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Henry Kamen: “Pedro Sánchez no sabe de lo que habla cuando asocia España con nación”

El británico nos invita en su libro «La invención de España» a repensar las bases de la evolución histórica del país
Gonzalo Pérez MataLa Razón

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Lejos de tildar como provocativa la publicación de su nuevo libro, «La invención de España» (Espasa), Henry Kamen se acerca a la definición de este proyecto como una manera «ilustrativa» de ofrecer diferentes lecturas sobre la evolución teórica de la historia de nuestro país. Enmarcados dentro del contexto de la fabulación y la inventiva nacional, el historiador británico aglutina en estas páginas algunos de los episodios más destacados del territorio hispano para intentar profundizar en una búsqueda, la de la propia identidad, que a lo largo de los siglos ha estado trufada de anhelos, romanticismos patrios, exaltaciones unitarias y naufragios territoriales que, lejos de encontrar su razón de ser en una mirada acomplejada hacia el pasado, se han agarrado a la necesidad de encontrarse y definirse como pueblo, ya que tal y como el propio Kamen indica, «todos necesitamos héroes. A pesar de que algunos carezcan de ellos y otros en cambio pequen de tener demasiados».
Las sombras de la polémica, no obstante, siempre se han mantenido bien adheridas a las suelas de los zapatos de este ensayista afincado en Barcelona, autor asimismo de «Los desheredados. España y la huella del éxito». Un apellido, el de la controversia, que lejos de generarle algún tipo de rechazo, abraza como particular carta de presentación: «Dicen que soy un enemigo de España, que odio este país y que vivo en una mansión de lujo que me regaló la Generalitat de Cataluña. Me encantan este tipo de ficciones. Me divierte mucho la existencia de leyendas sobre mi persona».
Su carácter sosegado y su pausada comunicación gestual hablan de un hombre que ya se cansó de enseñar en Oxford y ha encontrado en los libros la vía de escape más práctica contra la tiranía de lo digital. Alguien para quien el tiempo ha dejado de valer lo que duran los días y es capaz de emocionarse –literalmente– con el recuerdo humanista de la patria sin caer en sentimentalismos de bandera: «Cuando los alemanes ocuparon Bélgica durante la Primera Guerra Mundial y detuvieron a miles de extranjeros que vivían allí, una de sus víctimas fue la enfermera inglesa Edith Cavell, que se encontraba ayudando a los prisioneros de guerra. Los alemanes la condenaron a muerte por espionaje y traición y terminaron fusilándola. Desde aquel momento, tanto los belgas como los ingleses han asociado la figura de Edith con la de una heroína, una patriota», señala. «Pero resulta irónico –añade visiblemente conmovido–, porque sus últimas palabras antes de ser fusilada fueron: “El patriotismo no es suficiente. Tengo que tener amor por todos los seres humanos”». A través de la narración de esta anécdota bélica el historiador trata de extender las fronteras del concepto de patria a un espacio mucho más abierto en el que la colectividad de lo humano monopolice el sentimiento de pertenencia a un lugar concreto.

Liderazgo de las élites

Así, cuando le preguntamos por la complejidad que encierran conceptos como patria o nación, Kamen responde con cierta indignación en el tono: «La palabra “nación” en la actualidad ha terminado por no tener ningún tipo de sentido. Ahora los especialistas rechazan su uso. Cuando los políticos hablan de nación en sus discursos exponen su enorme ignorancia. Yo sé que el presidente Pedro Sánchez se ha referido a España como una nación. Él mismo no sabe qué es porque no ha estudiado ni publicado una sola línea sobre el tema». De la misma manera que le resulta difícil aplicar con exactitud el término para referirse al país, considera un gesto inútil utilizarlo para describir Cataluña: «Su historia está plagada de mentiras inventadas y creadas por los separatistas que han formado parte del Gobierno en las últimas décadas. El nacionalismo, además, es por definición excluyente. Y no gusta porque lo excluyente es desagradable».
La contradicción teórica pero sobre todo ideológica que supone el hecho de que sean las élites de la burguesía catalana quienes estén liderando un movimiento como el Independentismo, cuyo marco teórico es, eminentemente antisistema, no conlleva para el autor ninguna sorpresa, ya que concreta «se trata de un proceso natural». Y apostilla que «el problema es que la plebe no sabe nada. No estamos instruidos ni educados en la profundidad de los aspectos ideológicos que los independentistas pretenden. ¿Quién tiene entonces que dirigir el camino hacia la independencia? La burguesía. Pero siempre ha sido así. Los líderes de los movimientos no son gente de la clase obrera porque esta nunca va a ser capaz de encabezar un movimiento. ¿Es esto elitista? Puede ser». Desde el nacimiento de la nación española hasta el engrosamiento de la Reconquista o las aventuras del Nuevo Mundo. Está claro que todo le vale a este prestigioso hispanista para releer e interpretar a través de su particular mirada la letra pequeña de nuestra historia.