Crítica de “Zombie Child”: Experiencias de libertad ★★★★✩
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Dirección y guión: Bertrand Bonello. Intérpretes: Louise Labeque, Wislanda Louimat, Katiana Milfort, Mackenson Bijou. Francia, 2019. Duración: 102 minutos. Fantástico.
El historiador Patrick Boucheron habla por boca de Bertrand Bonello. En un aula, delante de sus alumnas uniformadas, pone en duda la denominación de origen de Francia como inventora del concepto de revolución. ¿Acaso el país galo ha estado a la altura en sus frecuentes derivas colonialistas? Diríamos que no, porque ha obedecido a la sucia poética del liberalismo. “El liberalismo silencia la libertad, se ocupa de que nunca la alcancemos realmente”, afirma Boucheron-Bonello. Por eso hay que entender la Historia desde una perspectiva benjaminiana, como un devenir oscilante, discontinuo, vacilante. Lo que propone Bonello pues, son “experiencias de libertad”. Crear una nueva experiencia, hacer algo que nunca se ha hecho y ver qué ocurre. O participar en una experiencia grupal para descubrir que “somos más aventureros, más creativos, más sorprendentes de lo que pensábamos”.
Así las cosas, en “Zombi Child” esa experiencia se dirime en dos movimientos históricos, cuyas vibraciones reverberan sin cesar por obra y gracia de un montaje que los vincula, a veces misteriosamente. Por un lado, el de un ritual vudú haitiano, en 1962, que convierte a un hombre joven en esclavo sin voluntad, en ese zombi entendido como “mito del trabajo” capitalista según Gilles Deleuze. Por otro, el de la contemporaneidad, donde un grupo de alumnas de un instituto de élite parisino aceptan en su hermandad a una chica de origen haitiano, hasta que una de ellas se entrega a una ceremonia de magia negra que podría tener peligrosas consecuencias.
Ambos relatos, que están interconectados, ilustran esas “experiencias de libertad” de las que hablábamos antes: el zombi que, después de comer carne por casualidad, se revela contra su condición y la chica que quiere recuperar a su amado dejándose poseer por un demonio son protagonistas de su propia revolución, la única en la que cree Bonello: la revolución contra la opresión del cuerpo, en la que este se recupera como cruce de afectos y deseos.
En cierto modo, “Zombi Child” parece un híbrido sobrenatural entre “Casa de tolerancia” (de la que retoma su tendencia a la discontinuidad histórica y al retrato de grupo explotado por el capitalismo) y “Nocturama” (de la que revisa el análisis del ‘angst’ de una generación necesitada de revoluciones, éticas y estéticas) con un toque de comentario anticolonialista. A veces las relaciones abruptas que Bonello establece entre las diferentes dimensiones conceptuales del relato pueden recordar al cine de Claire Denis.
Hay, no obstante, una diferencia fundamental entre los dos autores: Denis nunca hubiera convertido “Zombi Child” en una película de tesis, enunciándola en los primeros minutos de proyección, y mucho menos la hubiera acabado explicando con todo detalle en qué consisten los vínculos narrativos entre sus (des)niveles temporales. Da la impresión de que Bonnello no está demasiado seguro del misterio que emanan sus imágenes y se siente impelido a describir una hipótesis de trabajo y a elaborar unas conclusiones, como si temiera no pasar la prueba del algodón de un tribunal académico. La capacidad de sugestión de su excursión al cine fantástico se diluye un tanto cuando tiende a una conclusión, como si no supiera que toda buena revolución no debería acabar nunca.
Lo mejor: La idea de hacer una película fantástica que se pregunta por la polisemia del concepto de revolución
Lo peor: Es demasiado explicativa en sus intenciones conceptuales