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«Taxi Girl»: Transgresoras y libertarias ★★✩✩✩

Celia Freijeiro y Carlos Troya en un momento de la representación de «Taxi Girl»
Celia Freijeiro y Carlos Troya en un momento de la representación de «Taxi Girl»marcosGpunto

Autora: María Velasco. Director: Javier Giner. Intérpretes: Celia Freijeiro, Eva Llorach y Carlos Troya. Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa), Madrid. Hasta el 15 de marzo.

El conocido triángulo amoroso que protagonizó Anaïs Nin en los años 30 del pasado siglo con Henry Miller y con la segunda esposa de este, June Mansfield, es el punto de partida de esta obra firmada por María Velasco que trata de erigirse en un canto a la libertad del individuo –especialmente de la mujer, si tenemos en cuenta que ellas son mucho más interesantes y avanzadas que Miller– para desarrollarse dentro de la sociedad sin seguir los patrones que esta le marca y para actuar de acuerdo a sus propias preferencias, ideales, intereses o pulsiones.

En cuanto a la estructura dramatúrgica, provoca cierta extrañeza el hecho de que el prólogo y el epílogo estén protagonizados por personajes distintos, en épocas diferentes, con sendos monólogos en primera persona. Si bien Mansfield se posiciona ante el espectador al principio de la función como un personaje «contenedor» del que cabría entender que emana toda la historia que se representa a continuación en forma de analepsis, desconcierta un poco ver que al final de esa historia es Nin quien comparte sus reflexiones con el público, años antes de la fecha en la que se había abierto ese gran flashback.Desde luego, no es esta deliberada manera de organizar la trama lo suficientemente confusa o ilógica como para emborronar un material discursivo que tiene bastante vigor en algunas escenas y que, desde un punto de vista literario, está además expresado con voluntad poética no pocas veces. Y es aquí donde llega el segundo problema, mucho más serio que el otro: la imposibilidad de que ese lenguaje suene hondo y hermoso en el contexto de drama áspero y realista por el que ha optado el director Javier Giner para la representación. Difícil de creer, por ejemplo, que, en una discusión que se plantea sobre el escenario con una violencia física y verbal apenas contenida, uno de los personajes intente mediar preguntando: «¿Qué es este revolcarse en el dolor típicamente ruso?». O que argumente: «Ella es para mí un espejo, un espejo que capta la vislumbre de mi verdadero ser». Obviamente, el texto exigía, en toda la función en general, un clima mucho más reposado, sofisticado y cortés, en el que primase el desafío puramente intelectual, y no tanto una confrontación primaria de tintes casi adolescentes. Y es esa apuesta por presentar el conflicto ante el espectador de una manera tan elemental y rudimentaria lo que nos lleva al último y más llamativo problema, que es el que tienen los tres actores para dar verdadera entidad a sus personajes; porque, a pesar del interés que pueden despertar sus pensamientos y sus acciones, nadie en su butaca creerá estar viendo realmente a Anaïs Nin, ni a Henry Miller, ni a June Mansfield.

Lo mejor

La atmósfera visual y sonora, resultado de un acertado trabajo de todo el equipo artístico

Lo peor

La propuesta no exprime todas las posibilidades de unos personajes muy potentes