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Mario Vargas Llosa: “El nacionalismo es el causante de las peores catástrofes históricas”

El autor publica una serie de artículos, reflexiones, conferencias, reseñas y apuntaciones diversas que afloran ahora en «Medio siglo con Borges» (Alfaguara)

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de LiteraturaAlberto R. RoldánLa Razón

Mario Vargas Llosa traía consigo la idea de escritor comprometido con las realidades de su tiempo que había aprendido de Sartre, y en su abanico de predilecciones y debilidades Jorge Luis Borges ocupaba el espacio reservado para las tentaciones y admiraciones calladas. Esa escritura, que gravitaba alrededor de un universo colmado de abstracciones y ficciones intelectuales, suponía la antítesis de su literatura que estaba enraizada en la historia, «intoxicada» de las realidades presentes o pasadas, y de las tempestades comunes que suelen agitar las almas humanas. Pero también desempeñaba sobre él la irrefrenable y peligrosa seducción que solo ejercen en los hombres los polos opuestos.

El deslumbramiento de su prosa exacta animaba en él una secreta devoción hacia ese autor, lleno de sabias erudiciones y de sutil humor, que con su desdén hacia la novela podía resultar hiriente para un narrador de la envergadura y ambición de Mario Vargas Llosa. Pero esa resistencia inicial devino en una debilidad confesada, abierta, de la que iba dando testimonio en una serie de artículos, reflexiones, conferencias, reseñas y apuntaciones diversas que afloran ahora en «Medio siglo con Borges» (Alfaguara), un volumen que recoge esos folios y también la entrevista inédita que le hizo al autor de «Historia universal de la infamia» y que es un testimonio evidente de su fascinación.

«He sido bastante inconstante con mis pasiones literarias de la adolescencia; muchos de los que fueron mis modelos ahora se me caen de las manos cuando intento releerlos, entre ellos el propio Sartre. Pero, en cambio, Borges, esa pasión pecadora, nunca se desdibujó», escribe. Mario Vargas Llosa, que ha pasado este confinamiento leyendo y releyendo, sale ahora para hablar del autor de «El Aleph».

–Borges es un clásico contemporáneo. ¿Los buenos escritores también pueden ser una mala influencia?

–Pueden llegar a serlo. Como un escritor no se puede ser un discípulo de Borges, porque la originalidad de su estilo es prácticamente inimitable. Mata a sus imitadores, porque es tremendamente personal, está tan ligado a su personalidad por su temas, por su adjetivación, que cuando lo ves imitado, la propia voz del imitador deja de existir, es una prolongación de la suya. Borges sigue siendo completamente actual por la originalidad de los temas, del lenguaje, que están ahí. Hoy tiene más lectores de los que tuvo en su época, porque él se movía en un mundo pequeño y no era muy popular. Había cierta hostilidad hacia él por ser un escritor que era. El gran descubrimiento de Borges se produce a raíz de su viaje a París, cuando deslumbra a los franceses con su cultura, con su francés del siglo XIX, que era más literario que actual, y empiezan a dedicarle revistas enteras. Su inmensa popularidad comienza con ese reconocimiento en Francia. En América Latina empieza a ser popular a partir de entonces.

–Reconoce su admiración por él, aunque es ajeno a sus inquietudes literarias. En cambio es afín en un punto: su oposición a los nacionalismos, que todavía pervive

–Coincido con Borges en este aspecto. Él fue muy claro en eso. Siempre estuvo contra ellos y con razón porque los nacionalismos son una reminiscencia del pasado más remoto, de la tribu, de cuando éramos todos iguales, adorábamos la misma lengua y los mismos dioses. Es una fantasía que no existió, que la han inventado los nacionalistas para tener el fundamento de una ilusión, de un mundo integrado, superior a los demás y que nace en ese mundo es un privilegio. Eso ha traído una violencia terrible. Las guerras y las matanzas de gentes distintas vinieron con los nacionalismos, y Borges estuvo contra él, aunque eso no tuvo una consecuencia política para él. En realidad, fue un internacionalista total, en su cultura, en sus referencias, en las lenguas que hablaba. Y estoy de acuerdo. El nacionalismo es el causante de las peores catástrofes históricas.

–La imagen de Borges se vio afectada por la política

–Él fue un antiperonista y es cierto que este régimen fue una catástrofe para Argentina. Cuando hubo un golpe contra Perón él sintió un gran entusiasmo. Pensó que los militares han sido unos patriotas y establece una relación con ellos. Eso lo ha perjudicado, aunque él no era consciente de eso. Esta relación, y que aceptara una invitación de Pinochet y una condecoración de él, aunque jamás tuvo ninguna adhesión política hacia su dictadura, porque despreciaba la política, le afectó. La cercanía con los militares le hizo perder el Premio Nobel de Literatura, porque él lo debería haber recibido.

–¿Cómo repercute la política en un escritor?

–La política nos afecta mucho. Hay modas. Durante un tiempo la izquierda controlaba la vida cultural y el que no participaba, era excluido. A Borges le pasó eso en su propio país. Él estaba vinculado a un medio que era más bien próspero, porque Argentina era la única nación latinoamericana con una alta sociedad que era culta y que invertía en cultura. Ese mundo cultiva mucho a Borges. La revista de Victoria Ocampo, que ella saca con su dinero, era muy atacado por la izquierda cultural y eso afectó a Borges, que solo es leído a partir de su reconocimiento en Francia, cuando dejó a los franceses deslumbrados.

–Borges vivió precisamente en una época en que la palabra de un escritor era escuchada y en muchas ocasiones, incluso. prescribía

–Pero eso era antes. Hoy en día, los políticos no quieren retratarse con un escritor, les quita votos más bien (risas). Eso ha cambiado tremendamente. Los políticos intentan hoy retratarse con actores de cine, futbolistas, cantantes, pero no con escritores. La literatura hoy es muy secundaria. Me temo que esa es la realidad. Actualmente se ven más películas y se ven más series que libros. La literatura siempre va a tener su propio espacio, una presencia, pero lo que sucedía en el siglo XIX, una época en que la literatura era el centro de la cultura, eso ya no es una realidad. De hecho, la gran revolución Audiovisual la ha marginado. Yo sigo pensando que los libros son más importantes que las imágenes, sobre todo, si se quiere formar ciudadanos independientes, críticos. En cambio, los medios audiovisuales forman ciudadanos más pasivos, más manipulados, por los poderes. No creo que estadísticamente se lea menos, pero sí que la influencia de la literatura es menor.

–¿Qué le enseñó Borges sobre sus propias limitaciones?

–Nunca escribiré como Borges, ya no tengo más tiempo. Mi obra jamás tendrá la perfección de la de él, porque la lengua de Borges es tan precisa, tan exacta... En ella no sobra nada ni falta. Eso no lo alcanzaré nunca. En ese sentido, es lo que me ha hecho descubrir. El propio Borges decía que cuando un hombre se mira en el espejo no sabe cómo es su cara. Uno desconoce cómo lo ven los demás, que es distinto a cómo se ve uno a sí mismo. Ni siquiera uno mismo sabe lo que es. Si una persona escribe o compone música, nunca sabe cuál es exactamente el valor de la obra propia. Existe cierta incertidumbre que nunca vence la valoración sobre uno mismo, salvo los que son vanidosos, pero no son muchos y jamás hay que tomarlos demasiado en serio.

–La posición de Borges en ocasiones era provocadora

–Le quedó esa irreverencia de su época ultraísta, esas cosas que decía, por ejemplo, sobre algunos colegas, como cuando llamó a Lorca, el andaluz profesional, o de Sábato, cuando dijo que sus obras se podían poner en manos de cualquiera sin peligro. Él lanzaba estas frases, que eran perversas, al mismo tiempo que ingeniosas y muy divertidas, pero no era malsano. No sé si la actitud de un escritor debe ser la provocación. Eso va en el temperamento de los escritores. Algunos son reservados y otros, más públicos. Borges era ambas cosas. Era tímido y muy inseguro. Daba la impresión de que había leído muchas cosas y había vivido pocas. Dejaba cierta la impresión de vulnerabilidad, de hombre que no había vivido mucho, pero que sí que había aprendido de la literatura, aparte de que vivía modestamente.

–No es una vida feliz

–Yo creo que fue una vida triste, salvo al final cuando encuentra a Kodama y vive ese amor, que encuentra casi en la senectud y que vive con entusiasmo. Es fascinante. Como ese último libro que escribió, donde parece un muchacho enamorado, y está ciego, no ve nada. Es la época en que más viaja. Va a al Sáhara, levanta un poco de arena y asegura he renovado el Sáhara. Es genial, ¿no le parece?