Un mes de la DANA mortal
Un mes después de la DANA: del shock al enfado por no estar ya en casa
Los vecinos de Chiva que todavía no han podido volver a sus hogares critican que no se les dé indicaciones claras para su regreso y piden celeridad
A las cuatro de la madrugada, Fátima Martínez se ha despertado llorando. A la medianoche había podido finalmente conciliar el sueño pero de repente se le han abierto e inundado los. “Es un sentimiento de rabia, de rabia”, dice. Casi un mes después de la DANA, la pesadilla continúa para muchos vecinos de Chiva como ella. Fátima se ha despertado en la casa de un amigo, la cuarta que ocupa en apenas cuatro semanas y todavía no sabe cuándo podrá volver a la suya.
El agua entró en su casa en la Loma del Castillo por ambos lados y tuvo que salir nadando. Las paredes han sobrevivido pero por dentro hay ahora un espacio diáfano donde antes había un hogar. Ha tenido que tirarlo todo, incluso la cocina por el olor a moho, y aún no ha venido el perito. “Hace quince días me escribieron pidiendo los papeles por correo electrónico, pero no he sabido nada más”.
Tampoco le han peritado la pérdida del coche. En menos de una semana se le acaba el de sustitución y no ha podido volver a su trabajo en Venta del Moro, a setenta kilómetros. “La gente me dice que me coja un renting, pero es que necesito cualquier céntimo para rehacer mi casa”, dice. Fátima ya ha tenido que pedir un préstamo de 30.000 euros para poder volver a obrar porque todavía no ha recibido ninguna ayuda. La última traba que se encontró fue que para pedir la indemnización estatal necesitaba el certificado electrónico, pero este estaba en su portátil, que perdió con la riada. “Cuando pregunté por una solución en la oficina de aquí me dijeron: ‘uff, pues entonces no sé que vas a poder hacer”, asegura. “Yo lloro y hago, lloro y hago, me muevo”, dice, en un intento de rehacer su vida.
Fátima lo ha perdido todo, pero podrá volver a su casa. Hay todavía decenas de familias que no saben cuándo volverán, como la de Toñi Genovés. La mayoría han estado alojados desde entonces en dos hoteles, La Orza y El Canario que ha costeado el ayuntamiento, pero los vecinos critican que el consistorio no da indicaciones claras sobre su vuelta a casa y dan sensación de descontrol. “No lo han gestionado bien, lo primero era agilizar”, asegura Mercedes Plaza.
Mercedes ha estado viviendo en casa de una persona que hasta esa noche de la DANA era una desconocida. “Su casa se inundó, pero como tenía una segunda de un familiar me dejó las llaves”, dice. Ambas se conocieron en el Colegio de Educación Infantil Culla donde la Guardia Civil alojó una vez paró de llover esa misma madrugada del miércoles a cuatrocientas personas. Hasta dos días después, cuando apareció la conserje del ayuntamiento, nadie del consistorio supo que estaban allí ni les dieron atención. La mayoría vivía en viviendas de la calle Ramón y Cajal donde no había entrado agua, pero les desalojaron por peligro de derrumbamiento.
El pasado miércoles, Mercedes y algunos vecinos de esa calle pudieron volver a su casa, pero no todos: los del primer piso todavía no y tampoco los que viven en los dos portales delas esquinas del edificio.
La sensación que reina en Chiva es de impotencia y enfado. Las primeras semanas todavía estaban en shock, pero conforme pasan los días y no saben cuándo podrán volver a sus casas, el enfado y la rabia con la gestión municipal reina en el ánimo del pueblo.
La falta de claridad es la queja más recurrente. Primero les dijeron que tal vez pudieran volver el sábado 16 de noviembre, después el miércoles siguiente y un mes después, solo algunos han podido volver. La sensación de descontrol era tal que el domingo pasado les dejaron entrar a recoger cosas y les pidieron comprobar si iban el gas, la luz y el agua en sus casas, pero las compañías habían desconectado la misma noche de las lluvias los suministros de todos los edificios ante el peligro de derrumbamiento.
A los vecinos del primer piso el único motivo que les han dado para no poder entrar es que no han terminado las labores de inspección, pero no entienden por qué los pisos de arriba no corren peligro y los suyos sí. “Nos dijeron que iban a poner unos muros de carga, pero que de momento no. No entendemos por qué los primeros no podemos entrar. Si el edificio cae es de arriba a abajo, no va a derrumbarse solo el primero”, dice Dani Nieto.
Lo principal es asegurar que el edificio es seguro para vivir, pero algunos no se fían ante la falta de claridad. Toñi asegura que el arquitecto municipal les dijo que el problema es que los cimientos están en tierra caliza y que, aunque no estaban dañados y se podría volver, deberían hacer revisiones periódicas para asegurar que no hubiese más daños. “¿Qué confianza te da que te digan?: tú vuelve, que ya iré a revisar. Yo leo entre líneas que no hay seguridad”, dice Toñi, que vive en uno de esos primeros pisos de la calle Ramón y Cajal. El barranco se ha quedado a menos de cuarenta centímetros de su ventana y si se asoma, ve el abismo. “Me da miedo vivir allí, me quedaría más tranquila si me dan casas prefabricadas”, dice. Para ella, la ansiedad es lo peor.
Desde el ayuntamiento aseguran no poder atender las preguntas de este diario sobre la habitabilidad de las viviendas ni las quejas de los vecinos por la alta carga de trabajo. La oposición ha presentado una moción de censura en bloque al gobierno de la alcaldesa del Partido Popular, Amparo Fort, que se votará el próximo 12 de diciembre y prevé un cambio de gobierno.
“Vivimos en una constante montaña rusa: susto, sobresalto, estado anímico por los suelos, luego algo esperanzador. No puedo más”, dice Toñi, que se abraza a su vecina, Emilia Linares. Esta última agradece el trato del hotel La Orza, donde están a pensión completa familias como la suya. Les han dicho que los dos hoteles están reservados hasta final de diciembre, pero ansían volver a casa por Navidad. “Queremos ya una solución definitiva”, asegura Emilia.
Para las vecinas de este bloque de viviendas, lo mejor que ha traído la DANA es haberse conocido entre ellas. “Hemos hecho piña, de aquí sacas la ayuda de gente maravillosa”, dice Mercedes. “Cuando todo esto pase, nos iremos de comida: una mesa enorme de 160 personas. Es un sentimiento maravilloso, es súper bonito”, sonríe.
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