Teatro “plastificado”
Nos colamos en el «backstage» de un montaje teatral para comprobar cómo congenian diversión y seguridad. nadie puede tocar los objetos del escenario, salvo el actor que tenga que utilizarlo, se maquillan ellos mismos y se desinfecta el recinto en cada actuación. así son las nuevas artes escénicas
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«Decidle a más gente que la cultura es segura», afirma Pedro Montoya desde el escenario al acabar el «show». Él, junto a su mujer Irene Poveda, forman el dúo artístico de Aloló. Quieren dejar claro que quienes se dedican al mundo del espectáculo se están jugando su medio y modo de vida y, por eso, ponen todos sus esfuerzos en que las medidas de seguridad sean estrictas y no exista riesgo de contagio. Nos colamos en el trabajo de Aloló por una tarde para saber cómo es un montaje y un backstage seguros en tiempos de coronavirus.
Para empezar, los científicos han repetido por activa y por pasiva que la facilidad de contagiarse es mucho menor en lugares abiertos. El festival Teatralia Circus (que se estrenó el pasado 8 de agosto con este espectáculo de Aloló y se mantendrá hasta el próximo día 30) cumple con esa condición, pues se celebra en los jardines de la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM) y en el Castillo de los Mendoza, en el municipio de Manzanares El Real.
Montoya comenta que «se está apostando mucho por este tipo de espacios al aire libre pero acotados por muros en los que se pueda controlar la entrada y la gente no se agolpe. Por ejemplo, nosotros últimamente hemos actuado bastante en patios de colegio». Una vez tenemos una ubicación ideal, en nuestro caso fue en los jardines de la ORCAM, toca supervisar el montaje.
Perímetro de seguridad
Nada más llegar, vemos que hay tres personas montando, usan mascarilla que solo se bajan para beber agua o, cuando están alejados de los demás, para coger algo de aire. Se les permite porque en Madrid en agosto hace mucho calor y están realizando un trabajo físico. Cargan cosas pesadas y grandes, por lo que cumplir con la distancia de seguridad es imposible.
Poco más tarde nos enteramos de que el trío de montadores son el propio Pedro Montoya, Irene Poveda y el técnico, Jorge. Pedro e Irene son pareja y comparten domicilio, y se van de gira con Jorge. «Los tres formamos una compañía teatral, que están consideradas como grupo convivientes porque viajamos juntos por trabajo», explica Montoya. Por lo tanto, pueden no cumplir con la distancia de seguridad y, para colmo, no sería necesario que usasen mascarilla durante el montaje, pero ellos la llevan.
Nadie toca lo que hay sobre el escenario durante el montaje. Tampoco en ningún otro momento. Lo que demuestra la conciencia del conjunto de organizadores sobre las precauciones que hay que tomar. El montaje es el mismo de siempre salvo por una excepción, han colocado una cuerda que limite el escenario y dejar claro cuál es el espacio de los artistas y cuál el del público.
Buena parte de los asistentes son niños y es necesario mostrarles de una manera visual qué no pueden hacer. Y la verdad que funcionó. Además, Montoya nos cuenta que «en nuestros espectáculos solíamos tener voluntarios que subían al escenario con nosotros, y por el coronavirus ahora no, la cuerda no se puede cruzar para nada».
Sillas vacías
Mientras la compañía monta el escenario, un grupo de organizadores del festival se dedica a colocar las sillas con una posición estratégica, con más de un metro de distancia. En condiciones normales se agolparían frente al escenario, confiesa Marc Bartoló, director técnico de Teatralia Circus. Sin embargo, ahora se expanden por todo el espacio disponible, incluso sobre la tierra o el césped. Así, queda un esquema de sillas solitarias que, comenta Bartoló, es provisional, porque poco después llegará alguien con un mapa de todas las reservas que han hecho desde la misma familia y, entonces, podrán agruparlas por grupos convivientes.
Hay que tener en cuenta que se trata de un espectáculo familiar, al que casi todos (por no decir todos), los asistentes son padres con niños. Por lo tanto, lo más seguro es que la familia esté junta y, así, los más pequeños estén más controladores. De esta manera, cuando el mapa con las reservas ya está disponible, las sillas se van recolocando, aunque el grupo más grande es de cinco personas, la mitad del máximo permitido. Cada silla tiene una pegatina con fila y número de butaca para que la colocación del público es su asiento sea lo más sencilla, eficaz y rápida posible para evitar contacto entre los asistentes.
«A la empresa de limpieza que normalmente trabaja en la ORCAM se le ha hecho una extensión del contrato para que venga y desinfecte antes del espectáculo», sostiene Bartoló. Se encargan de limpiar todo con lo que el público pueda tener contacto, empezando por cada una de las sillas, atriles y los baños. Y hablando de los aseos, «tenemos una persona en la puerta para que cuando alguien entre o salga echarle desinfectante en las manos». Los detalles se cuidan al máximo.
Una parte crucial para cumplir con las medidas de seguridad es la entrada del público. Hay que hacerlo de forma veloz para que la gente no se agolpe en la puerta. Para conseguirlos, se habilitan tres puntos (tarimas) con botes de gel desinfectante, para que no se haga cola en solo uno y los asistentes se distribuyan. También se ofrece mascarilla si alguien la necesita.
Sin programa de mano
Se trata de un festival, Teatralia Circus quiere informar del resto de su espectáculo programados hasta el 30 de agosto. Pero claro, no se permite entregar un programa, igual que un restaurante no puede darle una carta al comensal. La solución es la misma, se colocan papeles con códigos QR (igual que en los restaurantes con las cartas) en diferentes partes del recinto.
El público va tomando asiento y nosotros entramos en el «backstage» con los artistas y su técnico. Tenemos la imagen de un camerino lleno de gente de vestuario, de maquilladores o tramoyistas. Pero eso es solo el espejismo de una élite famosa y con grandes presupuestos. Como cuenta Irene Poveda, el 95% de los artistas de este país son autosuficientes, como los de Aloló, que se visten ellos mismos, se automaquillan, se montan su propio espectáculo y son su propia tramoya. Es decir, en España, la inmensa mayoría de la oferta cultural no requiere de exponer a otras personas a un posible contagio. Al contrario, no es necesario el contacto con otros profesionales para llevar a cabo el espectáculo.
Por último, cuando ya todo el público está listo en sus asientos y los artistas en el escenario, se emite un mensaje de tres minutos en el que, para empezar, se afirma que «el espectáculo que habéis venido haber cumple con todos los protocolos de seguridad exigidos en estos momentos por Sanidad». Además, se cuenta que el payaso y la payasa viven juntos porque son pareja sentimental y, por eso mismo, puedan saltarse la distancia de seguridad. Se recalca que hay que ponerse la mascarilla, echarse gel desinfectante y que no se puede traspasar la cuerda que limita el escenario. Cuando todas las normas e indicaciones han quedado claras, comienza la magia, los malabares, los equilibrismos, el humor, la música... todo eso que tanto hemos echado en falta y que los artistas están luchando para que recuperemos con un trabajo intenso y escrupuloso. Recuerden, la cultura es segura.