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¿Cuándo cambió la Familia Real “el veraneo” en San Sebastián por Mallorca?

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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Lo suyo fue amor a primera vista. Como uno de esos clásicos flechazos finitos de verano que encierran una carga de intensidad fuerte al principio por el grado de novedad y el impacto del primer encuentro, pero a medida que van transcurriendo los días y el calor se sustituye progresivamente por el frescor otoñal, todo deja de tener sentido. Podría decirse que algo parecido le sucedió a la Familia Real con el Palacio de Miramar, ubicado en la ciudad donostiarra de San Sebastián. La pasión del idilio tardó, eso sí, nada más y nada menos que 125 años en disiparse. En la década de los setenta apareció una estancia más atractiva, actualizada y adaptada a los tiempos y los reyes no se lo pensaron. Había llegado el momento de cambiar de aires. Los sentimientos, ya saben, no entienden de orden ni de protocolo.
Fue exactamente en el año 1887 cuando la reina Maria Cristina decidió, tras la muerte de su esposo Alfonso XII, trasladar los periodos estivales de la Corte al territorio vasco. Su primera estancia veraniega allí la pasó con sus dos hijas y el por entonces joven infante Alfonso XIII. Gracias a la íntima relación entre los Duques de Bailén y la Familia Real, Maria Cristina se alojó durante esa visita iniciática en la finca de Ayete, perteneciente a la duquesa Dolores Collado. La magia de la ciudad no tardó en hacer efecto en su concepción de calidad de vida y en ese mismo momento tomó la decisión de construir allí su propia casa de campo.
“No quiero honores. Quiero hacer la vida de familia; tiempo me queda para la vida oficial en Madrid”, declaró escuetamente la reina tras la inauguración del palacio seis años después. El enclave escogido para el palacio, obra del arquitecto inglés Selden Wornum, no era cosa menor. Las vistas desde Pico del Loro, un enclave que se extiende por toda la bahía de La Concha, eran y siguen siendo inmejorables. Entre 3 y 4 millones de pesetas costó la construcción de esta villa de campo para la que el otoño acabaría llegando poco después de la adquisión por parte de Don Juan de Borbón. De tamaño considerable por las necesidades de protocolo, la villa no presentaba lujos destacables, más allá de los evidentes. Baños en el mar cantábrico, excursiones, paseos por la playa y tranquilas visitas a la ciudad se imponían en numerosas ocasiones sobre el cargo y la normalidad (revestida eso sí por el carácter privilegiado de la Corona) y la rutina familiar protagonizaban los días en San Sebastián.
Infinidad de personalidades como Eduardo VII de Inglaterra, la reina Amelia de Portugal, el rey de Siam, el príncipe de Mónaco, los reyes de Serbia, Suecia y Bélgica, el heredero de Japón o el presidente de la República Argentina, desfilaron por el corazón de Miramar. Pese a ello, el tiempo pasó y el contexto histórico terminó imponiéndose. Tras el fallecimiento de la reina, Alfonso XIII heredó el palacio pero su uso y disfrute tan solo duró un año, ya que se exilió del país al proclamarse la Segunda República y la villa estival quedó incautada por el Gobierno.
Tal fue el desposeimiento de la esencia de la residencia, que el presidente Alcalá Zamora llegó a pasar en Miramar cinco días, pese a sus reticencias a hospedarse en la antigua propiedad real. Cuando terminó la Guerra Civil, el palacio fue devuelto a Alfonso XIII, que acababa de morir en el exilio y consecuentemente fueron sus hijos, entre los que se encontraba Don Juan, quienes se hicieron con la propiedad. En el 72 el Ministerio de Cultura lo adquirió y la ciudad compró a Don Juan la villa por 102,5 millones de pesetas. Terminaba el verano y los jardines de Miramar se abrían para uso público.
Tan solo un año más tarde, el corazón de la Casa Real volvía a estar ocupado y en esta ocasión la culpa la tenía el atrayente paraje balear. Ubicado en una cala a cinco kilómetros de Palma con vistas a la bahía, el Palacio de Marivent fue construido sobre un acantilado en 1925 por el ingeniero griego Joan de Saridakis y convertido en residencia oficial de verano por Don Juan Carlos y doña Sofía en 1973. A partir de ese momento, Mallorca se convirtió en testigo privilegiado de los primeros amores de Felipe VI, las consagradas e innumerables regatas del rey, los helados por el paseo marítimo de sus nietos de los reyes o las compras de la propia Sofía en el mercado de Santa Caterina.
Actualmente, el Palacio de Marivent alberga, además de un helipuerto privado, una sala de prensa y apartamentos en los que se aloja el personal, alberga una residencia menor conocida como Sol vent, anteriormente perteneciente al Ejército del Aire, en la que veranean los actuales reyes con sus hijas. Indicador de la salud y la paulatina evolución de la monarquía en los últimos años, expositor veraniego oficial y retiro vacacional de la Familia Real, la residencia de Marivent se ha convertido en la culpable ocasional de sus imágenes más icónicas.