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¿Murió asesinado Miguel de Unamuno?

El documental «Palabras para un fin del mundo» recoge un estudio, respaldado por varias instituciones, que abre las sospechas sobre el final de una figura que días antes de fallecer afirmó que «si me han de asesinar será aquí en mi casa»

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Cada día que Miguel de Unamuno (1864-1936) acudía a su despacho en la Rectoral de la Universidad de Salamanca se topaba con la misma estatua, «la mejor» de la ciudad, la de Fray Luis de León. No hubo vez que no reparase en ella. Consideraba «su gesto admirable» como el ejemplo a seguir en tiempos convulsos. La Guerra Civil acababa de empezar y la mano tendida del religioso agustino, «como aconsejando calma y meditación», le parecía «la encarnación acertada del consejo que puede darse en los momentos actuales».
Hoy no vendría mal parte de ese sosiego que propone el poeta y teólogo en el patio de Escuelas, ni algo del talante del que rozase el Nobel de Literatura en 1935. Sin embargo, la figura de Unamuno vuelve a copar la actualidad por hechos relacionados con las frases que escribió a medida que le acechaba el final. Aquellas en las que aseguraba que si tenían que asesinarle «será aquí en mi casa». Allí mismo moriría el 31 de diciembre de 1936.
Ochenta y cuatro años después del suceso, el óbito del escritor, profesor y político cobra una nueva magnitud en la investigación que presenta Manuel Menchón en «Palabras para un fin del mundo», un documental que promete «hallazgos de alta dimensión histórica» después de recorrer los principales archivos del país durante diez años.
El estreno, en 2016, de «La isla del viento», en la que el realizador ahondaba en el destierro de Unamuno en Fuerteventura (1924), no era más que el paso intermedio de una indagación que viene a romper lo que eran certezas sobre la vida de Miguel de Unamuno: ¿y si sus últimas afirmaciones no fueron, como nos dijeron, «¡Dios no puede volver la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!»? ¿Encajan estas palabras con la situación que atravesaba el profesor a finales del 36, apresado en su propio domicilio?
Para responder a ello, el largometraje destapa la caja de pandora desde el Día de la Raza que enfrentó al intelectual con Millán-Astray en el Paraninfo de Salamanca. El informe acude a ese 12 de octubre con el único testimonio firmado de puño y letra en el momento de los acontecimientos (todas las versiones anteriores del conflicto fueron construidas con relatos orales). Su autor fue un catedrático de Derecho Civil de la Universidad, Ignacio Serrano, que, a pesar de levantar acta, apenas tuvo relación con Unamuno. Transcribió las interlocuciones de los oradores en una nota que Menchón coteja con otros materiales del propio Unamuno en los que hace referencia al hecho.
Tras las intervenciones de Maldonado de Guevara y Pemán, se recoge la intervención del bilbaíno: «Ya no puedo callarme (...) Somos todos españoles y yo, que soy vasco por los cuatro costados, he venido a Castilla a enseñar el castellano en esta universidad. En este torbellino de locura colectiva hace falta imponer una paz verdadera de convencimiento, pues no se oyen sino voces de odio y ninguna de compasión. (...) Vencer no es convencer. Conquistar no es convertir. Y eso que algunos llaman sin ningún fundamento la “anti España” es tan España como la otra. Y el mayor peligro es que la ramplonería igual es a los dos bandos». José Millán-Astray le daba la réplica advirtiendo a «ciertos profesores» de que «morirán también».
La ofensa se consideró suficiente como para tomar medidas, aunque moderadas: la ejecución de una personalidad de semejante talla podía causar un daño fatal al prestigio del movimiento. Aun así, desde esa noche los soldados estuvieron en guardia frente al domicilio de un Unamuno que ya siempre viviría prisionero: «Me retienen rehén no sé de qué ni para qué, pero si me han de asesinar como otros será aquí en mi casa», resuena en el documental con la voz de José Sacristán. Al día siguiente se le anularía el cargo de alcalde honorario perpetuo de Salamanca y el 14 de octubre, a iniciativa del ex rector Loscertales, el claustro le retira su apoyo.
A medida que se acerca el fin de año, se concentran los escritos en los que el intelectual cree que será asesinado. Nunca antes lo había expresado. Con estos antecedentes, ¿tiene sentido que el vasco terminase sus días defendiendo el «arriba España» con frases del ideario falangista como cuenta Loscertales en el escrito que recoge sus últimas palabras?, se cuestiona.
Dicho testimonio aparece en el prólogo de la obra de la única persona que le vio morir, Bartolomé Aragón, hombre que hasta ahora había sido citado por la versión oficial como un alumno muy cercano a Unamuno y que, sin embargo, el archivo de la Universidad de Salamanca desmiente. Dudas que se alimentan con que ninguna de las 25.000 cartas que se conservan del escritor cite su nombre. Sí parece cierto que estuviera a su lado durante la muerte del vasco.
Aquel fin de año del 36, Aragón y Esteban Madruga, íntimo amigo del intelectual, iban a visitar a Unamuno a su casa, aunque, finalmente, este último tuvo que asistir a un entierro. En contra del relato, Aragón no había estado nunca en el piso de la calle Bordadores y, además, existen dos versiones sobre qué hacía allí en esta jornada clave, de la que, por cierto, nunca más habló: una, para mostrar un ejemplar del periódico que dirigía en Huelva, y otra en la que afirma que pretendía entregarle un estudio sobre fascismo italiano.
Por el motivo que fuera, Aurelia, la sirvienta, recibió al invitado y le condujo hasta el estudio de don Miguel. No había nadie más en la casa. Pasado un tiempo, la criada, desde la cocina, oye chillar a Unamuno, sale para ver qué sucede, pero vuelve la tranquilidad y regresa a su trabajo. Otro grito le alerta de nuevo. Es Aragón: «Yo no lo he matado». Pensaba que estaba dormido hasta que el olor a quemado de su zapatilla, pegada al brasero, le mostró la realidad.
No tardó el doctor Núñez en certificar la muerte. Se dictamina que el fallecimiento se debe a una hemorragia bulbar, un diagnóstico imposible sin practicar una autopsia que nunca se hizo y que, ya en los años 30, se debería haber producido, pues una muerte súbita de este tipo se incluía en el concepto jurídico de «sospechosa de criminalidad. Es posible producir esa hemorragia con escasa o ninguna señal externa», duda el documental.
Al día siguiente, el juzgado compone el acta de defunción. Aragón no acude, se ha ido a luchar al frente. El que firma como testigo de la defunción es un desconocido para la familia y, sin esperar a las 24 horas reglamentarias, se le da sepultura. ¿Por qué esas prisas en Nochevieja y en Año Nuevo? Miguel de Unamuno Adarraga, nieto del protagonista, también busca respuestas: «Sin previo aviso, se presentaron unos falangistas en casa, agarraron el féretro y se lo llevaron sin hacer comentarios. Fue un robo violento. Se apoderaron de él. No solo del cuerpo, intentando presentarlo como un fascista».