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¿Y si el año 1992 no fue tan bonito?

Pilar Palomero propone en «Las niñas», su ópera prima, una vuelta a la adolescencia y una reflexión sobre la educación que se recibía en España mientras el país se abría al mundo con la Expo y los JJ OO
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La España de 1992 fue la de Curro y la de Cobi, la de la Expo de Sevilla y la de los Juegos Olímpicos de Barcelona. También la del quinto centenario de la llegada de Colón a América. Un año en el que el país se situaba en la primera división de las naciones, en un Estado moderno por derecho propio y en el que parecía que el impulso de la Transición, por fin, nos había colocado junto a los ricos. Sin embargo, no todo fue tan vanguardista ni reluciente como dice nuestro subconsciente.
En muchas de las escuelas, como muestra Pilar Palomero en su ópera prima, «Las niñas», el oscurantismo de antaño seguía siendo la ley: «Cargábamos con una educación que llevaba la mochila del pasado, no solo en los colegios; y, a la vez, vivíamos ese contraste en el que se basa la película con nuevos cambios en la sociedad y en la cultura. Fue un año bisagra».
De esta forma, la directora novel se traslada hasta las aulas de un centro de monjas de Zaragoza para contar «cómo fue la enseñanza en muchos casos». Sin ser una autobiografía, Palomero ha tomado los doce años que cumplió por entonces para trasladarlos al personaje de Celia (Andrea Fandos), una niña que vive con su madre (Natalia de Molina) bajo la dictadura del silencio, «es su forma de comunicarse», y que deberá descubrir por sí sola la llegada de la adolescencia mientras la radio y los casetes hacen sonar Niños del Brasil o Patti Smith.
Con el eslogan de «Póntelo, pónselo» de fondo, la sexualidad también es otra de las búsquedas de la cinta. En este caso, el mundo religioso lo vende como parte de «un plan divino», según toma la película de los dictados guardados por la directora y para sorpresa de la joven Fandos: «Es muy diferente a ahora. No había confianza ni entre amigas, ni padres, ni profesores». «Pero no es una película contra nadie. Yo tengo el recuerdo de que nos mandaban callar constantemente», cierra Palomero.

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