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Literatura

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Unamuno: radiografía de un hereje

Se publica en español próximamente el pequeño pero muy interesante estudio que escribió Arturo Barea sobre el pensador y los claroscuros de su identidad literaria, que se editó por primera vez en inglés en 1952

Miguel de Unamuno leyendo pausadamente durante su periodo de destierro
Miguel de Unamuno leyendo pausadamente durante su periodo de destierrolarazonFilmoteca de Castilla-León

Uno de los casos más singulares del recuperado exilio literario español de la Guerra Civil es el de Arturo Barea (Badajoz, 1897-Faringdon, Inglaterra, 1957). En plena Transición democrática, 1977, se publicaba aquí su trilogía novelística «La forja de un rebelde», legendario ciclo narrativo aparecido originalmente en inglés y que había visto la luz traducido al castellano en Argentina en 1951. De humilde origen, autodidacta, de firmes convicciones progresistas y republicanas, expatriado a Inglaterra, configuraba en esa obra la crónica testimonial de un tiempo y un país vinculados a una declarada experiencia personal; el primer volumen, «La forja», se centra en la formación de la concienciada personalidad; sigue «La ruta y sus vivencias» en el conflicto colonial de Marruecos, para acabar con «La llama», amarga visión de la derrota republicana en la contienda civil. Una serie televisiva de los años noventa potenciará la popularidad de una narrativa que aunaba el relato histórico con la emotiva autorreferencialidad. Los cuentos de «Valor y miedo» o «El centro de la pista», y otra novela, «La raíz rota», afianzan el perfil de un narrador realista, de omnisciente mirada, aguda penetración psicológica y potente prosa descriptiva.

La cara más desconocida

Su faceta como ensayista es acaso menos conocida; en 2018 el Instituto Cervantes reeditaba Lorca, el poeta y su pueblo, sagaz semblanza del poeta granadino y su vinculación con la lírica popular; y ahora se acaba de publicar Unamuno, el estudio que dedicara a tan contradictorio, paradójico, lúcido y heterodoxo intelectual. En acertada iniciativa editorial disponemos ya de una obrita –en diminutivo por su breve extensión, pero grande por sus sugestivas propuestas teóricas– que, publicada inicialmente en inglés (1952), traducida por el profesor de literatura uruguayo Emir Rodríguez Monegal, y en versión auspiciada por Ilsa Kulksar, segunda esposa y estrecha colaboradora del novelista, había visto la luz en 1959 en la argentina y emblemática editorial Sur.

Un esclarecedor prefacio del hispanista William Chislett nos introduce a un ensayo que, felizmente desprovisto de cualquier ínfula académica o inútil erudición, ofrece un perspicaz análisis de la personalidad y obra unamunianas. Lejos de toda tentación hagiográfica, Barea muestra los claroscuros de tan compleja identidad literaria e ideológica.

Como señala Ilsa en un preliminar «envío», la británica editorial Bowes & Bowes le dió a elegir a nuestro autor entre biografiar a Ortega y Gasset o a Unamuno; no dudó un momento, ya que el primero le resultó siempre excesivamente racional, lógico y coherente, frente a la fascinante figura del segundo, dubitativo, perplejo y discordante. El volumen se estructura en tres apartados: «Unamuno y el problema nacional», donde se aborda el impulso renovador de quien pretendiera una profunda regeneración espiritual de España; «El sentimiento trágico de la vida», ahondando en los aspectos metafísicos de una obra en constante búsqueda de la inmortalidad; y «El poeta en Unamuno», que retrata los aspectos más puramente estéticos de su ingente producción intelectual. Se ofrece así una completa radiografía moral y literaria de un escritor que ha adquirido recientemente una renovada vigencia; esta se debe en parte a la celebrada película de Amenábar, «Mientras dure la guerra» y libros como «En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil» (2018), de Jean-Claude y Colette Rabaté, donde se corrige, matizándola, la conocida imprecación unamuniana en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936: «Vencer no es convencer», en lugar del hasta ahora admitido «Venceréis, pero no convenceréis».

Barea perfila muy acertadamente la condición de disidente ideológico de Unamuno, quien no se podía sentir heredero de la anterior generación realista –la de 1868–, porque lo suyo era la expresividad simbólico-analógica; ni cercano al severo institucionismo racionalista de Giner de los Ríos, y menos al conservadurismo tradicionalista de Menéndez Pelayo. Él mismo se arrogó, en ostentosa autodefinición, la identidad del «hereje», disconforme con toda ortodoxia, rebelde ante toda imposición y hasta excéntrico en la libre expresión de sus convicciones.

Mitos estériles

Desde muy joven Unamuno trataría de huir de toda categorización doctrinaria, propiciatoria, a su juicio, del enfrentamiento cainita; no olvidó nunca su infancia en el Bilbao liberal, sitiada y bombardeada la ciudad por tropas carlistas. En su ensayo «En torno al casticismo», revelará –y glosa Barea– un trabado ideario regeneracionista: recelo del progreso deshumanizado, el caciquismo como causa de la decadencia nacional, el rechazo de estériles mitos colectivos –«entierro» de don Quijote y recuperación del humano y cuerdo Alonso Quijano el Bueno–, exaltación de los clásicos místicos y humanistas españoles como emblema de renovada espiritualidad, y la consideración de la «intrahistoria» como sucesión de las seculares vivencias individuales de toda una comunidad.

No se obvia aquí el compromiso civil de Unamuno, desde su oposición a la Dictadura del general Primo de Rivera, que provocaría su destierro a Fuerteventura, a su oposición a la caótica deriva de la II República, sin olvidar su adhesión al golpe de Estado al inicio de la Guerra Civil y el enfrentamiento directo y público con quienes lo promovieron. Se distingue, con singular perspicacia crítica la vertiente «filosófica» de Unamuno, quien no fue un pensador «profesional» en riguroso sentido metafísico, sino más bien un intelectual existencialista obsesionado –con Kierkegaard, Spinoza, Hume y el protestantismo al fondo– con el sentido de la vida, la inmortalidad y un desconocido más allá; preguntas verdaderas con inciertas respuestas.

En «Del sentimiento trágico de la vida» rechazará un dogmático racionalismo científico, que anula la esperanzada expectativa de eternidad. El comentado recorrido por sus más señeras novelas fija aquí los caracteres de una singular narrativa de tesis: «Amor y pedagogía», que Barea juzga excesivamente paródica, esquemática y previsible; «Niebla», con un protagonista de clara pulsión suicida que pide a su autor, el mismísimo Unamuno, personaje ya de ficción, que lo mate, en claro paralelismo entre el ser humano y la divinidad; o «San Manuel Bueno, mártir», expresión de la voluntad deísta, con unos seres que queriendo creer «crean» ese anhelado Dios; y «Paz en la guerra», argumentada novelización del denostado cainismo; sin olvidar «La tía Tula», tolerante inmersión moral en la pasión amorosa.

La mirada ensayística

Barea interviene con voz crítica en cuanto valora, admirando en Unamuno su sobrecogida visión ascética de la meseta castellana, sublimada como esencia del adusto ser peninsular, aunque en clara oposición a su originaria campiña vasca; así como la honestidad con la que se enfrenta a su miedo a la nada, su atenta lectura de reformadores como Ángel Ganivet o Joaquín Costa, su insobornable vertiente contestataria o la voluntad de aprender lenguas para leer a sus preferidos escritores en su idioma original; y subraya favorablemente ese encaramiento entre anquilosada identidad castiza y legítima aspiración europeísta.

Pero le reconviene sobre un cierto elitismo culturalista, que le llevaría a proponer que no votaran, por falta de criterio, los analfabetos; o evidencia cierto carácter polemista de Unamuno como un recurso para incrementar el seguimiento masivo de sus escritos; y desvela el tono de arbitraria excentricidad con la que encara no pocos asuntos. Se obtiene así no un compedio biobliográfico de convencional mirada ensayística, sino una lúcida y documentada interpretación de la personalidad agónica, ensimismada y tortuosa del biografiado. Arturo Barea, autodidacta, periodista, cronista bélico, novelista de potente pulso narrativo, locutor radiofónico en la BBC durante su exilio con el seudónimo de Juan de Castilla, moriría dos años antes de la edición argentina en castellano de este libro. Regresa ahora para el lector español como un ineludible referente del universo unamuniano.

Buceando en algunos fragmentos del alma

Resulta excelente la selección de textos citados y comentados en el libro, como éste, en el que Unamuno describe la geografía castellana como un paisaje del alma: «Es (...) un paisaje monoteístico este campo infinito en que, sin perderse, se achica el hombre, y en que siente en medio de la sequía de los campos sequedades del alma». Quien aprendiera de Hegel la metodología de la síntesis entre conceptos opuestos, hubiera polemizado a gusto con su excepcional exégeta, quien cerraba así su «Unamuno»: «Un pensador que enseña cómo convertir el conflicto, la contradicción y la desesperación en fuente de energía tiene algo grande que ofrecer a los hombres de nuestra época». Estas palabras se escribieron entre 1950 y 1951, en una todavía coleante postguerra europea y, décadas después, son la mejor prueba de la plena vigencia de la obra unamuniana, con la que poder encarar los retos actuales.