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Drogas y punk en la Inglaterra del Brexit

Julio Manrique llega a Madrid con «Jerusalem», una pieza de Jez Butterworth en la que el protagonista de la fiesta es un antihéroe que pone en evidencia a una sociedad «hipócrita y remilgada»

Pere Arquillué (en el centro) es el protagonista absoluto de una pieza coproducida entre el Centro Dramático Nacional, el Teatre Romea y el Grec
Pere Arquillué (en el centro) es el protagonista absoluto de una pieza coproducida entre el Centro Dramático Nacional, el Teatre Romea y el GrecDAVID RUANODavid Ruano

El título de la pieza, «Jerusalem», remite al poema de William Blake (1757-1827) al que años después pondría música Hubert Perry en 1916, uno de los himnos no oficiales de Inglaterra cantados en tabernas e iglesias y versionado, entre otros, por Pet Shop Boys. Pero no dejan de ser adaptaciones más o menos petardas del original del poeta maldito Blake. Una especie de visionario que en su faceta de pintor muestra trazos similares al cotizadísimo, y muy posterior a él, Francis Bacon. Pero, de vuelta a su escritura, el inglés firmó en sus últimos textos una especie de profecías, como él mismo las llamaba, con las que intentó forjar una nueva religión a partir de una mirada «pagana y bastarda» de la realidad. Blake propone crear mitos que liberen al pueblo. Las viejas leyendas fueron creadas para atemorizar y hacernos manipulables y entendía que era tiempo de transformarlas para que surgieran nuevos Frankenstein. Partiendo de toda esta herencia, el dramaturgo británico Butterworth crea «El Gallo», el personaje protagonista de «Jerusalem», la pieza que desde el 22 de enero dirigirá Julio Manrique en el Teatro Valle-Inclán.

Entre Cristo y Falstaff

A Johnny «El Gallo» Byron lo presentan como «una mezcla de Jesucristo, se dice en la obra que murió y resucitó; Lord Byron, que también cojea con una extraña agilidad de bailarín; y Falstaff, que instruye a jóvenes en el arte de hacer lo que les dé la real gana». Un chivo expiatorio para una sociedad que componen los demás personajes de la función, ambientada en la Inglaterra del Brexit, profunda, rural, algo olvidada. «Aunque también es nuestra sociedad: hipócrita, remilgada, retrógrada, asustada, ansiosa, frágil, humana...», explica Manrique. «Jerusalem» comienza el día de San Jorge, patrón de Inglaterra, en una localidad que acoge la feria del condado y en la que se encuentra «El Gallo» (Pere Arquillué) con su remolque. Las autoridades lo quieren desalojar para poder construir en el solar que ocupa y, entre otros, Troy Whitworth (David Olivares), quiere pegarle una buena paliza. Por ello, es el hombre más odiado del pueblo, pero puede que, a su vez, también sea el más querido; sus amigos le invitan a salir de fiesta y su hijo le reclama para que visiten juntos la feria. Un personaje que alude constantemente a una Inglaterra medieval idealizada mientras bebe, consume drogas y elude a las autoridades que le persiguen. Así se construye el cuento de una Gran Bretaña que pierde el contacto con sus raíces, la estampa de un mundo rural esclavo de sus propios mitos.

Por su parte, el bosque toma la fuerza mágica de los relatos de Shakespeare. En un claro, el protagonista ha instalado su caravana, «que es como un barco pirata amarrado hasta nueva orden. El ayuntamiento quiere que el gitano Byron se largue por ser una mala influencia para los jóvenes del pueblo, es un camello y un maleante, apestoso, agresivo y maleducado», explica de «la versión camello-punk de Chanquete», en palabras del propio Julio Manrique. Allí, en el bosque, «El Gallo» lo ha visto todo, como cuenta en un monólogo: «A mujeres quemando cartas de amor, a hombres cavando agujeros en plena noche, cómo una chica caminaba hasta aquí en invierno, se sacaba la ropa, se abrazaba a un árbol y paría a un niño. He visto primeros besos y últimos besos, al mundo entero yendo y viniendo, riendo, llorando, hablando solo, pisando fuerte las ramas...».

Como una noche de fiesta

«Es una obra enorme», resume el director. «Te arrolla como un ejército de gigantes o como una noche de fiesta memorable», apunta de un relato en el que abundan las drogas, los versos, las risas y los cantos. «Como las grandes obras, también es misteriosa, igual que un truco de magia, como una hada que desaparece en medio del bosque. El sitio donde se pierden las almas antes de volverse a encontrar», continúa Manrique.

Pero el centro del montaje es él, Byron: «El antihéroe romántico. El prota de la fiesta. Un astro sol. Un borracho. Un pirata loco. Un ogro, un visionario, un camello detestable. Un gitano chulo y alocado inventándose el mundo desde una caravana. Una vez y otra. El puto flautista de Hamelín pasado de vuelta –define el director de la pieza–. Y William Blake y Jezz Butterworth y Sir John Falstaff. Un troll okupa, un insumiso, un monarca. El rey del bosque de Flintock. La leyenda de Wiltshire. El dragón que protege la princesa del terrible San Jorge. El “camello” que inventa las historias más estratosféricas. Un loco, un farsante, un místico, un genio, un colgado, un moribundo, un rebelde, un enfermo, un poeta, un paria. El mismo Jesucristo, ¿por qué no? Un cristo vicioso y guasón que levanta dos dedos al mundo. Risueño. Humilde y arrogante. Enseñando los dientes. Desafiando. Dios y Diablo», termina Manrique.

Dónde: Teatro Valle-Inclán (plazuela de Ana Diosdado, s/n. Madrid).
Cuándo: desde el 22 de enero al 1 de marzo.
Cuánto: 20 y 25 euros.