un coche se estampó contra la puerta y bloqueabael agua, sino hubiese entrado más de un metro», dice Rosa. «Aún así tenía miedo de que rompiera la puerta y nos llevara por delante», añade.
La puerta de madera antigua ahora no cierra bien y las ventanas las mantiene abiertas para ir sacando el olor que aún perdura a humedad. A Rosa le han ofrecido algunas amigas sus hogares, pero con un perro grande y con todo revuelto por casa, ha preferido quedarse en su hogar, a pesar de todo.
Ahora está a la espera de ver cuándo podrán comenzar las obras en la parte delantera de la casa, donde están las habitaciones. «Me han dicho que tengo que tirar metro y medio de pared», dice. Rosa ha pedido presupuesto a dos empresas, pero está a la espera de recibir el dinero del Consorcio. Sin esa compensación, no puede comenzar, y aún así asegura que no será suficiente. «Me han calculado 33.000 euros y no sé qué piensan que voy a hacer con eso. Solo en pintura seguro que hay ya más de 4.000 euros», dice. Por el momento, como la otra vecina, solo ha recibido las ayudas privadas, un dinero con el que se ha podido comprar una estufa para estar caliente.
Para Rosa, el objetivo es poder haber terminado la obra en sus dormitorios antes de San Juan. «Quiero dormir en mi cuarto, tener mi intimidad», dice la madre, que asegura que la convivencia durante dos meses en el salón con su hija Cristina de 32 años pasa factura.
«Estamos las dos soportándonos y claro, a veces te chillas y te hablas mal», admite. «Es pesado. Han pasado dos meses ya, pero me hace efecto de más de un año».
A pesar de todo, las familias saben que podrían haber corrido peor suerte. A Cristina todavía se le encoge el corazón al recordar los días que por el bando municipal se iban diciendo los nombres y apellidos de personas desaparecidas a las que buscaban sus familiares. Algunos de ellos eran conocidos y regresaron, pero otros repetían el nombre hasta que dejaba de sonar.
A las 18:15 horas, Arturo tenía que llevar a su hijo en coche con sus amigos, pero este decidió ducharse primero y ya no les dio tiempo a salir. «Menos mal, si no mi padre hubiera aparecido en l’Albufera», dice su hijo Alberto. «Al final, estamos agradecidos de estar vivos», añade.
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