“Platanomanía”: Las tres vidas de la fruta más cara del mundo
La banana de Maurizio Cattelan está en manos de un matrimonio de coleccionistas que ha visto en ella una manera de «agitar conciencias». Rod Webber, mediante un grafiti pintado en la pared donde estaba la pieza, ha puesto final a la performance de los 120.000 dólares
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La décimonovena edición de Art Basel Miami, lo que son las cosas, será recordada por una fruta, un plátano, y por el nombre de un artista, Maurizio Cattelan. Después de 13 años regresaba a una feria y la convertía en una ídem. La expectación era grande, fundamentalmente por lo estratosférico del precio de la obra, una banana adherida a la pared con cinta americana y bautizada como «Comedian».
La pieza, comprada en un mercado de la zona, no dejaba demasiado a la imaginación, aunque resaltaba su autor que lo importante para él era la idea, lo que queda debajo, el poso. Pedía 120.000 dólares (108.000 euros) y, además, el propietario debería sustituir cada pocos días la obra por otra nueva antes de que se pudriese. La obra tuvo tres vidas: primero se expuso, después un artista descolgó la fruta y se la comió y por último otro escribió en rojo donde estaba la banana «Epstien [sic] no se suicidó».
Así empezó todo. Perrotin, la galería donde se exponía, no tardó en recibir en tromba la visita de un sinnúmero de curiosos que recalaban para dar fe vía teléfono móvil de que lo que estaba pegado a una de las paredes era un plátano de verdad y no una copia en resina como en un principio pensó hacer el artista. «Demasiada gente», se quejaban desde el stand. Tanta que había quien fotografiaba a los que a su vez fotografiaban la pieza como si de un juego de matrioskas rusas se tratara.
Una banana que parece un unicornio
Y la banana (fruta a la que Cattelan es aficionado y que ya ha inmortalizado en otras obras, por ejemplo, en la portada del 50 aniversario de «New York Magazine») se vendió. Pasaba a manos de los coleccionistas Billy y Beatrice Cox. «Al ver el debate que estaba generando fue cuando decidimos comprarla. Sabíamos que nos estábamos arriesgando, pero éramos, al tiempo, conscientes de que se convertiría en un objeto histórico icónico», declararon a «Page Six», palabras que abrían, así, el debate sobre el valor que le damos a las obras de arte y a los objetos en general, aseguraban sus ya propietarios, dueños de una warholiana lata de sopa Campbell que quizá decidan donar a algún museo. Así lo han dejado caer. Para ambos, esta rareza es «como un unicornio, una obra que destaca en el mundo del arte, que se hace más evidente que las demás». El elevado importe no les generaba el menor problema.
Sin embargo, la performance no había hecho más que empezar con esta venta, pues David Datuna, artista también, decidió continuar con el hilo y arrogarse sus quince minutos de gloria. Se dejó caer por Perrotin, cada vez más llena de visitantes, esperó a tener hambre y decidió acabar con la obra de Cattelan. En vivo y en directo, descolgó la fruta e ingirió el plátano. La obra físicamente había desaparecido, pero la idea no se la podía tragar Datuna, que rebautizó su original idea como «Artista hambriento».
¿Tenía un sabor especial? «A 120.000 dólares», dijo. Ante la mirada atónita del público se la zampó y se defendió de quienes le tachaban de haberla destruido: «No se trata de un acto vandálico. Yo soy un artista y esta es mi performance». Y el debate volvió a dar un nuevo giro. No era una idea novedosa de la que presumía ayer Datuna al decir que era el primer artista que se comía la obra de otro. Lean en el artículo de Pedro A. Cruz Sánchez cómo ya lo hizo Piero Manzoni. En el arte, y en la vida, poco original se puede ser ya.
¿Y qué estaría pensando el artista? Nada dado a las entrevistas si no son en grupo, improvisadas y sin grabadora, repitió que la idea queda aunque el plátano esté en el estómago de alguien. «Yo creo ideas, no arte», dijo solemne. «El plátano es una imagen clásica de la cultura pop, un símbolo que también ha sido utilizado por otros creadores. No porque Donatello haya tallado un caballo, éste le pertenece solo a él. No me importa lo que se ha comido sino lo que queda en el fondo».
Datuna puede respirar aliviado porque ni el artista ni los compradores interpondrán ninguna querella contra él. Sin problemas. Las suspicacias no tardaron el llegar y hay quien con mente calenturienta pensó si formaría esta acción de una performance realizada en connivencia con el propio Cattelan. «Comerme el plátano no fue algo que yo acordara y no espero que me responda. Nosotros ya hemos hablado a través del arte», ha dicho.
Carmín rojo en los dedos
Pero quien creyera que con esta «acción» el show de la banana había acabado se equivocó. La pared de la galería era demasiado apetitosa y blanca para que alguien no sintiera tentaciones de pasar a la posteridad efímera de un «selfie». Ya sin obra de arte aún el desfile de visitantes móvil en mano era mayor. Se retrataba la pared desnuda y la cartela con los datos de la obra y su precio, pero no había nada más... Nada hasta que llegó Rod Webber, otro artista que no quiso que el fin de esta historia acabara en el estómago de Datuna.
Con la galería repleta y los dedos manchados de carmín rojo fue escribiendo. Primero una letra, después otra y otra, hasta hacer una frase: «Epstien (sic) no se suicidó», con errata incluida. Un nuevo capítulo que añadir a este culebrón. El personal de la galería ya no sabía qué hacer. Cada vez más público se arremolinaba.
El artista fue amonestado por el personal del stand y un par de agentes de seguridad le acompañaron a la salida con las yemas de los dedos manchadas de rojo sangre y los labios pintados de carmín. Él se quejaba del diferente trato que se le daba con respecto a Datuna. «Será que yo no soy tan conocido como él», decía mientras le conducían fuera de la feria y acababa por ser arrestado. Pasó la noche entre rejas y el grafiti fue tapado con unas cuartillas de papel. No obstante, la galería le aseguró que no presentarían cargos contra él.
Cattelan lo observaba de lejos, sentado con un té caliente entre las manos. Imposible no pensar que no hubiera barajado lo que iba a suponer su regreso a una feria de arte. Por otro lado, Miami Art Basel es también terreno abonado para este tipo de acciones. Era consciente el italiano de que la espera de años le podía reportar pingües beneficios, como así ha sido.
Una campaña de publicidad que de otra manera no se hubiera podido pagar y en la que un buen puñado de las claves del arte estaban representadas: había una pieza que se elevaba a la categoría de arte, una apropiación de la misma por otro artista, una venta millonaria por un objeto tan simple, cotidiano y barato y que alcanzaba status de casi museable, cientos de personas formando parte de una performance única que quizá no se quede en la última acción (hasta el momento) de Webber. Y hasta un grafiti en un potente color rojo. La historia del arte del siglo XX concentrada en un plátano.