No dejen solo a «Pedro Páramo»
Mario Gas regresa a las Naves que levantó en 2007 para dirigir una versión de Pau Miró sobre el texto de Juan Rulfo, mito del realismo mágico y del «boom» latinoamericano
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«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo». Así da comienzo una pieza precursora del realismo mágico y del «boom» de la literatura latinoamericana de los años sesenta. La firmaba Juan Rulfo, y en ella dejó un retrato de la soledad. Todos los personajes parecen sufrirla. Ni siquiera quien da nombre al libro, Pedro Páramo, tiene compañía. Tampoco nadie del pueblo asiste al funeral de la madre de Susana, ni al propio entierro de Susana. Casualmente, en esos días llega un circo a este pueblo mexicano. ¿Será el motivo de semejante desbandada? En el centro de la trama, su protagonista, Juan Preciado, que está allí para dar con su padre, el citado Pedro Páramo. Todo es extraño. Un lugar vacío, misterioso y sin vida en el que el joven descubrirá que toda la gente del pueblo se apellida Páramo; incluso que muchos de ellos son sus propios hermanos.
Rulfo presentó en 1955 un vecindario muerto e inmerso en un parón en el que sus habitantes dependen de un cacique llamado Pedro Páramo y donde todos los recuerdos pivotan sobre su figura; y ahora Mario Gas recoge el texto –versionado por Pau Miró– para darle una nueva vida en las Naves del Español (Matadero). Pedro es un hombre humilde que llega a convertirse en el jefe de Comala, un lugar que exprimirá y arrasará hasta convertirlo en un pueblo fantasma. Allí llega, años después, su hijo, Juan, que volverá al pueblo, se cruzará con fantasmas de los que vivieron en ese lugar y descubrirá así quién era realmente su padre y cómo se aprovechó de sus ciudadanos, incluyendo su madre. «Un diálogo entre muertos sobre los vivos», que diría Valle-Inclán, aunque aquí no está claro si alguien se percata de la situación o quizá ya ni existan.
Las historias del padre, el tipo más importante y corrupto de Comala, y del hijo se alternan en una estructura laberíntica en la que se dan la mano el amor, la muerte, el caciquismo, la revolución, lo rural, los ancestros, la imaginería ritual e icónica, el desconcierto, el desamor, la vida... y que provoca en el director «fuertes sensaciones», dice: «Una fusión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre personajes preñados de contradicciones e insólitos de tan normales en apariencia».
Esos personajes son Vicky Peña y Pablo Derqui, los oficiantes que pueblan Comala, la Media Luna y sus confines y, a su vez, responsables de introducirse en una «negrura espesa en la que resuenan los ecos persistentes de un pasado que se presenta», apunta Gas. Dentro de esa ensoñación, el montaje propone una puesta en escena en la que el espectador deberá poner de su parte para imaginarse Comala. «No hemos querido definirla porque ya en el texto de Rulfo solo se dan pinceladas y es el lector el que se tiene que ir recreando el escenario de la historia. Aquí hemos querido jugar con eso –continúa–. Con el exterior y el interior, la realidad y la ficción, la vida y la muerte», repite.
El «Pedro Páramo» de Matadero conservará esa atmósfera sensual del libro, pero con el toque de Pau Miró, que, en palabras del director, «respeta gran parte de la obra, y, cuando no lo hace, la funde, la recoloca, la reubica, pone en boca de unos personajes lo que en el original estaba en otros, pero siempre con la meta de ser fiel. Algo así como una infidelidad para ser fiel», bromea Mario Gas.
Por otro lado, el también dramaturgo, que vuelve a unas salas que levantó en 2007, aprovechó la presentación de la función para repasar el momento que atraviesa el sector, «aunque no quisiera que esto se convirtiera en un alegato», advertía: «La situación es lo suficientemente dura y compleja. Sea del color que sea la Administración y salvando excepciones personales, creo que como diagnóstico general se podría hacer más». Un arranque que lleva a Gas a pedir «que el Estado invierta más dinero para ayudar a los colectivos», además de criticar la eterna «percepción en algunos sectores respecto a las ayudas a la cultura. ¿Por qué se subvenciona, por ejemplo, la fruta, pero cuando es con la cultura, se habla de esa subvención en términos peyorativos?», cuestiona. «Hay algo en los políticos por lo que ven la cultura como un arte pequeño-burgués. Y hay mucha reacción en este país y mucha gente que no quiere a la cultura y está deseando que se vaya a otro lado. Hay que borrar estas lacras y más ahora, que hay una acuciante necesidad de respirar», zanja.
Arrebato al que Peña se suma para denunciar el trabajo de «unos jornaleros que vivimos al día y cuando se descabalgan las previsiones, nos quedamos tiritando. Hay gente que lo está pasando bastante mal, sin perspectiva de futuro, y es necesario tomar medidas y empujar desde las administraciones. Pero también que el público no deje caer a la cultura».