Cultura
El soldado que traicionó a España y la condenó a perder la Guerra de Cuba
Máximo Gómez abandonó al Ejército español para luchar al lado de los insurrectos cubanos, causando 25.000 bajas en el bando español
Máximo Gómez traicionó a España después de la guerra de Restauración y se convirtió en el líder de los cubanos que clamaban por la independencia de España. Seguramente uno de los capítulos más negros de la historia de este país y que supuso el fin del Imperio español en América.
Mucho se ha hablado sobre este conflicto, de su origen y de las las graves consecuencias que provocó la pérdida de Cuba en el gobierno español, dirigido en aquel entonces por Mateo Sagasta. Pero poco se conoce que detrás de esta guerra perdida por España no se esconde solo la fuerza del pueblo cubano, ni la conocida ayuda estadounidense, sino que sería un propio soldado español quien puso en jaque al ejército de nuestro país. Sus increíbles astucias, basadas en ataques por sorpresa, maniobras de despiste o su intuición para evitar emboscadas, convirtieron a Máximo en un quebradero de cabeza para los militares españoles que luchaban en la zona. Pero, ¿de donde salió y por qué luchó este soldado español en el bando cubano?
Nuestro protagonista comenzó su andadura en el Ejército de la República Dominicana. Al tiempo, el emperador de Haiti Souloque invade la región y ambos se enfrentan en una guerra en 1856, resultando vencedor el bando de Máximo Gómez. De manera irónica, esta victoria dio lugar a que cinco años después Pedro Santana, presidente de la República Dominicana, apoyado por Máximo, ofreciera la soberanía nacional a España. Después de esto, Gómez se alistó en el Ejército español hasta que estalló la Guerra de la Restauración entre los dominicanos liberales y el reino de España. Cuando la guerra concluyó con la victoria dominicana, el militar decidió huir a Cuba con sus compañeros y romper su juramento, para unirse a los independentistas cubanos.
Durante la guerra Cuba-España, los insurgentes perdieron en primera instancia, por lo que tuvieron que retirarse hasta República Dominicana. Allí se quedaría hasta que en 1895 se firma el Manifiesto de Montecristi. Ese año, los revolucionarios llegaron a la conclusión de que la única forma de vencer era avanzar por occidente, con la idea de destruir las fuentes de riquezas del imperio colonial y dispersar a los españoles por la isla. Cabe destacar que la ayuda americana no llegaría hasta 1898 con el hundimiento del Maine, y que supondría la derrota definitiva de España.
El problema fue que Máximo Gómez no contó con el pronto apoyo de los militares dirigidos por Antonio Maceo, general cubano, apodado como el Titán de Bronce. Había que ganar tiempo hasta que llegaran los refuerzos, porque España ya había mandado hasta diez batallones bajo las órdenes del general Martínez Campos y que cruzaban el Atlántico con decisión. La opción tomada por el desertor fue la de distraer a los españoles establecidos en Camagüey y llevarlos a combatir en la zona de Las Villas. Una acción inteligente y digna de una persona que alguna vez combatió para España. Una acción que sin duda cambiaría el transcurso de la guerra. Gracias a esto, las tropas de Maceo avanzaron por Camagüey sin oposición, uniéndose finalmente a Máximo Gómez.
Para contraatacar, Martínez Campos decidió enfrentarse con Gómez en el Coliseo, una región situada a 150 kilómetros de La Habana, y a donde pretendía llevar a 25.000 hombres. Una fuerza de combate que seguro no podrían detener los rebeldes, o al menos eso pensaron los generales españoles. De nuevo, el excombatiente volvió a ganar la partida, ya que con solo 700 rebeldes lograron eludir el ataque del general español, gracias en parte a información recibida por espías situados en los ferrocarriles.
Los engaños y trampas se sucedieron durante los años de la guerra. Clara muestra es el “Lazo de Invasión”, nombre que se le puso a una operación realizada por los cubanos. Básicamente, asaltaron y quemaron los almacenes de pólvora y recursos que los españoles defendían, para llamar su atención y guiarles hasta Cienfuegos. Mientras, la capital quedaba desprotegida. Así se mantuvo durante meses, los rebeldes cubanos lograron hacer un corre caminos por toda la isla, trasladando el conflicto a cada rincón, como ellos querían.
Su última gran acción sería en 1897, conocida como la “Campaña de la Reforma”. Durante un año, el ejército español fue incapaz de causar bajas importantes en los cubanos. Momento que aprovecharon los hombres de Máximo Gómez para llevar a cabo el golpe de gracia. Estos hicieron creer a los españoles que iban a llevar a cabo una gran invasión, pero nada más alejado de la realidad. De hecho, las escasas fuerzas militares de los cubanos se verían incapaces de hacer eso sin que se transformase en desastre. Por ello, comenzaron a enviar cartas que sabían que iban a ser interceptados, pero que servían como engaño y “metemiedo” en el ejército español. La treta surtió efecto y el general Weyler reunió a gran parte de su ejército, dejando de nuevo libre las principales ciudades de la isla. Durante meses, los soldados españoles fueron emboscados y masacrados, muriendo hasta 25.000, por solo 108 de los sublevados.
No obstante, la guerra no terminaría aquí, es más, se estaba tratando de alcanzar un acuerdo de paz que a punto estuvo de cumplirse, sino fuera porque llegaron los americanos, y con ello, el hundimiento del Maine y la consecuente guerra hispano-estadounidense, que desembocaría en el desastre del 98.
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